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Viernes, 16 de enero de 2015
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IMPREVISTOS DEL AMOR

Lugares comunes

Por Juan Pablo Cinelli
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No muchas comedias románticas recientes tienen un comienzo tan alentador como Los imprevistos del amor, de Christian Ditter. Un buen motivo para explicarlo puede ser su origen mitad británico, que le da un aire fresco y despreocupado, bien lejos del ritmo frenético y la pesadez moral de otros exponentes de su mismo grupo. Los personajes tienen una clase que en una producción similar hecha a este lado del Atlántico suele no abundar y por eso da un poco de lástima el título elegido para su estreno local. Del que podría pensarse que se empeña en adelantar parte del nudo que mueve la historia, cuando en realidad no es sino el peor lugar común para un género como la comedia romántica, en donde el amor siempre está vinculado con lo imprevisto, a fundir aquello que desde la física y la química parece condenado a la fisión. Tómese una comedia romántica emblemática: Cuando Harry conoció a Sally, por ejemplo. Ellos se conocen al entrar en la universidad y no pueden ser más distintos. Un segundo encuentro un lustro más tarde confirma la mutua repulsión y sin embargo al final, diez años después, terminan besándose bajo la nieve en una noche de Año Nuevo.

Como si se tratara de una copia en negativo de ese film de Rob Reiner, Los imprevistos del amor también sigue a sus protagonistas desde el final de la secundaria hasta los 30 años, trazando un mapa de los imprevistos (o no tanto) que se cruzan en el camino de un amor cantado. La diferencia es que, lejos de repelerse, Rosie (Lily Collins) y Alex (Sam Claflin) son mejores amigos desde la infancia y lo que los detiene es el miedo a que el amor destruya esa amistad. El guión empieza un recorrido que no por reconocible deja de ser agradable, retratando bien las etapas que van viviendo. “Estoy cansada de estar sola: tengo 24 años”, dice Rosie al filo de una mala decisión, con la candidez de quien apenas al comienzo de la juventud cree haber atravesado la eternidad. Al principio el humor soporta la comparación con la obra de Reiner y hasta el previsible embarazo imprevisto de Rosie –cortesía del chico lindo de la clase durante el baile de graduación–, que en otra película sería una luz de alerta, aparenta ser apenas otro eslabón en la cadena de pruebas que el amor debe superar. Pero no: es una luz de alerta, nomás, un aviso de que la pesadez moral acá también es parte del asunto.

Desde ahí, sin perder el humor, es cierto, la vida (o el guión, que para Rosie y Alex es lo mismo) irá amonestándolos por no atreverse a tomar la decisión correcta, hasta que aprendan, subrayados dramáticos varios mediante (incluyendo cartas leídas por voces en off que insisten sobre lo que la acción ya mostró con claridad). Si algo se salva de la caída hacia lo convencional es el encanto de Lily Collins, cuya presencia recuerda mucho la potencia escénica de Julia Roberts al comienzo de su carrera. En el camino queda la ilusión de una buena comedia romántica convertida en otra de tantas.

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