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Jueves, 15 de mayo de 2008
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La Filarmónica de Buenos Aires y Popol Vuh, de Ginastera

El encanto de lo inconcluso

Con dirección de Arturo Diemecke, la orquesta interpretará esta noche la pieza que no llegó a completarse.

Por Diego Fischerman
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Alberto Ginastera dejó, al morir, Popol Vuh sin terminar.

El filósofo Theodor W. Adorno escribió sobre las obras tardías como una categoría especial de la música. Podría pensarse a las obras inconclusas, en todo caso, como un grupo particular dentro de ella. Composiciones que buscaban convertirse en síntesis, construcciones trabadas por la dimensión de sus propios designios, partituras que llevaban mucho tiempo, que se borraban y reescribían y que, tal vez, como el Moisés y Aarón de Schönberg o La Atlántida de Manuel de Falla no podían acabarse. Popol Vuh, que Alberto Ginastera comenzó en 1975 y dejó incompleta al morir, en 1983, pertenece a esa clase. Y su destino de virtual olvido no hace sino confirmar esa cualidad maldita.

Encargada por la Orquesta de Filadelfia, la obra, con siete de sus ocho partes completadas, fue estrenada recién en 1989 por la Orquesta de St. Louis con la dirección de Leonard Slatkin. La grabaron ese mismo año para la RCA en un disco hoy lamentablemente descatalogado que incluía además la Obertura del oratorio La creación de Franz-Joseph Haydn y La consagración de la primavera de Igor Stravinsky. En Buenos Aires se la interpretó una sola vez, en 1995, con la participación de la Filarmónica de Buenos Aires conducida por Guillermo Scarabino. Esa misma orquesta, pero con la dirección de su titular actual, el mexicano Arturo Diemecke, volverá a tocarla hoy a las 20.30 en el segundo concierto de su ciclo de abono. El interés radica no sólo en la excepcionalidad, desde ya. La poderosa y al mismo tiempo refinada escritura para la percusión –que incluye, como la Cantata para América Mágica, de 1960, instrumentos aborígenes de América– y una amalgama de trabajo serial y apelación a ciertas raíces musicales imaginariamente precolombinas absolutamente inusual para una época en que, dentro del campo académico, lo folklórico era leído como concesión al pintoresquismo y la modernidad tenía el rostro obligatorio de la abstracción y, lo que es más importante, de su apariencia.

“Yo soy de la opinión de que componer es crear una arquitectura, poner en orden y en valores ciertas estructuras, considerando al mismo tiempo la totalidad del conjunto. En la música, esta arquitectura se elabora en el tiempo. Cuando el tiempo ha pasado, cuando la obra se ha desarrollado, una realidad perfecta sobrevive en el espíritu. Sólo entonces es posible decir que el compositor ha logrado elaborar esta arquitectura”, decía Ginastera en una entrevista publicada por el periódico oficial de las Juventudes Musicales de Suiza en 1982. Su Popol Vuh, inspirado en textos mayas, pertenece al período que la musicóloga Pola Suárez Urtubey, una de las máximas especialistas en su obra, caracteriza como “neoexpresionista”. Otra investigadora, Antonieta Sottile, en Alberto Ginastera. Le (s) style (s) d’un compositeur argentin –un notable trabajo publicado en Francia y en francés–, precisa la ubicación en la “fase final” de este estilo, en que el compositor retorna a un uso trasparente de elementos identificables con el folklore y a ciertos procedimientos de la “neotonalidad”. Lo cierto es que no abundan las posibilidades de escuchar esta obra final –y sin final– por lo que vale la pena no desaprovecharlas. El concierto de la Filarmónica, en el Teatro Coliseo (M. T. de Alvear 1125), se completará con la Fantasía sobre temas rusos de Nikolai Rimsky-Korsakov, donde actuará como solista el violinista Pablo Saraví, concertino de la Orquesta, y la Sinfonía Nº 7, de Ludwig van Beethoven.

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