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Miércoles, 2 de noviembre de 2005
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LA HISTORIA DE LA PRIMERA MODELO SEXY DE LA TERCERA EDAD

“Me animo hasta al topless”

Eva Morel, modelo de la campaña de Reebok, es la cara visible de un vuelco en la imagen de los viejos, que ahora se ven sexies en publicidad y TV. “Toda mi vida me dieron papeles menores –dice–, ahora quiero brillar.”

Por Julián Gorodischer
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Eva Morel a sus setenta y pico: quiere revancha.
Toda la vida le tocaron papeles de vecina o de mucama hasta que, a los 74, llegó el gran salto. Ahora se queda mirando durante horas su propia foto zarpada que ilustra la publicidad de Reebok. Eva Morel es una viejita sexy, que se levanta las lolas frente a un espejo preparándose para la conquista. En otra de las tantas fotos que empapelan la ciudad o se despliegan en revistas de rock, se levanta las nalgas, juguetona, y hasta se habría animado al topless si se lo hubieran reclamado los guionistas. Su voz es el secreto mejor guardado de la campaña de zapatillas deportivas: es conocida por su imagen, pero la obligan a callar (para no acentuar la ligazón de la zapatilla con la ancianidad, según una asistente de marketing). Aquí, sin embargo, se la podrá escuchar, en la primera entrevista de su vida. Durante 60 años le tocó el perfil bajo de los del montón: atravesó guardias interminables en busca del bolo, castings masivos de los que, muchas veces, salió rebotada. ¡Tiene tantos recuerdos de la mezquindad de las estrellas! Eva fue, en los ’80, la mucama de Rosa de lejos, y le tocaba apenas un par de líneas; de esa época le quedó un gusto amargo.
“Leonor Benedetto –recuerda Eva Morel– no era gran compañera; una vez le pedí su libreto para ver mi texto y dijo: ‘Pídaselo a la producción’. Pero, ¡qué importa! Yo voy a ser como Jessica Tandy, que hasta los 75 hizo papelitos y después de Conduciendo a Miss Daisy brilló...”
Esta es la biografía abreviada de una mujer que quiso ser famosa y se limitó al protagónico en fotonovelas de la revista María Rosa, relegada a roles de mucama, vecina o tía, como imagen en el fondito, hasta que la moda intervino y le realzó la figura en imprevistas medias de lycra, minifalda hasta la mitad del glúteo, zapatillas doradas como de quinceañera. Ahora, Eva Morel no deja de recibir propuestas para quedarse desnuda en un jaccuzzi junto a otro hombre (para una publicidad de Banco Francés, sobre viejitos en baño de burbujas), para bailar hip hop junto a una tribu juvenil (en el aviso de una gelatina canadiense), y nunca dice que no. Mañana, sin ir más lejos, se la verá como una monja con medias de red llamada Sor Etel, en un capítulo de Mosca & Smith (Telefé, jueves a las 23), en extraña aparición que la obliga a pasarle la pierna por encima del hombro a un curita joven, intentando seducirlo. La vida de esta abuela de Lanús se transformó por completo el día que colgaron el afiche con su foto (y el de otros dos viejos que muestran sus bíceps o se estiran las patas de gallo): ¿un cambio repentino de las reglas de la venta?
–No es una cosa muy normal –admite Eva Morel–; si lo hiciera en la calle, la gente me miraría de manera extraña. Actuando, eso sí, puedo llegar a ponerme una bikini. Lo que pasa es que ahora los creativos piensan que una persona de tercera edad puede sentirse joven, y sirve como una buena promoción para sus zapatillas.
En el desfile organizado por la marca de zapatillas, al que define como un “bizcocho”, a Eva Morel se le asignó una jaulita transparente, se la vistió con zapatillas doradas, hasta que empezó a notar que el evento decaía: la gente empezaba a aburrirse. “Le dije a la señorita que estaba a cargo que nos dejara subir a la pasarela con los modelos jóvenes, pero no nos dejó –se queja Eva–. Teníamos que quedarnos en los boxes. Cuando finalmente nos liberaron, el otro señor que trabajó conmigo empezó a mostrar su musculatura de tercera edad, con un bíceps de acuerdo a sus 75 años... Yo me levanté el busto, me levanté la cola, les demostré a los jóvenes que tenía buena figura. Saludé como una bailarina e hice mutis.” Con el modelo masculino que la acompaña en sus performances quedaron “muy amigos” y proyectan una salida especial hasta el cartel gigante en el shopping. “Mi hijo –dice Eva– va a llevar la camarita digital.”
Lo verdaderamente revolucionario de la campaña con viejos (tanto en el caso de Reebok como en el de la marca Key Biscayne) es poner el foco en el sexo. Eva es consciente del cambio en la simbología y lo resume como el contraste entre dos arquetipos. Lo que había –dice– era el imperio de la abuelita: gorda, tetona, de brazos fofos y mirada ingenua. La que llega es la señora mayor, con tintura en el pelo y hasta permisos para una operación. ¿Ejemplos? Mir- tha Legrand, en el catálogo de Morel, es señora mayor... Lydia Lamaison es abuelita. Siempre creyó que llegaría a los 70 como una abuelita; sería la culminación de su vida como madre, abuela, ama de casa y jubilada. “En mi tiempo, como ama de casa, atendía al bebito, a mi papá, participaba con mi marido de una compañía de sainete donde hacíamos Qué noche de casamiento, Canuto Cañete... El era el galán cómico; yo, la damita joven. Salíamos a corretear los clubes con función y baile.” Lo que llegó, post-aviso de Reebok, es la desmentida brutal de que un viejo no puede seducir. Llegan posturas que inquietan: manos sobre los pechos, dedos entrelazados detrás de la nuca, pubis volcado hacia adelante, mano que baja la pollera por debajo del ombligo, una tanga que asoma.
–No tengo técnica de seducción –aclara Eva–, espero un guión, la actúo... La levantada de pechos la pidieron ellos, y yo le agregué la de cola. La otra mujer, Olga Vilmar, tiene 85 y se negó a la levantada de pechos porque dijo que no la comprendía. Posa estirándose las patas de gallo. Le aconsejé: “No analices, hacé y listo”. Yo me jugaba un porvenir.
–¿Cirugías?
–Quedan mal cuando están tan estiradas que no se pueden reír, y por eso prefiero las viejas al natural. Hay personas que tienen que hacérselo como Mirtha Legrand, porque necesita lucir hermosa y esbelta, es una diva. En cambio, Lydia Lamaison, con más de 90, no las necesita porque hace de abuelita. Yo pregunto en los castings: ¿necesitás una abuelita o una señora mayor? Yo de abuelita no doy.
–Lo nuevo es que quede insinuada una sexualidad de los viejos...
–¿Sexo en la tercera edad? ¿No te parece una pregunta muy indiscreta? Yo no puedo hablar de los demás. Me parece que nos estamos yendo por las ramas...
El conflicto se le presenta cuando le escatiman precisiones sobre el personaje que interpretará. En esos momentos, Eva duda: ¿quieren a una vieja que responda al modelo anterior (la paródica) o una que se tome bien en serio la seducción y la conquista? A los de la gelatina canadiense que la indujeron a bailar hip hop les preguntó, insistente, pero sólo recibió un silencio forzado como respuesta. “Precisaban –dice– un señor y una señora mayor para bailar hip hop. Menos ponerme de cabeza, yo puedo copiarlo todo. Pero había trampa: no explicaban si querían ver una señora mayor en buena forma o una toda desparramada. Hay dos opciones: el ridículo o lo armonioso. Si pregunto, no me dicen. ¡No sé lo que esperaban!” Optó por lo armonioso, vestida con un pantalón de tiro bajo, una remerita por encima del ombligo, pero dudaba... se sentía atonal, disrítmica, sin saber si querían a una vieja como de Todo x 2$, un grotesco de sí misma, o una que de verdad ratonea. Su decisión fue una toma de partido ideológica: “Estamos en los albores –dice– y esto puede llegar a mucho más. No me gusta ser la vecina, la tía que trae una torta y se va, no quiero más de eso.” Consciente de la brecha que separa su propia imagen publicitaria de la vida real, Eva Morel no quedó hipnotizada por las luces del flash, ni inaugura el glamour de ser viejo, ni pretende convencer acerca de un encanto generacional. “Ni te digo lo que gasto en remedios. Y el otro modelo –dice– también cobra la mínima. ¿Qué Reebok? Yo uso unas truchas que me compré en Lanús, en una liquidación a 30 pesos.”

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