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Martes, 6 de diciembre de 2011
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Bob Gruen repasa su carrera en la muestra Rock Seen

“Jamás pensé que el rock iba a ser una cultura gigantesca”

La exhibición de imágenes tomadas por este célebre fotógrafo rockero se inaugurará mañana en el Centro Cultural Borges. En el recorrido hay fotos icónicas de John Lennon, Bob Dylan, los Rolling Stones, Elvis Presley, Bob Marley y Led Zeppelin, entre otros artistas.

Por Luis Paz
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Bob Gruen frente a una colección de sus imágenes, incluida la icónica de John Lennon.

Casi todas las comparaciones se embudan sobre que el que expondrá en el Centro Cultural Borges a partir del miércoles 7 de diciembre es el fotógrafo de rock con la más alta habilidad de ubicación en la historia de ese movimiento. Y Bob Gruen lo hizo sin cámaras de alta gama con GPS. Es que si la ubicación es un doble eje, de tiempo y de espacio, la parábola de su flash abarca las últimas cinco décadas de música joven y cultura rock y documenta, como mediante una cláusula de enganche, la evolución de la industria en torno de ellos, al punto de haber fotografiado, hace semanas nomás, el abrazo de un Keith Richards tan encanecido que se podría imprimir en su pelo con un Bill Clinton con la misma actitud “puedo ser más apuesto que Kennedy” de sus épocas. Y espacialmente, va de su nacimiento en Nueva York en 1945, pasa por su gira por Japón con KISS en 1977 (¡gira por Japón con KISS en 1977!) y recalará el miércoles 7 a las 19 en el centro cultural de Viamonte y San Martín para inaugurar la muestra que demuestra su carácter de pasajero frecuente de la fotografía.

¿Qué tal avanzar en la teoría del GPS? Barry Feinstein fotografió el géiser de la cultura rock que fue Woodstock. Bob Gruen había hecho su debut en la fotografía de rock seis años antes, durante el festival de Newport, y capturó el manifiesto eléctrico y expreso de Bob Dylan, el magma del que luego hirvió aquel géiser del ’69. Jim Mar-shall le sacó fotos a Jimi Hendrix quemando su guitarra en el festival de Monterrey y a Johnny Cash en la cárcel de San Quintín, dos patentes que se conocen en la cultura rock. Bob Gruen le puso a Le-nnon una remera algo ridícula que declaraba amor por Nueva York, esa foto se convirtió en la más icónica del Beatle John y reproducciones de esa remera se venden en el Once a 15 pesos. Annie Leibovitz inmortalizó a John y Yoko desnudos en la cama para la revista Rolling Stone, la mañana del día en que el ex Beatle fue asesinado. Gruen fue amigo y fotógrafo profesional e íntimo de ambos y uno de los primeros a los que llamó Yoko luego de que Mark Chapman creyera que estaba haciendo quién sabe qué clase de justicia y le disparara a John. La única que en esta generala de la fotografía rockera mundial le saca una ventaja a Gruen es Linda Eastman, que no sólo pudo tocar con su Beatle favorito, McCartney, sino que también lo desposó.

En fin, basar la idea de Gruen como el más ubicado de los fotógrafos por su relación con Lennon es caprichoso, pero si se investiga a los artistas internacionales de rock más descollantes en la historia de esa cultura, Bob Gruen allí estará, entre los resultados del buscador para Muddy Waters, Rolling Stones, Elvis, Madonna, Bob Marley, Sex Pistols, KISS, Ike & Tina, Led Zeppelin, The Clash, Frank Zappa, Green Day, AC/DC, Funkadelic, Patti Smith, Aerosmith, Elton John y Jon Bon Jovi. Y John Lennon, por supuesto. La lista completa y algunos de sus trabajos pueden verse en su sitio Bob Gruen.com, con el que también supera al gran retratista de la estética rock más reciente, Renaud Mounforny: el francés admitirá el gesto poético de no estar en Wikipedia, pero el diseño del sitio del fotógrafo estadounidense parece haber salido directamente de un prototipo de la Internet.

–Más allá de que su trabajo esté tan fuertemente relacionado con el rock, usted lo conoció luego de la fotografía como espacio de expresión. ¿Cómo fue que se acercó a las cámaras?

–Mi madre era fotógrafa y con todo el equipo que había en casa, siendo yo un niño, fue natural empezar a explorarlo y a jugar. Ya de chiquito le sacaba fotos a lo que fuera: a mis juguetes o a una olla, los animales, mi madre. Era lo más común para mí, pero no era porque quería ser fotógrafo.

–¿Y cómo fue que ocurrió? ¿Cómo entró el rock en ese “lo que sea” y cómo la fotografía se convirtió en su oficio?

–Fue por casualidad, en verdad. Cuando terminé la secundaria, me mudé al Greenwich Village con unos amigos que tenían una banda de folk rock. Estaba buscando trabajo y me ofrecieron pagarme por algunas fotos de su último concierto, para la inauguración de un local de Paul McGregor. (NdR: Un estilista de Nueva York que impuso entre los jóvenes de entonces el corte desmechado, a partir de aplicárselo a Jane Fonda, y que desde entonces lideró un emporio de la vanguardia capilar en Nueva York y el mundo.) Todo empezó como una changa, pero resultó que alguien de la industria conocido de McGregor vio las fotos, le gustaron y... bueno, todo fue una bola de nieve.

La cuestión fue que del armado de aquel evento también participó Bob Crewe, productor insigne de aquellas coordenadas y fan del grupo de los amigos de Gruen, Gli-tterhouse. Cuando los contrató, sumó al combo a Gruen como fotógrafo de Glitterhouse. El resultado de sus obras con esos amigos, en el marco de una industria donde los fotógrafos de rock existían tanto como los reproductores de mp3, lo llevó a su primer gran trabajo: retratar a los Bee Gees durante los festejos de su décimo año. “Durante la primera mitad de los ’60, y más allá de que me gustara la música, jamás me hubiera imaginado que pudiera trabajarse en el rock si no era como empresario o como músico”, comenta.

–Desde aquellos años, el rock también ha sido una bola de nieve. ¿Pensó por entonces que eso tan divertido y curioso podía perpetuarse cincuenta años?

–De ningún modo. En primer lugar, jamás pensé que algo que hacían mis conocidos podía llegar a ser tan grande. En segundo lugar, aunque hubiese visto que iba a ser grande, no hubiese creído que iba a serlo durante cincuenta años. Y en tercer lugar, menos que iba a generar esta cultura tan gigantesca.

–¿Tiene algún momento favorito?

–No sólo uno, pero sé cuál es el primero: el concierto de Bob Dylan en Newport, tocando rock con electricidad y amplificación y haciendo su declaración rockera frente a un gran público de música folk. Ese fue un momento muy fuerte en la historia que cristalizó cosas que vendrían después, pero he visto tan buenos conciertos desde entonces que no sabría con cuáles quedarme.

–Y si le preguntan con qué banda se le hizo muy entretenida una sesión y con cuál se volvió muy ardua alguna otra, ¿cuáles mencionaría?

–¡Oh, los Who! Era imposible sacar una buena foto de ellos en sus shows. Sobre todo de Keith Moon, porque se movía como un desquiciado y se escondía, agachaba mucho la cabeza y el cuello. Pero también era muy difícil Roger Daltrey, porque se paraba fuera de las luces o de espaldas. Y las más amenas, es fácil: las bandas de los ’80, que estaban con todo eso del rock como show business y eran juguetonas, se ponían cualquier cosa, se maquillaban mucho, hacían caras y tenían mucho pelo.

–Para los ’80 ya se había profundizado el modelo de la música y la cultura rock como una industria mainstream, pero en paralelo usted siguió retratando el under de su ciudad. ¿Cómo eran esos circuitos?

–En el under era como siempre y yo ya tenía unos años más, aunque me la aguantaba. Era muy, muy, muy complicado. Para comenzar, las luces te arruinaban todo, porque nadie sabía operarlas ni eran buenas. Ahora hay un montón de zonas VIP a las que van los periodistas y vallados para los fotógrafos, pero en esa época te acercabas y disparabas una foto a lo que llegabas a ver, o te metías lo más adelante que podías y buscabas una buena toma. No me gustaba tirar fotos a ciegas, amaba esa música y siempre me han gustado los de-safíos, así que me mandaba y era muy entretenido el under para mí. Por otro lado, ya en el mainstream las bandas y las empresas sabían la importancia de la imagen, y las fotos se habían convertido en el modo más común de generar imagen en torno de una banda, los videoclips recién aparecían. Pero también empezó a haber problemas para trabajar...

–¿Se volvió una profesión de moda y hubo exceso de oferta?

–No, aparecieron las corporaciones. Se metieron en todos los lugares y ya aparecían fotógrafos puestos por las compañías, que a veces tenían la exclusividad de algunos shows, y también todo el tema de los derechos de reproducción de las imágenes. Pero no me fue sorpresivo: las corporaciones no han sido hechas para apoyar al arte, sino para llenarse los bolsillos. En este caso, hablo de las corporaciones editoriales.

–Las corporaciones del desarrollo tecnológico basan su persistencia en dispositivos como los teléfonos móviles, las tablets, las cámaras de fotografía y video. ¿El mundo corporativo volvió a complicar a sus colegas de profesión o no tiene nada que ver la herramienta con el oficio?

–No, no tiene nada que ver. O sea, usar una cámara de fotos, estudiar y practicar puede llevarte a ser un fotógrafo, pero no basta con tener el equipo. En cada show al que voy veo a un montón de personas sacando sus propias fotos, pero pienso que no son fotógrafos, o sólo muy pocos lo son. Por lo general, simplemente son gente que saca fotos en shows. Para ser fotógrafo, de lo que sea, hay que tener cierto timing, hacer un recorte estético, trabajar un concepto y poseer alguna competencia técnica. El interés de alguien que saca fotos es captar caras. El del fotógrafo, atrapar sentimientos. Es como pasa con la música: ahora tenemos a toda esta gente interesada en hacer música, algo que se volvió tecnológicamente muy accesible y barato, pero eso no quiere decir que todos vayan a ser unos artistas de la música. El rock es una expresión de lo que sentís, y la fotografía también lo es.

–¿Y cuál le parece que fue el momento en el que el rock tuvo más fuerza documental sobre los sentimientos de la gente? ¿Cree, como se sostiene, que en eso el de los ’60 fue insuperable?

–Siempre hay fuerza documental y emocional en el rock. El rock es un espacio en el que todas las semanas pasa algo y en donde todo cambia radicalmente cada, no sé, diez años o menos, cinco, a veces en dos años. Pero nunca ocurre que ayer no había señales del cambio y hoy surge algo nuevo de la nada, es un proceso. Sí es cierto que en lo personal, mis recuerdos más emocionantes están por aquellos años, en los ’60 y los ’70.

–Medio siglo después, ¿cree en el rock como creía entonces?

–Creo en el rock y les creo a muchas buenas bandas que hay en el mundo, especialmente en el underground, donde creo que sucede siempre lo más movedizo y vanguardista. Y creo en muchos artistas que no hacen música, pero que son parte de esta cultura que me alegra haber podido conocer de tan joven.

–Se dice que las fotos son capaces de llevarlo a uno hasta el momento en que fue tomada. Cuando repasó sus obras para esta retrospectiva que mostrará en Buenos Aires, ¿sintió ganas de volver a esos años? ¿Vibró una nostalgia?

–Uno siempre se acuerda, y está bien hacerlo, pero no tengo más ganas de volver a los ’70 que de volver a la secundaria. Claro, fue una época genial de una gran experiencia en muchos campos, pero no quiero ver de nuevo lo mismo ni quiero quedarme a vivir en los ’70 estando en 2011, no le hallo sentido. Es curioso que tanta gente parezca haber querido vivir esos años o vivir ahora como en ese tiempo. Yo no esperaba que los ’00 fueran como los ’70 ni deseo poder volver atrás ni nada de eso. La época aquella se acabó, porque así funcionan las cosas. Ahora es 2011 y está pasando mucho, prefiero encargarme de ver eso y, si puedo, tomarle fotos.

Rock visto

La muestra Rock Seen, que Gruen trae a Buenos Aires, está compuesta de 70 fotografías capturadas en el último medio siglo en conciertos, backstages, sesiones especiales, viajes y momentos íntimos de los rockeros más resonantes de la historia, por caso un Johnny Ramone con la guitarra en mano porque no podía comprarle una funda o los Led Zeppelin frente a su avión privado o, por supuesto, a Lennon con aquella remera y frente a la Estatua de la Libertad, otra de sus imágenes célebres y algunas de las que ya se han mostrado en galerías y medios impresos del Reino Unido, Alemania, Holanda, Francia, Japón y Brasil. Muchas fueron tomadas durante su etapa como jefe fotográfico de la revista Rock Scene Magazine, durante la que hizo escuela en materia de fotografía de rock, y otra parte es el resultado de su trabajo como fotógrafo privado de algunas de aquellas estrellas. Por una cuestión de logística y costos, eso sí, en Buenos Aires la muestra Rock Seen (que podrá verse hasta el 15 de enero) es una entrega comprimida de la exposición original, realizada en Nueva York, y del libro homónimo, un notable volumen reciente que resume su obra en más de 500 fotografías.

Mis amigos John y Yoko

“Conocí a John y a Yoko a comienzos del ’72, mediante el periodista e historiador del rock Henry Edwards. El fue el autor de un libro llamado La fotografía del rock, en el que incluyó algunos trabajos míos que le habían gustado. Bueno, el punto es que para entonces estaba trabajando en una nota sobre The Elephant’s Memory, la banda que estaba grabando con Lennon y Ono, con quienes éramos vecinos desde que se mudaron a Nueva York, y me convocó a hacer las fotos del artículo. Una noche, durante las entrevistas, hablé con Yoko para poder hacer una foto de la banda completa, The Elephant’s Memory con ellos dos, y accedió. Luego me enteré de que era la única persona que los había fotografiado a todos juntos. Yoko me pidió las fotos para usar de arte de tapa y me invitó al departamento de ellos para revisarlas. Nos quedamos charlando durante horas y, al irme, Yoko me dijo que les había caído muy bien y que siempre íbamos a ser amigos, por más que trabajasen con otros fotógrafos. Luego vino la sesión de la terraza con la remera de Nueva York, que también le había obsequiado yo a Lennon. En marzo se cumplirán cuarenta años de eso, con Yoko aún somos amigos y estamos en contacto al menos una vez por semana. Esa fue otra cosa inesperada por mí.”

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