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Domingo, 22 de abril de 2007
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ENTREVISTA AL ESCRITOR MEXICANO CARLOS MONSIVAIS, SOBRE LA RELACION ENTRE NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y MEDIOS

“Ninguna comunidad entrega su juicio a la televisión”

Por Silvina Friera
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Monsiváis se presenta en el Malba y en la Feria del Libro.

“Imagínese lo que siento cuando tengo que hablar en público, si para mí dos personas son una multitud”, bromea el escritor mexicano Carlos Monsiváis mientras acepta posar para las fotos, hundido, como si quisiera achicarse o desaparecer, en uno de los sillones del lobby del hotel donde se aloja. Habla, con su típica tonada mexicana, como si estuviera susurrando, pero compensa su timidez crónica con su afilada ironía. El ganador del Premio Juan Rulfo 2006 cuenta su estrategia actoral para enfrentar a las multitudes que, en el Malba o en la Feria del Libro, quieren escuchar sus lúcidas disertaciones. “Hago de cuenta que el que está hablando es otro, que no soy yo”, confiesa el autor de Aires de familia (Anagrama), libro que obtuvo el premio Anagrama de Ensayos en el 2000.

Algunos críticos ubican al ensayista, periodista, cronista y narrador mexicano detrás de Octavio Paz y Carlos Fuentes, pisándoles los talones. Desde 1985 los lectores mexicanos y de todo el mundo se deleitan con la legendaria columna de Monsiváis, Por mi madre, bohemios, que se publica todos los lunes en el diario La Jornada. En esas columnas conviven los nombres de alguno de sus gatos –Gatolomé de las Bardas y la Gata Christie– con poetas, políticos, empresarios, strippers o travestis. Su colega Sergio Pitol lo definió como “el documentador de la fecundísima fauna de nuestra imbecilidad nacional”. Y a propósito de la fauna, Página/12 le propone el desafío de reflexionar sobre uno de los temas más polémicos de esta semana: la participación de la piquetera Nina Peloso en Bailando por un sueño.

–¿Por qué piensa que un grupo de piqueteros necesita para existir las cámaras? ¿Necesita que la piquetera “baile por un sueño” porque si corta una ruta o una calle las cámaras ya no cubren los reclamos sociales?

–La idea es que la censura no es una condena explícita sino la ausencia de las cámaras de televisión. La iluminación que proporciona la televisión nunca es gratuita porque iguala los temas. Es lo mismo una lucha social que la ansiedad por aparecer ante las cámaras; es lo mismo la denuncia que el festejo. Y esta igualación, sin ser mortal para las causas, las banaliza de un modo más profundo de lo que se cree. Si es cierto que la ausencia de cámaras es la inexistencia y que la invisibilidad televisiva es la desaparición de la especie, estamos mal porque entonces elevamos la televisión al rango de aprobación última, un juicio final con comerciales, y eso es tan grotesco que no merece demasiados comentarios. El problema es si hay alternativas o no, y yo creo que las hay. Estoy convencido de que ninguna comunidad entrega su juicio final ni sus juicios intermedios a la TV. Le entrega el tiempo de contemplación, pero esa sujeción del tiempo ante las pantallas se interpreta como la desaparición de la voluntad comunitaria, y eso no lo creo.

–Uno de los comentarios que se hicieron sobre la participación de Nina Peloso fue que más de un candidato hubiera deseado estar en el lugar de ella porque es el programa con más rating de la televisión argentina. ¿Cuáles son las consecuencias de que la televisión sea considera el medio por excelencia para hacer política, para llegar a la gente?

–Bueno, pero hay otra alternativa cada vez más poderosa que es Internet. También se podría decir: “chateando por un sueño” (risas). En la campaña actual de Francia, la candidata socialista, Ségolène Royal, ha encontrado en Internet su forma más eficaz de politización y esto irá creciendo. El problema en América latina es el abismo digital, que es un freno para que Internet se convierta en una alternativa de enorme repercusión, además de las resonancias interminables. Desde luego, todo político parece estar bailando con la silla presidencial, con las incomodidades y facilidades que ofrezca una silla para bailar con ella. Pero sigo creyendo que si un político lo entrega todo para bailar por una silla ante las cámaras, ese político no tiene confiabilidad. Bailar por un sueño no significa renunciar al sueño, que es lo que están diciendo. Si el sueño es nada más aparecer ante las cámaras, entonces por qué no eligen a una cámara de televisión como presidente de la república en cualquier país latinoamericano, que sería como robotizar la silla presidencial para que prestase sus servicios interpretativos y administrativos.

–Pero los políticos están convencidos de que aparecer en la televisión les da confiabilidad.

–No en México, no estoy diciendo esto desde mi perspectiva sino que estoy acudiendo a ese registro de la génesis y del apocalipsis que son las encuestas. Según las encuestas, la televisión no está en el primer lugar de confiabilidad, tampoco lo están los partidos políticos ni la Iglesia Católica. En el primer lugar de confiabilidad hay otros factores, como alguna esperanza de que la educación aún proporcione movilidad social, pero confiar en alguien porque aparece en televisión es depositar en la tecnología todo el crédito moral. Ahora si el banco de crédito moral es la televisión, pues una vez más hemos sido víctimas de un despojo. La televisión es indispensable, pero esta condición no significa que, por verla, le creamos como si fuera el oráculo. No hay manera de volverla religión porque entonces el ateísmo significaría apagarla.

–¿Entonces en qué o en quiénes se confía?

–El primer lugar de confiabilidad, todavía, lo ocupa el empleo. Si tengo empleo puedo confiar en algo o en mí mismo, si no tengo empleo soy sujeto de mi propia desconfianza. Esto es muy superior a todo lo que la televisión pueda dar. La búsqueda del Santo Grial de la Edad Media es la búsqueda del empleo. En México son generaciones cuyo cuerpo de Aquiles, empleando una frase de otro tiempo, es el empleo. Si no consiguen empleo, da igual que vean las imágenes de los políticos todo el día. De una imagen televisiva nunca se desprende la seguridad personal. Puede entenderse las ilusiones que generan, pero siempre con el subtexto de que eso que estoy viendo son imágenes y eso que no tengo es el empleo. En una segunda instancia, la posición económica personal y familiar es decisiva. Cuando se interrumpe la movilidad social, queda la movilidad espacial, las migraciones, y la movilidad cultural, pero eso no incluye a la televisión.

–¿A qué atribuye ese “aire de familia”, esa desconfianza que hay hacia las instituciones, especialmente las vinculadas con la política, en Latinoamérica?

–La política se hereda a sí misma en la medida que es “la” política. Y la política ha decepcionado demasiado, o cuando ha alentado esperanzas genuinas se han visto frustradas casi de inmediato. Si uno habla de un político en particular, puede o no confiar en él, pero si uno dice “la política” y no desconfía, no ha aprendido nada de la historia. No sé si la historia da clases, tengo dudas, no sé dónde hay que inscribirse para recibirla (risas).

Monsiváis, irónico, añade: “Supongo que la gente deposita su confianza en la lotería”. El escritor mexicano plantea que de algún modo que no se siente, pero que sí se percibe, las personas creen que con el trabajo remedian su situación. “En México hay una expresión que estoy seguro que viene de la autoayuda: échale ganas, deposita toda tu confianza en tu capacidad laboral, deposita toda tu confianza en el hecho de que ante una oportunidad tu esfuerzo, tu fatiga, tendrán recompensa. Eso uno puede ponerlo en duda, pero ahí sí que no hay alternativas. Y si existen esas alternativas son trágicas, la delincuencia, o imposibles, ser una estrella de fútbol o cruzar a nado el océano Atlántico.” El investigador que conoce más a fondo las manifestaciones de la cultura popular, el renovador de la crónica periodística, del ensayo contemporáneo mexicano y latinoamericano con un lenguaje distintivo para representar la riqueza de la cultura popular, anticipa que está terminando una nueva versión de un libro sobre las tradiciones mexicanas. “Sé que es una tarea imposible porque son muchas las tradiciones y necesarios y excesivos los cambios”, admite Monsiváis. “Pero siempre me entretienen las tareas imposibles.”

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