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Martes, 11 de marzo de 2008
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Beatriz Guido, a veinte años de su muerte

Aquella estilista de la provocación

Integrante de la llamada “generación del ’55”, la escritora rosarina admitía que estaba marcada a fuego por su incorregible antiperonismo. El Centro Cultural Rojas y el Recoleta le rendirán homenaje.

Por Silvina Friera
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Beatriz Guido, autora de El incendio y las vísperas, sabía hacer de la mentira verdad.

Beatriz Guido pertenece a la raza de los polémicos, esas figuras públicas tan insufribles como escurridizas que supieron construir un torbellino de imágenes más o menos persistentes en el imaginario cultural, pero parciales e incompletas: la señora híper burguesa, la snob, la tilinga, la gorila, la resentida, la gran fabuladora y mitómana. Si el pez por la boca muere, ella “vive” en la ambigüedad de sus palabras, a las que conviene poner entre paréntesis, si se recuerda que alguna vez confesó ser “terriblemente mentirosa”. Un apretado repaso por sus controvertidas declaraciones permite bosquejar apenas los contornos del terremoto Guido en la cultura argentina, aunque hoy casi no se escuchen esos estremecimientos o se confundan con una masa de ruidos lejanos, resonancias de un sueño o tal vez una pesadilla. Integrante de lo que se llamó “la generación del ’55”, admitía que estaba marcada a fuego por su incorregible antiperonismo. “Yo, David Viñas, el Che Guevara, Ramón Alcalde, pertenecemos a una generación golpeada, resentida. No teníamos más remedio que ser antiperonistas, pero eso nos cerró las posibilidades de expresión.” Al evocar el premio Emecé que ganó en 1954 por La casa del ángel, con una ironía feroz, dijo: “¡Fue tan fácil!, era amiga de todos los jurados. Los concursos son tremendos. A mí me premiaron por amiguismo, y cuando yo fui jurado premié también a amigos. Lo más grave es que, por ayudar a mis amigos, que eran escritores menores, dejé pasar un libro de Cortázar sin premiar”. Se deleitaba asumiendo su indeclinable esnobismo. “Tomar el té en el Plaza ¡me inspira tanto! O comer pizza en Los Inmortales, que también es tan snob. Lo que pasa es que soy muy burguesa.” Disfrutaba y capitalizaba con desparpajo los dardos que le arrojaba Arturo Jauretche desde las páginas de El medio pelo en la sociedad argentina. “Ojalá Jauretche escriba contra mí. Que sobreviva mucho tiempo, así se siguen vendiendo mis libros.”

A veinte años de su muerte, mañana a las 19 comenzará un homenaje a Guido en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038). Entre la serie de actividades programadas para recordar a la escritora rosarina, autora de La caída (1956), Fin de fiesta (1956) y El incendio y las vísperas (1964) –novela que fue record de ventas en los sesenta–, entre otros títulos, se realizará una mesa redonda en la que participarán Manuel Antín, Graciela Borges, Josefina Delgado y José Miguel Onaindia. Después de la charla, se proyectará el documental Tema y variaciones, dirigido por Santiago Palavecino, y la película La mano en la trampa (1961), dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, con quien estuvo casada y con quien inició en 1957, a partir de la filmación de La casa del ángel, una actividad en común donde literatura y cine se integraron en un solo planteo estético. Además, durante todo el mes de marzo y abril habrá un ciclo de cine en el Centro Cultural Recoleta (ver aparte).

El director del Rojas plantea a Página/12 que quiere rescatar a una escritora que, “más allá del juicio sobre su literatura, fue un referente durante tres décadas de la vida cultural del país”. Onaindia recuerda que Guido era consultada por los medios de comunicación para opinar sobre hechos políticos y culturales. “Me pareció importante traer al recuerdo de los jóvenes, principales asistentes al Centro Cultural, a esta escritora que fue una figura emblemática y controvertida de la intelectualidad argentina. En un ámbito que dentro del imaginario público está vinculado a las vanguardias, hay que rescatar la impronta de una mujer que en su momento fue la vanguardia. La casa del ángel estaba dentro de un grupo de novelas que rompieron las estructuras tradicionales del relato por vericuetos que la literatura no había transitado hasta ese momento.”

Muchos autores de la generación del ’55 han sido postergados de la memoria literaria. Lejos de la infatigable persistencia que tuvo su nombre en el ámbito intelectual entre las décadas del 60 al 80, Guido dista de ser la excepción a la regla de ese olvido generalizado. “En el ’88 murieron tres escritoras de distintas generaciones: Luisa Mercedes Levinson, Beatriz Guido y Sara Gallardo, que eran las tres últimas mujeres que habían tenido, por diferentes motivos, un gran protagonismo en el mundo intelectual –señala Onaindia–. Me parece que hay un olvido generalizado de muchos escritores que marcaron épocas.”

“La palabra mentira, con sus connotaciones delictuosas, con su aura melodramática, respondía al gusto de Beatriz”, escribió hace unos años Edgardo Cozarinsky, recordando gozosamente a la escritora rosarina. El cineasta Manuel Antín, guionista y director de La invitación, película basada en la novela de Guido, coincide con esta apreciación de Cozarinsky, que capta el tono y el estilo del personaje. “A Beatriz no se la puede contar en pocas palabras –afirma–. Era la mujer que mejor mentía la verdad que he conocido en mi vida. Tenía la virtud de que las mentiras que decía se realizaban.” Antín remata con una anécdota: “Una vez fui a su casa y en el living estaban los dos hijos de Torre Nil-sson, él y ella, cada uno en un rincón, escribiendo. Entré y me quedé callado en el dintel de la puerta porque no quería interrumpir. De repente, Beatriz levantó la vista, me vio y se dio cuenta de que yo estaba contemplando ese cuadro extraño de cuatro personas que estaban escribiendo, y con mirada angelical me dijo: ‘Aquí todos escriben, nadie trabaja’”.

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