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Domingo, 28 de octubre de 2007
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KIM BASINGER A LOS 53 AÑOS

Una belleza americana

La actriz de Nueve semanas y media y Los Angeles al desnudo repasa su carrera, reconoce que Batman sigue siendo la favorita entre sus películas y explica cómo hace una sex symbol para madurar y no morir en el intento.

Por Iker Seisdedos
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“Deberían verme recién levantada, cuando llevo a mi hija al colegio.”

Desde Berlin *

El mito sexual del cine en su madurez. El último papel de la actriz consiste en interpretarse a sí misma como mujer experimentada. Presta una cara con historia a una nueva línea cosmética y defiende el poder liberador de la edad. La bomba sexual de la melancolía al final de los ojos, la chica de belleza insegura y mirada aterrorizada de Nueve semanas y media ha dejado hoy paso a una mujer de 53 años. Delgadísima, casi transparente. De atractivo intacto y risa frecuente, y en ocasiones algo histérica.

–No todos los días se encuentra uno frente a una leyenda del cine... ¿Cómo se comporta usted cuando eso sucede?

–Recuerdo mi primera escena con Jack Nicholson en Batman. No estaba nerviosa, puede que por demasiado naïf o demasiado tonta. No fue así con Robert Redford; entonces estaba tan volada que no sé ni cómo salió el trabajo. Lo mejor de todo es que terminé siendo muy buena amiga de la mayoría.

–¿Tiene verdaderas amistades en la industria? ¿De esas a las que acudir cuando las cosas se ponen feas?

–Por supuesto. Siempre consideraré a Curtis Hanson, el director de Los Angeles al desnudo, un verdadero y gran amigo. Lo amo. Cuando me refiero a amigo, no significa necesariamente que hablemos por teléfono cada día, pero sí que si necesito un consejo sé que me lo dará. Es un tipo verdaderamente inteligente.

–Hace una década de esa película, que fue unánimemente considerada como su resurrección. ¿Cómo sientan los diez años a un muerto viviente?

–Supongo que lo que toca es estar continuamente resucitando (risas). Es toda una pregunta, supongo. La vida sigue. Por suerte, continúan llegando oportunidades interesantes. Seguís caminando colina abajo, ya se sabe. ¿Qué otra cosa se puede hacer?

–¿Cómo recuerda aquello, la suerte de cara otra vez y el reconocimiento del Oscar?

–Fue maravilloso conseguir el premio; era un sueño, sin duda. Pero ya me lo habían advertido otros que lo habían logrado: no puedes esperar que marque un antes y un después. Seguís siendo un actor en un juego en el que hay muchos como vos, por mucha estatuilla que tengas. Sos uno más en la fila. No podés elegir los trabajos pensando en conseguirlo. Tampoco va a cambiar tu carrera para siempre. Desde entonces no he tenido mejores ofertas. Las ha habido buenas y malas.

–¿Este negocio se basa en tomar decisiones?

–Absolutamente. Especialmente cuando hay que tomarlas en poco tiempo.

–¿Es algo que se aprende a hacer?

–Tiene que haber algo que te golpee. Porque te gusta la idea o porque la odiás. Lo notás en el estómago, sobre todo cuando el papel no es para vos. Cuando es bueno, sentís miedo y un vértigo terrible. Algunas veces, en todo caso, no podés andar oyendo tu estómago. Yo hice muchos papeles comerciales, en los que trabajás por la razón que sea. El de Los Angeles al desnudo, por ejemplo, lo rechacé nada menos que cuatro veces (risas). Acababa de tener una hija... ¡No quería encarnar a una prostituta! Tenía cientos de razones para no considerarlo siquiera. Pero Curtis (Hanson, el director) ya había decidido que yo haría ese trabajo. Nadie, ni siquiera yo, era capaz de hacerle cambiar de idea.

–Trabaja menos ahora que hace, pongamos, quince años. ¿No hay guiones que le interesen o nadie se los ofrece?

–Algunos años hice cuatro películas seguidas, y otros, ninguna. En éste, con suerte, participaré en cuatro proyectos maravillosos. No me preocupa en absoluto la falta de trabajo.

–¿Le falló alguna vez su instinto?

–Nunca. Siempre que me ha ido mal es cuando he ido en contra de él. Es una de las peores sensaciones... Encontrarte en medio de un proyecto en el que no querés estar y que no podés dejar.

–¿Cuál es su película favorita?

–Batman, porque afectó a niños de todo el mundo. Para ellos todavía soy Vicky Vale. Y ése es mi mayor logro profesional. Siempre me preguntan un montón de cosas... ¿Está el coche de Batman estacionado afuera? ¿Dónde está el hombre murciélago? Gané un Oscar, actué en un par de clásicos, pero nada se acerca a esa sensación.

–¿Hay algún papel que lamente?

–Claro, ¿tenemos toda la tarde para hablar del tema? (Risas.) Ya sabe... ¡no hice caso a mi instinto! Me lo merecía.

–Me siento en la obligación de preguntarle por sus secretos de belleza.

–Bebo mucha agua. Hago ejercicio como cualquiera. Evito el azúcar (risas). ¡Y me gusta reír un montón! Ese es el mejor secreto que existe.

–Dicen que la risa provoca arrugas.

–Me da lo mismo. Prefiero reír. Creo que no hacerlo fomenta el peor aspecto (más risas).

–¿Se ha hecho alguna cirugía estética?

–No. ¡No hasta el momento! Aunque no estoy en contra de nada que haga que la gente se sienta mejor. Lo que no puedo evitar es que me entristezca que en mi país, donde todo el mundo se opera, veas a alguien después de mucho tiempo y no lo reconozcas porque su cara no es la misma...

–Su campaña con los cosméticos Lancaster y la que Sharon Stone firmó con Dior fueron recibidas como un triunfo de la belleza real. Se dijo que no abundan las señoras de más de cuarenta en esa posición. ¿No le parece injusto cuando estamos hablando de dos de las mujeres más hermosas del mundo?

–Bueno, en primer lugar, no me considero entre las más bellas, ni mucho menos. Debería verme recién levantada, cuando llevo a mi hija al colegio. Me parezco bastante a las madres de las compañeras de colegio de mi hija.

–¿Cuál es el mensaje entonces? ¿Son los cincuenta los nuevos cuarenta?

–Ni idea. ¿Lo son? (Risas.)

–¿Cómo definiría la belleza real?

–Es una canción que llevo repitiendo desde hace años, cuando era una veinteañera y eso que llaman un sex symbol, y en cierto modo creo que es mi deber seguir con ella: sólo deseo seguir siendo más sabia con los años, porque eso te permite ser más feliz. De ahí que sea tan importante la risa, porque es una expresión de libertad. Sólo quiero ser yo misma. Si lo lográs cuando sos joven, mejor. Mi experiencia es que la edad te permite liberarte, tener menos miedo. Y eso se nota en tu aspecto.

–De lo cual se deduce que a usted le costó más de lo normal...

–La propia conciencia es algo muy difícil de lograr, especialmente cuando estás encasillada como una belleza, una starlet tontita y todo eso, que resulta que era mi caso... Te pasás un montón de años tratando de vivir con eso. Luego entrás en tu propia categoría y entonces te das cuenta de lo que realmente importa en la vida.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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