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Domingo, 2 de diciembre de 2007
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UN DOCUMENTAL SOBRE ARIEL DORFMAN

Historia personal, memoria colectiva

El film A promise to the death: the exile journey of Ariel Dorfman, del canadiense Peter Raymont, está en carrera para competir por los Oscar. Buenos Aires, Santiago de Chile y Nueva York son algunas de las ciudades en las que el autor de Para leer al Pato Donald repasa e interpreta señales de su vida, que ya había esbozado en su libro Rumbo al sur, deseando el norte.

Por Angel Berlanga
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“Hacer este viaje de vuelta a mi pasado me dio mucha paz”, plantea Dorfman.

¿De Para leer al Pato Donald a las entrevistas sobre la alfombra roja que pisaron tantas estrellas? A esta orilla del Plata, el sitio donde Ariel Dorfman nació en 1942, llega ahora la noticia de que un documental biográfico, A promise to the death: the exile journey of Ariel Dorfman, dirigido por el canadiense Peter Raymont, está en carrera para competir por los Oscar en el rubro documental. El film forma parte de la “lista corta” (shortlisted) oficial, compuesta por quince trabajos preseleccionados que aspiran a la estatuilla. El 22 de enero se informará cuáles son los cinco finalistas y el 24 de febrero, al tope del camino, el ganador. La cosa no estará fácil, de todas formas, porque entre esa quincena de precandidatos con chances también está Sicko, el documental en el que Michael Moore –ya oscarizado por Bowling for Columbine– contrasta el calamitoso sistema de salud pública de Estados Unidos con el de Cuba.

“Desde el inicio del proyecto y hasta la edición fui colaborando con Raymont y también con mi hijo, Rodrigo, que es productor asociado –cuenta el escritor vía correo electrónico, desde Amsterdam–. El documental se basa parcialmente en mi libro de memorias Rumbo al sur, deseando el norte, sin que esto implique una adaptación directa; ese texto fue, más bien, el punto de partida del film.” “De vez en cuando comento, en entrevistas, algo que se acaba de mostrar –explica–. Hay incidentes enteros evocados de Rumbo al sur... que se filman desde mi recuerdo en el lugar de los hechos; otras situaciones del texto, en cambio, desaparecen por completo.” En 1954 Dorfman, que había vivido entre los dos y los doce años en Nueva York, se mudó junto a su familia a Santiago de Chile. A esa altura, cuenta en ese libro, ya se había autodefinido “como un niño norteamericano absolutamente urbano y resueltamente monolingüe en inglés”. “Tuve que sumergirme muchos años en Chile –anota poco después– para que me enamorara del idioma y del continente que había repudiado.” Cuando llegó el golpe militar de Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, Dorfman se desempeñaba como asesor cultural del gobierno del presidente Salvador Allende.

“Hay tres líneas narrativas en el film –cuenta–. A) La época de Allende, el golpe y cómo sobreviví; B) Un viaje de retorno a Chile en 2006, que culmina con la muerte de Pinochet; C) Mi vida de múltiples exilios. La película termina siendo una meditación sobre la forma en que un país como Chile puede enfrentar el terror sin que eso se convierta luego en violencia, al contrario de lo que pasó con el otro 11 de septiembre, el de 2001, el de las Torres.” Buenos Aires, Santiago y Nueva York son algunas de las ciudades en las que Dorfman mira, repasa, interpreta, desde el film, historia personal e historias colectivas.

El documental, que en castellano fue titulado Una voz contra el olvido: el largo exilio de Ariel Dorfman, peregrina desde septiembre por festivales: ya ha sido exhibido en Toronto, San Pablo, diversas ciudades de Estados Unidos, Leipzig, Sheffield y Amsterdam; en los próximos días se verá en La Habana, Dubai y Hong Kong. “Hubo una preventa de derechos para National Geographic en español, para toda América latina –señala Dorfman–. Tenemos la esperanza de mostrarla en cines por todo el continente. También tenemos la intención de ir al Festival de Cine de Buenos Aires y a Santiago: la idea es que junto a Raymont podamos asistir personalmente al estreno en los dos países latinoamericanos a los que pertenezco.”

“Peter Raymont acaba de ganar el Emmy con Shake hands with the devil; es uno de los grandes directores documentalistas de Canadá y está considerado como uno de los mejores del mundo –elogia, frondoso, Dorfman–. Es una persona con gran delicadeza estética junto con una feroz dedicación a la justicia social. Nos entendimos muy bien y yo siempre comprendí que aunque se trataba de mi vida, el film final era suyo; ese mutuo respeto se nota, yo creo, en lo que se ve en la pantalla. Es evidente –conjetura– que esto impresionó también a los de preselección para la carrera del Oscar, o no hubiéramos podido entrar a esta carrera.” ¿Qué descubrió al hacer el documental? “En general –responde– suelo ser de esos que tienen el mundo muy elaborado; quiero decir, que vivo en constante e-labor-ación, laborando el futuro. Pero me encontré con muchas situaciones impredecibles. Tal vez la más importante fue visitar el cementerio de la Chacarita y descubrir que la tumba de mis abuelos ya no estaba, que habían echado sus cuerpos al osario común. Cómo reaccionamos ante la situación mi hijo y yo, en ese momento, fue algo bien especial. Tengo la impresión de que hacer este viaje de vuelta a mi pasado me dio mucha paz, una cierta serenidad. Y creo que se nota en el film.”

“La recepción hasta el momento ha sido increíble en todos los festivales y las presentaciones –concluye–. La gente reconoce esta exploración personal de mi pasado como algo que va mucho más allá de un hombre, de un escritor, para hacer preguntas sobre nuestra humanidad actual.”

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