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Jueves, 22 de septiembre de 2005
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LA COMPAÑIA BELGA HET TONEELHUIS DEBUTA EN EL SAN MARTIN

Un Chejov, pero minimalista

Jan Van Dyck y Annette Kurz, dramaturgista y escenógrafa de la compañía dirigida por Luk Perceval, cuentan cómo trabajaron el texto y la puesta de esta versión de Tío Vania.

Por Cecilia Hopkins
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Van Dyck y Kurz, miembros de la compañía de Amberes.
Además de espectáculos en cuyas puestas intervienen procedimientos tecnológicos de última generación, la programación del V Festival Internacional de Buenos Aires reunió tres versiones de textos clásicos. Luego de Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams (Endstation Amerika, según el alemán Frank Castorf), y Noche de reyes, de Shakespeare, bajo la conducción del británico Declan Donnellan, la última de estas propuestas se estrenará hoy en el Teatro San Martín, de la mano de los belgas de la compañía Het Toneelhuis, de la ciudad de Amberes, bajo la dirección de Luk Perceval. Subtitulada por Anton Chejov, como “escenas de la vida rural en cuatro actos”, Tío Vania toma lugar en una finca de la Rusia del siglo XIX. Allí vive, junto al tío de marras, su sobrina Sonia. A su casa llega el profesor jubilado Serebriakov, acompañado de Elena, su hermosa mujer, una visita que, en todos los personajes de la pieza, atizará rencores, mezquindades y sentimientos cruzados. Fundada hace siete años a raíz de la unión de dos agrupaciones teatrales, la compañía que dirige Perceval es la más grande de Flandes. También, la más innovadora, según Jan Van Dyck y Annette Kurz, dramaturgista y escenógrafa, respectivamente, del espectáculo que subirá al escenario de la Martín Coronado. Recién llegados a Buenos Aires acompañando al elenco, ambos son parte del equipo creativo de una compañía que, bajo la supervisión de Perceval, cuenta con cinco directores más. En conjunto estrenan unas 10 obras al año, reestrenan otras cuatro y montan al menos unas ocho producciones de pequeño formato.
–No es la primera vez que Perceval dirige Chejov...
Jan Van Dyck: –No, éste es su cuarto Chejov. Pero sus versiones de El jardín de los cerezos, Ivanov y La gaviota fueron realizadas hace bastantes años atrás. Es por esto que las cuatro son puestas muy diferentes entre sí.
Annette Kurz: –Luk fue cambiando su estilo con los años: cada vez fue quitando más elementos hasta llegar a una expresión minimalista.
–¿Sobre qué ejes se organiza esta versión de Tío Vania?
A. K.: –Según la visión del director, esta obra muestra a un grupo de gente que está esperando la muerte. Sin embargo, existe en todos ellos la esperanza de verse a sí mismos reverdecer algún día. Aunque sabemos que Chejov escribió sobre una flor que no vuelve a abrirse más.
–¿Puede interpretarse como una metáfora social?
J. V. D: –Sí, pero Luk trabaja sobre cuestiones que son de orden universal. Aunque creemos que hay un paralelismo entre la época en la que Chejov escribió la obra y la actualidad, en relación con la familia.
A. K.: –Esta situación puede reflejarse muy bien en un grupo familiar y tomarse como una metáfora política: siempre hay uno que tiene el poder, que parece bueno pero que, finalmente, no lo es, y que conserva un grado de ambigüedad importante. Creemos que hay un nivel existencial en la obra que puede reflejar las vivencias de la gente en cualquier país.
–En Chejov está siempre presente el tema de la ecología. ¿Esta puesta lo asume de un modo especial?
A. K.: –En la obra aparece el tema del cuidado de la naturaleza, es cierto, pero también podemos verlo como una metáfora de la esperanza. Para uno de los personajes, la destrucción de un árbol equivale a la muerte de una persona. Así que esta pasión por conservar la naturaleza puede representar un rasgo de identidad para unos, mientras que para otros, estos ideales son una suerte de quimera.
J. V. D.: –Luk no quiso hacer una defensa de la ecología, como tampoco una apología ingenua del amor. Quiso mostrar la estupidez, la arrogancia de las personas, su falta de consideración con los otros. Pero también su ternura.
–¿También realiza una versión del humor chejoviano?
A.K.: –Sí... la obra tiene un humor muy flamenco: directo, brutal, llano. Nada de psicológico ni intelectual.
J. V. D.: –Y eso tiene que ver con la manera de hablar de los personajes, con su lengua cotidiana, de entrecasa. En la obra no hay literatura sino el dinamismo del dialecto neerlandés que la gente usa a diario. Con su gran carga humorística y afectiva.
–¿Qué características espaciales tiene la obra?
A. K.: –La puesta se toma el tiempo de observar a estos seres humanos que pertenecen a un mundo que antes fue mejor. Su única felicidad consiste en escuchar la radio y moverse. Para eso diseñé un piso que les dificultara la acción de bailar. Mis escenografías nunca presentan espacios agradables o cómodos...
J. V. D.: –Los personajes están obligados a encontrar algo para hacer. Y nosotros buscamos que ese aburrimiento resulte interesante. Luk siempre busca acercar el personaje al espectador para que se identifique con él. Y sabemos que en todas las familias hay un Tío Vania. Pero creemos que ésta es una obra que se comprende mejor con el corazón que con la razón.

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