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Viernes, 10 de agosto de 2007
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OPINION

Fontanarrosa, desde chico

Por Juan Sasturain

En 1986, hace algo más de veinte años, el Negro Fontanarrosa hizo una exposición de sus dibujos, en Rosario, que se llamó Fontanarrosa desde chico. Retrospectiva, se dice en estos casos. Me acuerdo de que no la vi, que me la perdí por estar acá; también recuerdo que escribí algo para el hermoso catálogo y que lo tengo –de formato grande, papel blanco satinado– dedicado por él. Pero eso es lo de menos. Lo que importa y viene al caso es el texto –uno de los textos– que escribió el mismo Fontanarrosa para ese catálogo y que ahora reproducimos en Fierro: “Un viejo bar de Sidi Ifni”. Un relato excepcional.

Otro Negro, el Crist –auténtico hermano de sangre y de tinta, junto a Caloi (tercer Negro) del rosarino–, es copartícipe necesario de la evocación del amigo. Está a su lado, mira, escucha, sueña y dibuja con él. Toda una generación de lectores de historietas deslumbrados –chicos de los años cincuenta– a la que pertenezco, se suman y reconocen en el desfile de nombres e imágenes que el texto nos pone por delante y por debajo del esternón. Todos leímos a Oesterheld, todos quisimos ser dibujantes.

Fontanarrosa habla de salida del “Famagusta”, y sin necesidad de consultarnos con la mirada sabemos de qué se trata: el barco del capitán Butch en Convoy a Malta, el largo y agridulce episodio de Ernie Pike que salió durante semanas en el Hora Cero Semanal a fines del ’57. Teníamos doce, trece años. Y nombra a Jill, la chica de la que se enamora el capitán –y todos nosotros–. Y habla de los ¡crack! ¡crack! con que el tano Pratt representaba el sonido de las carabinas, y de Buz Sawyer y cómo dibujaba Roy Crane los ojos y los aviones, y de cómo El Príncipe Valiente era hermoso de ver pero indibujable; y del infalible pincel de Frank Robbins en ese Johnny Hazard que volvería años después disfrazado de Indiana Jones...

A todos nosotros –como al Negro– los cowboys de las revistas mexicanas de Novaro (Gene Autry, Roy Rogers) nos resultaban insoportables y Archie “un pelotudo” y La Pequeña Lulú una obra maestra. Pero a todos también se nos puso la piel de gallina cuando al oficial italiano los árabes lo quemaban –literalmente– a balazos en medio del Sahara y salía humito de la carne chamuscada.... Y Pratt tuvo la culpa de todo eso. Y el viejo Breccia hizo lo suyo. Que lo digan el Crist, José Muñoz, Altuna, el Churrique, Mandrafina, toda la fila generacional.

“Un viejo bar de Sidi Ifni”, el texto de Fontanarrosa que recogimos en este número de Fierro, es más que un ejercicio de memoria emotiva. Es un manifiesto generacional.

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