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Domingo, 6 de noviembre de 2005
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“LOS MALDITOS”, UN LIBRO PARA RECUPERAR LA MEMORIA

El otro rompecabezas de la historia

El trabajo, coordinado por Norberto Galasso, rescata biografías de más de 200 personalidades, desde escritores hasta cineastas, científicos y economistas, todos postergados en su momento.

Por Cristian Vitale
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Rodolfo Puiggrós, Homero Manzi, Haroldo Conti y Rodolfo Walsh.
¿Qué es un maldito? Según el diccionario, un perverso “de costumbres torcidas, de malas intenciones”. Otra acepción más figurada se utiliza a menudo para impresionar con hechos o personajes, cuyo trascender enigmático posiciona bien a su ilustrado “descubridor” en alguna tertulia de entrecasa. Sin embargo, un grupo importante de profesores de historia, coordinados por el historiador Norberto Galasso, no recurrió a ninguna de estas definiciones para elaborar un libro esencial llamado, precisamente, Los malditos: Hombres y mujeres excluidos de la historia oficial de los argentinos (Ediciones Madres de Plaza de Mayo). Siguiendo a Marx en una de sus máximas (“En toda sociedad, las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante”), a John William Cooke (“El diccionario lo ha escrito la clase poseedora”) o a Arturo Jauretche (uno de los escritores que más ha utilizado el término para definir, por caso, al lúcido pensador americanista Rodolfo Kush), Galasso ubicó esa palabra en otra dimensión: “Un maldito es aquel que se atreve a impugnar el discurso dominante, y por eso es silenciado, marginado y descalificado”.
Los malditos, entonces, rescata biografías de unas de 210 personalidades –entre artistas plásticos, cineastas, economistas, escritores, historiadores, políticos, sacerdotes y científicos– que en algún momento, incluso en muchos casos hasta hoy, han sido sistemáticamente negadas por un discurso dominante con buena memoria. “Kush le puso el acento al quehacer del hombre y la mujer americana como portadores de cosmovisiones que colisionan y siguen colisionando con las variopintas e internamente antagónicas pretensiones de las minorías ‘occidentalizantes’”, explica Alfredo Aguirre, docente universitario que colaboró en el libro, rescatando precisamente al autor de El pensamiento indígena y popular en Latinoamérica, escrito en 1962.
Excluidos Juan José Castelli, Hipólito Yrigoyen, Juan y Eva Perón o el Che Guevara –denigrados pero no silenciados–, pueblan las páginas de este compendio personajes y anécdotas sugestivas, como si sus hacedores intentaran rearmar el rompecabezas de la otra historia. Hay, entre muchos, un rescate de Jorge Cedrón, aquel cineasta que convirtió en película el libro Operación Masacre de Rodolfo Walsh bajo la dictadura de Agustín Lanusse. Y murió en 1980, en París, tras un confuso accidente; también de Simón Radowitzky, Haroldo Conti, Felipe Varela, Paco Urondo, Julio Troxler, Rodolfo Puiggrós, Homero Manzi. O de Juan Bialet Massé, que no sólo es un pueblito a mitad de camino entre Cosquín y Villa Carlos Paz, sino un fortísimo opositor a la explotación de los obreros rurales.
“Los malditos es una obra interesante por el papel reivindicativo que cumple. Una reivindicación tan justa y necesaria de vidas y obras dehermanos que, sin ser de bronce, tuvieron vidas ejemplares, y que no podían quedar en el olvido, porque todo pueblo necesita de su historia para seguir avanzando”, dice otro de los colaboradores, Fernando Arcardini, profesor de historia y educación cívica.
Del mismo modo, el libro evoca a malditas olvidadas. Una de ellas es Julieta Lanteri, atrevida mujer que votó en las elecciones de 1911 “ante la mirada estupefacta de los varones”, y que en 1919 se presentó como candidata a diputada por el Partido Nacional Feminista –¡creado por ella!– y cosechó 1730 votos. U otra genuina intrépida que el imaginario poco registra: María Luisa Carnelli –amante de González Tuñón–, que firmaba sus tangos trasgresores y mordaces con seudónimos de hombre, allá por la década del ’20. “En este camino de construcción de la otra historia desde una óptica nacional y popular –sostiene la historiadora Mara Espasande–, hemos querido rescatar la obra, el pensamiento y el accionar de más de doscientos argentinos y argentinas malditos: conocerlos no como mera curiosidad histórica ni como entretenimiento literario, sino como forma de escuchar qué tienen para enseñarnos sobre las luchas que aún continúan por mayor justicia e igualdad.” En este sentido, consta también la infatigable labor de Enrique Mosconi contra los trusts petroleros internacionales a principios de los ’40 o la gesta quijotesca de Alejandro Olmos, acusado de fascista, comunista o irresponsable –según la época– sólo por combatir sin pausa a Martínez de Hoz y, consecuentemente, la ilegitimidad de la deuda externa argentina.
En la obra –que consta de dos tomos con más de 400 páginas cada uno–, también se da cuenta de hechos inadvertidos. Por caso, es conocido que Hugo del Carril fue un ferviente peronista (el cantor oficial de la marcha), y también que fue caprichosamente excluido de la vida artística y cultural tras la revolución de 1955, pero no lo es tanto que se enfrentó con la burocracia justicialista, cuando lo acusaron en vano de no haber concurrido al velorio de Eva Perón “por no interrumpir un recital en Montevideo”, o que le hicieron un expediente en la Side por filmar Las aguas bajan turbias (1952), basada en el libro de un comunista por entonces preso: Alfredo Varela. “Cuando Perón se enteró de lo que me habían hecho y que Varela estaba detenido, se puso furioso y lo mandó liberar” (dixit, Del Carril). Apenas se recuerda, a su vez, que Andrés Framini fue uno de los sindicalistas que creyó en el giro a la izquierda de Perón a principios de los ’60 –y actuó en consecuencia–, pero menos aún que inició su camino sindical tras fracasar como cantor de tangos –porque cantaba mal– y la terminó infartado luego de ver Sinfonía de un sentimiento de Leonardo Favio, el 9 de mayo de 2001. “Entender la historia desde esta óptica implica dejar de lado la concepción de la historia oficial, basada en los grandes hombres, héroes de bronce y mármol”, agrega Espasande.
A algunos quizá les resuene Manuel Savio –otro maldito para Galasso y compañía–, porque así se llama una de las estaciones del Premetro que enlaza con el subte E, pero no por su ferviente lucha por “argentinizar el acero” cuando se erigió como principal impulsor de Somisa. Incluso se recupera un texto de Oliverio Girondo que, en un click de su vida, se reveló antiimperialista, atacando su propio origen aristócrata y su fascinación por lo europeo. “Mientras la economía del país se encuentre en manos extranjeras y los servicios públicos no nos pertenezcan resultará ilusorio defendernos del atropello exterior (...) viven tan absorbidos por lo que sucede del otro lado del Atlántico, pero de nada vale saber lo que sucede en Europa y percibir su decrepitud”, escribió en un ensayo en 1940. Otra perla es que, después de leer El centauro, libro de poemas escrito por Leopoldo Marechal, Roberto Arlt le dijo: “Poéticamente sos lo más grande que tenemos en habla castellana”. Un cruce entre malditos que seguramente a pocos “hegemónicos” les resulte agradable recordar: de ahí la indispensable existencia de esta obra.

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