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Viernes, 23 de noviembre de 2007
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MURIO EL CELEBRE COREOGRAFO FRANCES MAURICE BEJART

Adiós al creador infatigable

El director de Sinfonía para un hombre solo y Che, Quijote y Bandoneón, que formó duplas inolvidables con los argentinos Jorge Donn y Cipe Lincovsky, fue uno de los grandes maestros del siglo XX, mediante puestas de inusual riesgo artístico.

Por Carolina Prieto
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Béjart mezclaba estilos, lenguajes y épocas en sus puestas.

Considerado como uno de los coreógrafos más significativos del siglo XX, renovador de la danza clásica y creador de un estilo personal que entremezcla estilos, lenguajes y épocas en puestas de gran despliegue, Maurice Béjart murió ayer a los 80 años en la clínica universitaria de la ciudad suiza de Lausana, donde había ingresado días atrás por complicaciones renales y cardíacas. El próximo 1º de enero el artista francés cumpliría 81 años y la reciente internación no le había impedido desatender su pasión. En diciembre próximo planeaba estrenar una versión de La vuelta al mundo en 80 días, y los detalles finales de la puesta los coordinaba desde la cama del hospital.

Hijo del filósofo Gaston Berger, Maurice Berger (tal era su verdadero nombre) residía desde hace veinte años en Lausana –donde creó el Ballet Béjart– y dejó un prolífico legado de casi doscientas coreografías inspiradas en temas y personajes de lo más variados, muchas veces literarios o históricos. Sus trabajos excedían el puro movimiento; incluían la palabra, escenografías amplias y fusionaban elementos del cine, el teatro y la ópera. Su propio estilo era ecléctico: con elementos de la danza clásica, neoclásica, contemporánea y bailes típicos de distintas partes del mundo. Nacido en Marsella, comenzó allí sus estudios en la más pura tradición del ballet. Luego ingresó a la Opera de París, realizó la régie de El pájaro de fuego y, en 1954 junto a Jean Laurent, funda el Ballet de l’Etoile, compañía con la que presenta su primera obra importante, Sinfonía para un hombre solo, primer ballet con música concreta que le valió un rotundo reconocimiento. Tras ese éxito, llega una invitación del Teatro Real de la Moneda de Bruselas, donde en 1960 funda el Ballet del Siglo XX y estrena su obra maestra, La consagración de la primavera, que produjo una suerte de conmoción de los sentidos y reflejó la locura del hombre por el poder. Durante 27 años dirigió este prestigioso elenco hasta trasladarse a Lausana y crear el propio. Y con motivo de su 80º aniversario, este infatigable creador sorprendió con la puesta de La vida de un bailarín, donde repasaba su trayectoria dando muestras, una vez más, de su eclecticismo: los intérpretes bailaban al ritmo de Wagner y de Los Rolling Stones.

También con música de Wagner hizo una puesta de Tannhaüser para el Festival de Bayruth y creó varias piezas inspiradas en bailes regionales y rituales de la India, Irán, Japón y Grecia. Desde sus inicios se acercó a la vanguardia de la mano de Janine Charrat y Roland Petit, convencido de que la danza podía nutrirse de otras zonas del arte. Así, generó un nuevo modo de concebir y plasmar el movimiento y para ello buscó intérpretes proclives a la experimentación, mentalmente flexibles y rigurosos en cuanto a la exigencia que la danza requiere. En los elencos, reunía bailarines negros, asiáticos, caucásicos, europeos y latinoamericanos. El argentino Jorge Donn fue uno de sus discípulos dilectos (bailó el Bolero con música de Ravel en el film Los unos y los otros, de Claude Lelouch), como también Beatriz Margenat, Cecilia Mones Ruiz y Luciana Croatto.

Su avidez por el conocimiento y su interés por culturas lejanas (se convirtió al Islam en 1973 y adoraba Oriente) excedían la danza y sin dudas la alimentaban. Una suerte de cosmopolitismo cultural marcó gran parte de su trabajo. Béjart estudió filosofía, era un lector apasionado, escribió dos libros de memorias e incursionó además en el cine, la poesía y hasta de joven quiso ser torero. Esta apertura le imprimió a la danza nuevos horizontes, más allá del circuito tradicional de los teatros. “He sacado la danza de las salas de ópera para llevarla a los Palacios de Deporte, a los Juegos Olímpicos y al Festival de Aviñón”, solía afirmar el hombre de mirada gatuna, barba recortada y cuerpo imponente. Y también: “El ballet no tiene por qué mostrar solamente a príncipes y princesas bellas. Nuestro ballet es muy actual y habla de la que pasa en el mundo”. Tal vez por ello desterró los tutús y las medias en pos de una total libertad de vestuario, desde jeans, ropa refinada o piezas mínimas y cuerpos al descubierto.

En Argentina dio a conocer piezas como El Presbítero-Tributo a Freddy Mercury y Jorge Donn (1999), Che, Quijote, Bandoneón (2001), donde cruzaba la historia del Che Guevara y la del Quijote, y Madre Teresa y los niños del mundo (2003), sobre la religiosa de Calcuta. En el libro autobiográfico Cartas a un joven bailarín, Béjart escribió: “Avanzamos en la vida y surgen puertas frente a nosotros, abrimos una para encontrar una solución, la salida, pero cada puerta da a un pasillo a su vez lleno de puertas y hay que avanzar, elegir, continuar... aunque en el fondo en eso consiste estar vivo: en hacerse preguntas. Y la única respuesta, tan cercana y que sin embargo nos parece siempre alejada, es la muerte”.

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