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Sábado, 23 de abril de 2016
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EL ESCRITOR GALLEGO MANUEL RIVAS Y SU NOVELA EL ULTIMO DIA DE TERRANOVA

“La literatura lucha contra la realidad y crea una nueva”

“Un trazo importante en la historia de esta novela es la reconstrucción de la memoria”, señala el narrador y poeta, que elige la figura ficticia de Vicenzo Fontana para trazar puentes entre los perseguidos políticos del franquismo y de la dictadura militar argentina.

Por Silvina Friera
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Manuel Rivas presenta El último día de Terranova mañana a las 16 en la Feria del Libro.

La memoria es una prolongación del aparato respiratorio. “Liquidación final de existencias”, dice un letrero que asfixia. No es fácil escribir la partida de defunción de Terranova, la librería que crearon sus padres –un sueño para conjurar el terror franquista–, que dirigió su tío Eliseo y heredó Vicenzo Fontana, luego de superar ese período de rebelión juvenil en contra de los libros. Duele el cierre inminente de ese refugio gallego para disidentes y perseguidos políticos del franquismo y la dictadura militar argentina. El último día de Terranova (Alfaguara) de Manuel Rivas, que presenta mañana a las 16 en la sala Victoria Ocampo en la Feria del Libro, es una travesía por la vida de Vicenzo, narrada fragmentariamente, alternando distintos momentos de la niñez, la juventud y la vejez del protagonista. La tempestad trae el recuerdo de una militante política argentina, Garúa, a quien conoció en Madrid en la década del 70; una mujer que “tenía el instinto para detectar las zonas de sombra de lo que no se podía decir”. El escritor gallego disfruta de la familiaridad que siente en Buenos Aires. La cara se le ensancha cuando le cuenta a Página/12 cómo inició una pesquisa para conseguir la primera edición de En la masmédula, de Oliverio Girondo, apenas llegó a esta ciudad. Tuvo su inmensa recompensa, el gran premio de acariciar el libro deseado, cuando lo encontró en una librería sobre la Avenida de Mayo. “Un trazo importante en la historia de esta novela es la reconstrucción de la memoria. De ahí la importancia que tiene la historia de la Odisea y cómo se va enhebrando con la propia vida de algunos personajes. La lucha de Ulises es contra el complot de la desmemoria”, compara el escritor.

–¿Por qué El último día de Terranova es una novela tan argentina y gallega al mismo tiempo?

–Es una novela anfibia, ¿no? El franquismo fue algo más que un totalitarismo local. La Guerra Civil Española se convierte en una especie de guerra planetaria porque tiene un gran impacto mundial. Todo el mundo se implicó. ¿Por qué? Las guerras del pasado y las del futuro se cruzaban en la Guerra Civil. El franquismo denomina a la Guerra “la cruzada” y lo siguió utilizando: “primer año de la cruzada”, “segundo año de la cruzada”. Esa es una denominación medieval, y los referentes son la España de los Reyes Católicos, con el yugo y las flechas como simbología. Por otra parte, se utiliza por vez primera el napalm. La Legión Cóndor, los nazis que apoyan a Franco, bombardean Guernica, una tierra simbólica también. Y bombardean por primera vez en una guerra a la población civil con napalm, con bombas incendiarias que son las que se van a utilizar en Vietnam. Por primera vez se usa de forma masiva el método de la desaparición de personas. Todavía en España estamos hablando de 130.000 personas desaparecidas en cunetas o fosas comunes. Después de Camboya es el lugar donde hay más desaparecidos. Son formas modernas de llevar el terror más allá del terror. Parte de la dictadura argentina se inspiró en el franquismo; entonces lo que ocurre en la novela es que no sólo hay esa inspiración, sino que vemos en la práctica que se cruzan. Incluso en los estertores del franquismo, vemos como hay una colaboración para perseguir a Garúa. Ella viene huyendo de Argentina, pero al mismo tiempo es como si ella transportara el exilio en su bicicleta.

–¿Qué es la “Línea del Horizonte” que interpela a Vicenzo?

–El lugar psicogeográfico más importante de la novela es la Línea del Horizonte, que la escribo con mayúscula porque hay una geografía íntima en la novela, que la podríamos llamar al modo situacionista psicogeografía, como decía Guy Debord. Para mí, desde niño, Buenos Aires es un lugar de la psicogeografía. Para mí y para varias generaciones en Galicia. Buenos Aires era la tierra prometida, estaba más cerca que Madrid, era lo que estaba después de la Línea del Horizonte, ¿sabes? Buenos Aires era como un lugar cósmico que de niño lo situaba entre el cielo y la tierra. En la narrativa y la cultura española tenemos varias mutilaciones. Una de las mutilaciones de la desmemoria es el mundo del exilio. El mundo del exilio es donde se resistió. No sólo fue un lugar de refugio, de protección, sino también de reinvención. Hay doce editoriales en la que tienen que ver los exiliados gallegos. No es un mundo endogámico, sino que va a tener un papel muy relevante, muy activista, en el renacimiento de la cultura latinoamericana. Hay una implicación: vienes de una pérdida, pero creas un nuevo afecto, ¿no?, que es lo que tiene Terranova, que es un lugar intermedio entre ese espacio totalitario, ese espacio de la derrota de la humanidad, porque así lo define muy bien Albert Camus, para hablar de la universalidad, de lo que fue la Guerra en España. Cuando le dieron el Premio Nobel, Camus destinó el importe para ayudar al exilio español, que es algo que se dice poco, que no se sabe. Desde luego en España no se dice. Gabriel Marcel le reprochó: “Hombre, lo de España ya pasó. ¿Por qué sigues hablando de España?”. Y Camus escribió un texto impresionante que se titula “¿Por qué España?”. En ese texto Camus dice que su generación vio la derrota de la humanidad en España. Perdona, me apasiono mucho... Me acuerdo que leí algo de Haroldo Conti que decía que a fuerza de ser anfibio uno acaba siendo pez. Que es un poco el camino al contrario del que se presume, de que el anfibio quiere la tierra. Yo, siendo anfibio en relación con el exilio y con Argentina, pasé de anfibio a pez; es mi agua estar en este mundo, no lo veo como parte del pasado.

–Hay una afectividad con la literatura argentina, con Jacobo Fijman, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Witold Gombrowicz y Roberto Arlt en la novela. ¿Cómo funciona la constelación de autores y libros, ese sistema literario que conforman al interior de la novela?

–En esta novela los libros son seres vivos y tienen también su historia. La cultura gallega y la cultura española en gran parte se salvaron o volvieron a brotar en el nuevo hábitat del exilio. La literatura lucha contra la historia en lo que tiene de maquinaria implacable, o por lo menos se enfrenta y se implica con la historia, pero también crea una nueva realidad: la literatura lucha contra la realidad, pero crea una nueva realidad. La literatura está para componer los añicos de una realidad que vemos de forma rota, de forma fragmentada, en donde desaparece un poco la causalidad de las cosas. Entonces la literatura tiene esa tarea de consolación, de recomponer lo que está roto. Pero también viene para desequilibrar, para romper un sistema repugnante que está aplastando y dominando. La literatura es el lenguaje que por instinto se opone a lo quiere dominar, a lo que quiere eliminar al resto. La literatura crea un orden, un equilibrio, pero también provoca un desequilibrio. Esta novela está llena de búsquedas de armonía, pero también hay muchos cross a la mandíbula.

–“Se dice que los libros no cambian el mundo. No estoy de acuerdo. A mí, por ejemplo, me están dando una buena paliza”, dice Vicenzo. ¿Qué opina Manuel Rivas sobre esta cuestión?

–Quizá los libros no pueden cambiar un sistema de forma inmediata, no provocan una revolución, pero lo que sí es cierto es que un libro puede cambiar a uno mismo. Eso ya es una revolución porque cada uno es un mundo. Me pasó con En la masmédula que me hizo ver mejor; levantas la vista después de esa relación tan íntima que tienes con un libro cuando lo abres y el libro te abre a ti también. Entonces se da lo que Clarice Lispector llamaba “felicidad clandestina”, ese relato maravilloso. Al final, el primer lector es quien escribe. Yo sí puedo decir que a mí este libro me cambió, todavía estoy dentro de Terranova. Rodolfo Walsh decía que la literatura era un laborioso proceso contra la propia estupidez.

El teléfono de Rivas vibra con la urgencia de los tiempos de España. Pide disculpas y lo atiende. Un programa de radio quiere saber cómo es la Feria del Libro de Buenos Aires. El escritor espera con calma a que termine la tanda publicitaria. Durante esos minutos cuenta que ya se hizo amigo de Omar, un diarero gallego que tiene un puesto cerca de Corrientes y Carlos Pellegrini, el hotel donde se aloja la delegación de escritores gallegos. “Hay un cuento de Rafael Dieste, un escritor gallego que se exilió en la Argentina durante parte del franquismo –que aparece como personaje en la novela de Roberto Bolaño 2666–, en el que están dos inmigrantes mirando el mar y diciendo cuáles serían sus sueños. Uno de ellos dice: ‘A mí lo que me gustaría es tener un kiosco de prensa’. Tengo ganas de escribir una defensa de los kioscos de prensa. Ahora hay en Francia un movimiento que está apoyando mucha gente, escritores y directores de cine, en el que reivindican los kioscos de prensa, lugares que están desapareciendo a una velocidad tremenda. Son los lugares que hacen que una ciudad sea una ciudad. No fui mucho a Nueva York, pero la última vez que estuve prácticamente no había kioscos de prensa. Había uno con un señor muy mayor, con aire triste, y sólo tenía dos periódicos. No era propiamente un kiosco, sino que tenía unos soportes y estaba él a la intemperie. La modernidad en vez de ampliar el paisaje lo achica”, cuenta Rivas.

–En los últimos tiempos cerraron varias librerías en España, ¿ese fue el motor que disparó El último día de Terranova?

–Nació de un libro anterior, Los libros arden mal, que giraba en torno de las bibliotecas y los ateneos populares que fueron quemados. Las librerías son lugares donde hay memoria, donde hay emoción, donde estamos en condiciones de igualdad. Eres un igual con quien compartes el lugar, pero también con los autores y autoras: estás con Cervantes, con Shakespeare, con Emily Dickinson, con García Lorca. El shock que me llevó a escribir El último día de Terranova fue diferente porque ahora vivimos un período de libertades democráticas en el que se habían rescatado en parte los depósitos de esperanza. Pero sufrimos otro tipo de zarandeo. Las librerías ya no cierran por una represión directa. El librero no va a morir como moría en la Inquisición, ni va a aparecer en una cuneta, como había ocurrido en el 36 con los jóvenes libertarios de estas bibliotecas populares. Después de haber estado ausente de Coruña durante un tiempo, volví y di un paseo por mi ciudad, para ir a buscar el mar, la Línea del Horizonte. En ese andar, en esa ruta, todo estaba lleno de letreros que decían “Liquidación final”. Era como una pesadilla, fue como un cross a la mandíbula. Tuve una sensación de culpa: aquí está pasando esto y no lo contamos. Una de las librerías a las que más iba cerró. Se llamaba Nueva Colón, de las hermanas Silvia y Begoña. Era más que una librería: era un hábitat, un refugio de náufragos. Por cierto, Haroldo Conti tenía un certificado de náufrago. Voy a ver si consigo un certificado de náufrago yo también; tenemos que crear una sociedad de náufragos (risas). Era un lugar muy bonito la Nueva Colón. Ahora hay un outlet de ropa que se llama VIP. Max Aub decía que en el fondo los grandes problemas políticos son problemas culturales. Cuando hay crisis y los espacios de cultura se cierran, lo que están desapareciendo son espacios comunes que definen a la ciudad. Son escenarios donde ves de una forma más dramática esa paradoja de lo que llamamos globalización, esta especie de civilización dominada por lo virtual. Lo que nos pasa es que echamos a los amigos de nuestra vida y los metemos en Twitter o en Facebook. Más allá de lo útil que puedan ser las tecnologías, la red imprescindible es la red humana.

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