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Jueves, 29 de mayo de 2008
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Daniel Barenboim iniciará hoy una serie de conciertos en Buenos Aires

“Cada vez me indigna más lo que pasa”

El pianista y director estará al frente de la Orquesta de la Capilla Estatal de Berlín, en el Teatro Coliseo y en el Luna Park. Ayer, en el Hotel Alvear, no se privó de hablar del conflicto entre Israel y Palestina.

Por Diego Fischerman
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Barenboim será declarado mañana Ciudadano Ilustre de Buenos Aires.

De aquel niño de pantalones cortos posando junto al piano, al que recordaba llegando a pie a la sala Breyer de la calle Maipú donde debutaría como concertista, a la complejidad del personaje que Daniel Barenboim encarna en la actualidad hay una distancia inmensa. O tal vez no. Quizás en la mirada de aquel chico, concentrada, expectante, puedan leerse la curiosidad, la claridad y la inmensa capacidad para adentrarse, con la misma seriedad, en los proyectos más disímiles. La solidez intelectual, el dominio de la técnica y, desde ya, la sensibilidad que lo ubican no sólo como uno de los grandes músicos de las últimas décadas sino como uno de los más trascendentes humanistas de la actualidad.

Ya se sabe, Daniel Barenboim es un gran pianista –a veces arbitrario, en ocasiones discutible pero siempre con algo para decir–, un gran director de orquesta –uno de los pocos capaces de mantener la unidad del relato y la atención de la orquesta y el público a lo largo de los intrincados laberintos de las sinfonías de Anton Bruckner, por ejemplo– y un actor cultural capaz de imprimir su gesto y su mirada en la Sinfónica de Chicago, en el Festival de Bayreuth y en cada lugar donde recala. Sus conciertos –y sus discos– jamás son neutros. Para Barenboim todo está cargado de significado. Si para Godard hasta un travelling era una cuestión moral, para este músico capaz de dirigir Wagner de memoria, tocar al día siguiente la obra pianística de Schönberg y, como si con eso no fuera suficiente, conducir la misma semana la orquesta juvenil palestino-israelí que fundó junto a Edward Said, cada matiz, la manera de resaltar un tema en una voz o de hacer una mínima pausa antes del ataque de un motivo determinado jamás son cuestiones puramente sonoras. O sí, pero en su idea del sonido puro se encierra una cierta metáfora del universo.

Ayer llegó a Buenos Aires y, a partir de hoy, comenzará un ciclo al frente de la Orquesta de la Capilla Estatal de Berlín, organizado por el Mozarteum Argentino, que, por supuesto, excede lo meramente musical. Y la paradoja es que ese plus de trascendencia lo logra, precisamente, con armas puramente musicales, empezando por una programación de infrecuente densidad y de notable unidad estética. Los tres conciertos en el Teatro Coliseo, hoy, mañana y el lunes próximo, incluirán las tres últimas sinfonías de Anton Bruckner, a las que Brahms caracterizaba como “serpientes gigantescas”, y varias composiciones de Schönberg (hoy Cinco piezas para orquesta Op. 16 y el lunes las Variaciones Op. 31). En el concierto extraordinario del Luna Park, el domingo 1º de junio, pensado para homenajear al Colón en su centenario, se interpretarán la Sinfonía Nº 5 de Gustav Mahler y Obertura de Los Maestros Cantores de Nuremberg y Preludio y Muerte de Amor de Tristán e Isolda, de Richard Wagner.

“Una programación requiere una cierta dramaturgia –explicó Barenboim a Página/12–. Yo creo que las obras que se tocan deben tener una afinidad o tal vez un gran contraste. Originalmente íbamos a venir al Colón, que se suponía que estaría abierto, e íbamos a hacer Tristán e Isolda completa, en versión de concierto. Como eso no fue posible, pensamos en Bruckner y en un compositor que cada vez me interesa más, Arnold Schönberg. Cuando yo me fui de Argentina, tenía 9 años y Schönberg no era nada conocido. No sólo aquí sino en el mundo. La modernidad era Bartók, Prokofiev, Shostakovich. La segunda escuela de Viena, para mí, fue un descubrimiento posterior. Y, sobre todo, Schönberg, que es alguien visto generalmente como inaccesible y áspero. En primer lugar, no siempre lo sencillo es accesible. A veces es simplemente aburrido. Y tampoco es cierto que lo complejo sea necesariamente inaccesible. Y en segundo lugar, cualquier cosa, para que pueda ser disfrutada necesita cierta familiaridad. Y no se trata sólo de la familiaridad de la música de Schönberg con el público sino, también, con los músicos. Una orquesta que toca una pieza difícil, como las Cinco piezas Op. 16, una vez cada diez años y a las apuradas como para estudiar todas las notas, jamás va a poder hacer que la obra sea disfrutada porque no la van a disfrutar ellos.”

La orquesta con la que el músico llega a Buenos Aires es la más antigua de Berlín y hasta la caída del Muro pertenecía al lado oriental de esa ciudad. Herbert von Karajan la dirigió hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y Barenboim es su titular desde hace diecisiete años. Director también de la Sinfónica de Chicago, a cuyo frente lo reemplazará Riccardo Muti, su otra orquesta actual es la West Divan, que tiene su sede en Sevilla y cuyo concierto inaugural fue en Ramalá. Barenboim se enorgullece de ser el único israelí que posee también pasaporte palestino. Y es que esa orquesta es la mayor explicitación de sus esfuerzos para lograr que Israel y Palestina se reconozcan mutuamente como vecinos. “La solución nunca puede ser militar”, insiste. “O encontramos una manera de vivir con el otro o nos matamos”, resume. “Cada vez me indigna más lo que se dice acerca de Oriente Medio. Yo no hago ningún esfuerzo por la paz. No se trata de eso. Yo no puedo lograr la paz. Lo que trato es de decir, cada vez que tengo la oportunidad, que se intenta convertir el conflicto en político y en militar. Se lo engloba en los problemas mundiales. Y no tiene nada que ver con eso. Es un problema humano. Son dos pueblos que sienten el mismo derecho para vivir en la misma tierra. Y no sólo no reconocen los derechos del otro. Ni siquiera los conocen”, explica Barenboim acerca de su posición actual frente al conflicto de Oriente Medio y a la función que cumple esta orquesta y los talleres infantiles de enseñanza musical que patrocina en la región.

Nieto de inmigrantes rusos judíos y alumno de piano de su padre, Barenboim dio su primer concierto a los 7 años, en agosto de 1950. Mañana será declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires. Y el martes, cuando una vez más Barenboim haya pasado por Buenos Aires, habrá dejado, nuevamente, una señal indeleble en la ciudad donde nació.

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