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Sábado, 8 de octubre de 2005
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PAGINA/12 OFRECE, GRATIS, LA OBRA CUMBRE DE LEWIS CARROLL

Tras los pasos de Alicia en el país

Los dos volúmenes, Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo, cuentan con las ilustraciones originales de John Tenniel. Una oportunidad única para asomarse a un genio.

Por LILIANA VIOLA
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Alicia y Humpty Dumpty, uno de tantos personajes inolvidables.
Es una de las joyas de la literatura de todos los tiempos: mañana, Página/12 entrega, gratis, Alicia en el país de las maravillas. La edición se completa el domingo próximo con la segunda parte, A través del espejo y todo lo que Alicia encontró allí. Ambos cuentan con las ilustraciones originales de John Tenniel, el prestigioso caricaturista político que colaboró con Lewis Carroll en la primera edición inglesa de fines del siglo XIX. Los prólogos fueron elaborados por Beatriz Ferro, reconocida autora argentina de literatura para niños. No es casual ni mucho menos arbitrario que, a la publicación de los relatos de Franz Kafka como principio de una biblioteca fundamental, ahora le siga la obra de Carroll. Desde sus remotas realidades, el checo y el inglés contribuyeron a designar lo que se conoce como una literatura del siglo XX. Como dijo Cabrera Infante, Charles Dodgson, aquel modesto clérigo, inventó prácticamente solo todo lo que vino después. “Sin Carroll no habría habido un Joyce y sin él ni Nabokov, ni Quenau, ni Cortázar ni yo podríamos hablar hoy el mismo lenguaje con un acento diferente.”
Borges también solía citar a Kafka y a Carroll cada vez que se obstinaba en rastrear genealogías. Las pesadillas de uno y los sueños fantásticos del otro bifurcaron los caminos del pensamiento moderno hasta tal punto que no sólo los escritores que les siguieron aprendieron a escribir, sino que los lectores perdieron la posibilidad de mantener fija la mirada ingenua. Después de Alicia y después de Gregorio Samsa quedaron muy fuera de época la confianza en la autoridad, la certeza de la enseñanza escolar, el respeto ciego a las órdenes, los reglamentos, horarios, el mundo de los adultos, de la burocracia. A esta altura se han conocido tantas tiranías parecidas a las del País de las Maravillas que incluso se desconfía del sentido común. Si el escritor de Praga legó un código de la opresión por el absurdo, el inglés de Oxford dejó un lenguaje minado por el sinsentido, o mejor, una actitud desafiante ante la lógica arbitraria del lenguaje.
Carroll se llamaba Charles Lutwidge Dodgson, pero usaba el seudónimo para firmar sus cuentos infantiles, para hacerse llamar por las niñas que amaba y cartearse con ellas. Poco antes de su muerte, vencido por la angustia, daba vuelta la cara si lo llamaban con ese nombre y destruía las cartas que llegaban dirigidas a Carroll. Nació en 1832, tercero de los diez hijos de un clérigo que lo educó en su casa hasta los 12 años. Realizó sus estudios en Oxford, en el Christ Church College donde conoció a la hijita del deán, Alicia Liddell, la verdadera Alicia. Se quedó a vivir allí dando clases y escribiendo casi hasta el fin de sus días en 1898, cuando Liddell era una señora casada y con hijos. Carroll escribió poemas humorísticos como La caza del Snark, varios trabajos de lógica y de matemática. Adoraba el ajedrez, el críquet, inventó acrósticos y juegos de ingenio. Tenía el título de reverendo de la Iglesia Anglicana pero no intentó conseguir el de ministro, tal vez porque se consideraba “prácticamente un laico”, sentía una gran desconfianza hacia la idea del infierno y tal vez porque demasiadas veces se encontró preso de “tormentos interiores”.
Carroll permaneció soltero y todo indica que respetó hasta el snobismo las costumbres puritanas de Inglaterra. Si tomó las famosas fotos de las niñas disfrazadas, sensuales, desafiantes y hasta desnudas, lo hizo luego de haber pedido permiso a sus padres por escrito. En esas cartas, más que intenciones oscuras, demuestra su capacidad para observar el espíritu de las criaturas y de tomar unos recaudos para respetar sus personalidades impensables en la crueldad victoriana que azotaba a los niños. Hay registros de cómo los progenitores y los pequeños respondían con entusiasmo a las sesiones de fotos que significaban una especie de rito iniciático al universo de la tecnología. Decenas de niñitas llegaron a adorar al tímido y ligeramente tartamudo reverendo que dominaba como nadie el arte mágico de tomar fotos y de contarles cuentos. Las anotaciones en su diario reflejan cierto alborozo por la revelación de la belleza nonata, y a su vez la turbación ante la mirada de unas imágenes que seguramente reconocía linderas entre el descubrimiento artístico y la indecencia. De hecho, el mismo Carroll, sabiendo que el juicio ante cada acto emana sobre todo de la mirada del que no ha visto todo, decidió quemar gran parte de las fotos antes de morir.
En parte por este asunto, en parte por la genialidad de sus diálogos, la vida y obra de Carroll se convirtieron en obsesivo campo de interpretación. Los físicos han citado su mundo para ejemplificar la lógica cuántica: el gato que está muerto y vivo a la vez, las partículas que cambian de aspecto sin motivo aparente. Según Carl Jung, “el sueño de crecer indefinidamente o achicarse hasta la nada son un resabio típico de la infancia”. Su vida despertó tantas conjeturas como respuestas esquivas dieron sus personajes a la pobre Alicia. Pero más allá de las patologías y crímenes que a medida que pasan los años se le adjudiquen, sigue sonando muy convincente la afirmación de Gilles Deleuze: “Los autores, si son grandes, son más un médico que un enfermo”, o la sutil coartada que le tiende Borges: “Las aventuras de Alicia, las que forman parte de nuestra felicidad, reflejan la soledad del célibe reverendo Dodgson”.
Alicia nació durante un picnic. En el poema que sirve de prólogo al Alicia en el país de las maravillas, Carroll afirma que era una tarde dorada. El servicio meteorológico dijo que era un día nublado como todos. Tal vez fuera la primera broma para quienes disfrutan con datos pequeños y ciertos. Carroll salió de paseo con las niñas Liddell. Alicia, ya convertida en leyenda, recordó más tarde: “Las tres le hicimos el ruego de siempre: ‘Cuéntanos un cuento’. A veces, para hacernos rabiar, o porque estaría muy cansado de verdad, Mr. Dodgson se detenía y decía: ‘Basta por hoy. El resto, mañana’. ‘Ya es mañana’, exclamábamos las tres. Y él volvía a empezar”.
Casi todas las aventuras de Alicia, desde que cae en la madriguera tentada por un conejo blanco hasta que se despierta aliviada del tremendo sueño, fueron narradas esa misma tarde. Apenas llegó a su casa, en una noche sin dormir, Carroll las pasó en limpio y le agregó dibujos que sirvieron como modelo para Tenniel. La secuela, A través del espejo, apareció seis años después, en 1871, y su edición de 12.000 ejemplares se agotó enseguida. No deja de editarse desde entonces: ¿Dónde está el encantamiento? Alicia es una niña como cualquier otra, siempre que se piense en una niña victoriana. Se diferencia de los débiles protagonistas de los cuentos de Kafka en que ella misma es víctima y victimaria, educada y cruel, prejuiciosa y con candor. Cuenta con la seguridad de una educación rígida. Su propia necedad, heredada de sus mayores, es el antídoto que la deja despertarse del sueño a tiempo. Pero por sobre todas las cosas, es una niña que no cumplió los 8 años. Razón suficiente para que Carroll, uno de los pocos defensores de la infancia, jamás permite que una niña quede atrapada en una madriguera. Este es un libro para niños, pero también un libro de viajes, una fábula, un monumento a la literatura fantástica, una de esas historias que aunque repletas de alusiones a su época, como el Quijote, dejan salir con total independencia al personaje. Y por eso Alicia se cuenta entre nuestros amables conocidos. Y por eso su presencia nos alivia, nos inquieta, nos resulta tan familiar.

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