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Martes, 15 de mayo de 2007
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CECILIA ROSSETTO, MUCHO MAS QUE UNA “EMBAJADORA CULTURAL”

“Más temprano que tarde, sé que volveré al escenario”

Con la misma pasión con la que afrontó la actuación y el canto, Rossetto abrazó la tarea de tender puentes entre Argentina y España: no sólo en el plano cultural, sino también oficiando de nexo para el trabajo de los organismos de derechos humanos. “La prepotencia de trabajo abre puertas”, dice ella.

Por Alina Mazzaferro
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“A menudo, el sabor de boca que me queda es el de la frustración. Me pesa más lo que no puedo que lo que puedo.”

En geometría, una recta es una línea que une dos puntos. Para todo aquel que ha emigrado de su país de origen y ha debido comenzar de nuevo en algún otro lugar, vivir en uno de esos extremos anhelando siempre el opuesto, soportando ese trayecto de infinitos puntos en el medio, no es nada fácil. Como la de tantos otros, la vida de Cecilia Rossetto transcurrió en esa línea invisible que une Buenos Aires, la ciudad que la vio despertar como artista y que ella “extraña horrores”, y Barcelona, su hogar por elección, donde enseguida fue adoptada entre las estrellas locales. Asimismo, en estos últimos años, Cecilia ha caminado sobre otra recta, de una posta a otra: de reconocidísima cantante y actriz del teatro catalán se convirtió también en gestora de la cultura, cuando en 2004 asumió la tarea de agregada cultural del Consulado argentino en Barcelona. En la ciudad que le abrió las puertas y la premió como Mejor Actriz (1992 y 1995), Mejor Monologuista (1996) y Mejor Espectáculo Internacional (2002), ahora es ella quien abre el camino de sus compatriotas. De visita en la Argentina, la actriz de Bola de nieve, Esperando la carroza y Buenos Aires me mata brindó una entrevista exclusiva a Página/12 para contar la cocina de esa intensa labor que realiza en el país hermano, y las causas por las que ha postergado sus proyectos personales como artista: “He podido dejar de lado mi vocación cuando lo creí necesario: tres años cuando quedé embarazada y tres años ahora, en la gestión. Quisiera que de ella también pueda ver un ‘hijo’ de pie y andando su propio camino”, dice. Rossetto es una embajadora vocacional. Ella ya había establecido lazos entre las dos culturas que ama, mucho antes de que la convocaran para hacerlo en representación oficial.

–¿Cómo vivió la primera etapa de su gestión?

–Me entregué apasionadamente al trabajo. Fue fantástico. Lo sentí como una prueba, un desafío. El primer año estuve absolutamente sola y con todo por hacer. Como el Consulado estaba en obras de remodelación, no tenía despacho ni teléfono. Allí empecé a “tejer”, a entrelazar y a imaginar variantes. Fue muy creativo, me devoraba la adrenalina. Era, en cierto modo, una partida de ajedrez: “Si muevo así o asá refuerzo luego esta posición... ¿Qué piezas acerco para ello, cuáles entrego?”.

Su primera labor no fue para nada pequeña, sino más bien ambiciosa: apelando a su vinculación con el Teatro Romea y la empresa Focus, con los que venía trabajando desde hacía años, armó un espectáculo, Caminito, en el que confluyeron siete artistas catalanes y siete argentinos, entre los cuales estaban Toti Soler, Marina Rossell y Jorge Sarraute, entre otros, con textos de Borges, Cortázar, Gelman y Rodolfo Walsh, y músicas de Yupanqui, Leda Valladares, Troilo y Piazzolla. Primera prueba: superada. Había abierto la primera puerta. Si el actual gobierno la había elegido para ocupar ese cargo “por su compromiso con la defensa de los valores artísticos y culturales del país y su lucha en favor de los derechos humanos”, Rossetto no tardó en poner todas sus energías en esta última tarea. “Comencé a reunirme con las asociaciones de derechos humanos: Juristas Democráticos, Plataforma contra la Impunidad en Argentina, Amnesty, Recuperación de la Memoria Histórica en Catalunya”, relata.

–¿Fue difícil construir ese espacio?

–En algún aspecto, no. En el año 1995 yo había colaborado con dos periodistas catalanes, Eduardo Luis de Pozuelo y Santiago Tarín, que iniciaron una profunda investigación sobre desaparecidos españoles en la Argentina. Más tarde, en 1998, me relacioné con gente que trabajaba con el juez Baltasar Garzón y que intentaba la construcción de un dique que impidiera en el futuro nuevos crímenes de lesa humanidad. Ahora sigo haciéndolo, desde un nuevo espacio. No siempre es fácil. A veces hay que enfrentar fricciones cotidianas con personas que vienen de historias diferentes y que hacen perder mucha energía. Pero el resultado está a la vista.

Ese resultado incluye una amplia cantidad de actividades, como fueron los talleres dictados por Patricia Zangaro (dramaturga vinculada a la creación de Teatro por la Identidad); la instalación permanente del mural La inauguración, de Carlos Alonso, en Casa América de Catalunya; la participación de Paco Ibáñez y Graciela Daleo a propósito de los treinta años del golpe militar, y la proyección de Trelew, de Mariana Arruti, con la participación de la familia Pujadas, víctima del terrorismo de Estado de ese período nefasto de la historia argentina. Pero de lo que más orgullosa se encuentra Rossetto es de haber gestionado la presencia del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y ser partícipe y testigo de un acontecimiento histórico: la primera toma de muestras de sangre a los familiares de desaparecidos residentes en Catalunya. “Se presentaron quince personas y esas muestras serán incorporadas al banco genético del EAAF”, explica. “Un joven antropólogo de la Universidad Autónoma de Barcelona me había dicho: ‘El equipo argentino es un faro de luz en la oscuridad para nosotros’. Me pidió que los ayudara a vincularlos con ellos. El gobierno catalán está trabajando el tema de las fosas comunes de la Guerra Civil y por ello gestionamos un encuentro entre uno de los fundadores del EAAF, Darío Olmo, y la directora de Memorial Democrático de la Generalitat, María Jesús Bono. Se organizaron jornadas para la cátedra de Prehistoria y la de Antropología Física de la Universidad.”

¿Estuvo también Osvaldo Bayer?

–Con Osvaldo organizamos una actividad junto con la cátedra de Historia Contemporánea de la Universidad, donde se lo estudia. Me habían dado una sala con capacidad para 350 personas y yo pedí una más grande. Era el primer escritor que presentaba y me dijeron: “Cecilia, admiramos tu optimismo, pero aquí cuando traemos a un escritor en general vienen 50 personas”. Yo les dije que tuvieran fe en esto, que iban a venir muchas más. Y así fue: Bayer convocó a 1500 personas.

En los últimos tiempos, Rossetto organizó los estrenos cinematográficos de los trabajos de Daniel Burman, Carlos Sorín, Vera Fogwill, Enrique Piñeyro y Mariana Arruti, conciertos con Pablo Ziegler, Horacio Molina y Minino Garay –entre otros–, la presentación del libro del dibujante Miguel Rep, ruedas de prensa con estrellas de la talla de Héctor Alterio y un homenaje al fallecido cineasta Fabián Bielinsky, que contó con la presencia de Gastón Pauls. El 24 de mayo llevará a Eduardo Jozami a presentar su libro Rodolfo Walsh, la palabra y la acción, y en julio será el turno de Leonor Manso, que participará del Festival Grec con 4.48 Psicosis. Como si esto fuera poco, actualmente su despacho oficia de “agencia de prensa” de todos los artistas y espectáculos nacionales que pasan por la ciudad catalana y de los films argentinos que allí se presentan, tarea que realiza con las distribuidoras cinematográficas.

–Todo esto suena a muchísimo trabajo para una sola persona...

–Yo sabía el costo que tendría este desafío. He hecho de puestista escénica, de encargada de prensa, de vestidora, de acomodadora y de chica de los mandados. La prepotencia de trabajo abre puertas. Hubo una estrategia: invertir diez horas diarias en la actividad. Por suerte, el canciller Jorge Taiana, en quien encontré un ser muy sensible a todas estas propuestas, lo advirtió y autorizó, hace diez meses, el ingreso de una colaboradora tremendamente eficaz. O sea que ahora la Sección Cultural del Consulado en Barcelona está integrada por “dos chicas”... (sonríe).

–¿Cómo ven en Barcelona a los artistas argentinos?

–El momento actual es espléndido. Los talentos de nuestro país empiezan a ocupar lugares de importancia: el director del Festival Grec es Ricardo Szwarcer y Javier Daulte dirige el teatro Villaroel. Varias escuelas de cine y de teatro están lideradas por maestros argentinos. Juntos, con un poquito de presupuesto, se podría hacer maravillas.

–¿Está satisfecha con sus logros?

–A menudo, el sabor de boca que me queda es el de la frustración. Me pesa más lo que no puedo que lo que puedo. Me quedó esa frustración con Eladia Blázquez, Cristina Banegas, Carlos Gorriarena y Carlos Alonso... Intenté armar la presentación de cada uno de ellos durante meses, pero las restricciones presupuestarias pudieron más.

–¿No extraña el escenario?

–Me está empezando la morriña. La libertad escénica genera una alegría que me está faltando, pero siempre se gana y se pierde. La vida nos pone constantemente en disyuntivas. He podido dejar de lado mi vocación cuando lo creí necesario: tres años cuando quedé embarazada y tres años ahora, en la gestión. Quisiera que de ella también pueda ver un ‘hijo’ de pie y andando su propio camino. Más temprano que tarde volveré al escenario. La última vez que hablé con Eduardo Mignogna, un hermano para mí, me dijo: “Tenés que actuar. Flaco favor nos habrán hecho si matan a una artista como vos”. Lo tomo como un mandato.

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