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Domingo, 19 de agosto de 2007
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DICCIONARIO DE AFRICANISMOS EN EL RIO DE LA PLATA

Las voces de los silenciados

Por Silvina Friera

Aunque la cuestión puede haber pasado inadvertida, el lunfardo porteño ha heredado un amplio manojo de términos “incubados en crisoles africanos”. En el habla coloquial “dar changüí” es “dar ventaja”, pero también significa engaño, chasco, burla, mofa. La matriz de esta dicción proviene del Congo; allí el término se aplica a la danza. “Mina”, expresión alusiva a la mujer, procede de los negros minas, integrantes de una de las “naciones” sudanesas oriundas de Dahomey (Africa occidental), que cobraron notoriedad por sus fiestas y diversiones en que las mujeres lucían aderezos espléndidos y vistosas y rutilantes

alhajas, así como demostraban un carácter jovial y expansivo. “Punga”, que refiere al ladrón, proviene del kimbundu, y en la danza afrobrasileña es el golpe con la pelvis. “Marote”, término que se emplea para designar la cabeza, fue introducido en el Río de la Plata por esclavos procedentes del Dahomey. El “marote” es un cetro de precaria construcción al que se le coloca una cabeza de muñeco cubierta por un capuchón y guarnecida por cascabeles. Atributo de la demencia, lo esgrimían los bufones y los insanos. Las 683 palabras que Néstor Ortiz Oderigo incluyó en su Diccionario de africanismos en el castellano del Río de la Plata, editado por el Instituto de Pensamiento Latinoamericano de la Universidad de Tres de Febrero, son una fuente de sorpresas.

“Chongo”, vocablo de linaje kimbundu, lo empleaban los tratantes de “marfil negro” para referirse a los esclavos robustos, dotados de excelentes condiciones físicas que los tornaban muy aptos para el trabajo. También de origen kimbundu es “chingar” (cometer un yerro, equivocarse). La “chicana” de los políticos, esas triquiñuelas y mentiras a las que apelan con el objeto de lograr una finalidad, procede de “shika hanya”, que en la lengua ausá de Nigeria significa “perder la pista”. El “ají” –condimento picante que llegó a América como alimento de los esclavos negros– en el ausá nigeriano que se habla en Sudán quiere decir, precisamente, “algo picante”. “Amurar” procede del ausá y significa casamiento, pero en el Río de la Plata se la ha usado en el sentido de abandonar (como en el tango: “percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida”). El “abombado” con que los porteños designan a un tonto o aturdido viene del “bomba” congoleño; “cachaza”, lentitud en la manera de moverse o hablar, es una expresión de origen africano, que también designa un aguardiente de melaza de muy elevada graduación; y “guarango”, mal educado, grosero, es un vocablo procedente del congoleño. Y hay mucho más, como “quilombo”, “malambo”, “fetiche”, “mucama” y “tanga”, entre otras palabras.

Escritor y antropólogo, africanista y etnomusicólogo, Ortiz Oderigo dedicó largos años al análisis y reivindicación de los valores culturales africanos en América. “Llegados a nuestro país, ‘los hombres encadenados’ y su progenie empezaron a utilizar las expresiones de sus lenguas nativas y a deformar, por cierto que de manera inconsciente, las palabras castellanas con que se vieron forzados a enfrentarse, al ser enfocadas a través del cristal de las hablas africanas –explica Oderigo Ortiz en el prólogo del diccionario–. Y merced al contacto diario y reiterado con los ‘caucásicos’ y con los amerindios, estos vocablos fueron obteniendo carta de ciudadanía en el lenguaje común de la Argentina, y desde luego, aunque en menor escala, también en el idioma ‘culto’”.

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