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Lunes, 23 de junio de 2008
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Entrevista a Joshua Bell, que actúa hoy y mañana en Buenos Aires

La estrella del Stradivarius

El violinista se presentará junto al notable pianista Frederic Chiu en el teatro Coliseo. Historia de un ex niño prodigio que hoy vende millones y que fue protagonista del curioso “experimento” de tocar en una estación de subte en Washington.

Por Diego Fischerman
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Bell tocará dentro del ciclo del Mozarteum Argentino.

El célebre director Leonard Slatkin fue pesimista. “No creo que se detengan más que 35 de cada mil personas y supongo que no va a superar los 150 dólares”, opinó. El experimento realizado por el periódico Washington Post arrojó resultados aún peores. El 12 de enero del año pasado, el violinista Joshua Bell, uno de los mejores del mundo, con uno de los instrumentos más preciados –un Stradivarius construido en 1731 y valuado en cinco millones de dólares–, tocó una Partita de Bach –la música supuestamente más indiscutida de Occidente– durante 43 minutos, en el medio del horario pico de la mañana, en una estación de subte de la capital estadounidense. Estaba vestido con jeans, remera y gorra de béisbol. Pasaron frente a él 1090 personas. Sólo 27 le dieron dinero, apenas dos se quedaron a escucharlo un rato y una de ellas porque había estado en un concierto suyo y lo reconoció. La recaudación total ascendió a 27 dólares con diecisiete centavos. Eventualmente, a Gene Weingarten, el periodista que ideó la escena y escribió el artículo en el diario, le fue mejor: ganó el Pulitzer 2008. Bell, por su parte, se sorprendió de que lo ignoraran (y que ignoraran la música) hasta ese punto. “Después de un rato de indiferencia, cuando alguien me miraba y ponía alguna moneda en la funda del violín verdaderamente me alegraba”, recuerda.

Bell, en todo caso, no es sencillamente un gran violinista. Se trata de una estrella. Además del repertorio tradicional de su instrumento y de estrenos como el del Concierto del inglés Nicholas Maw –por el que ganó el Grammy–, ha grabado transcripciones de arias de óperas –en Voice of the violin y en Romance of the violin– y fue galardonado con el Oscar por la interpretación de la parte solista de la partitura de John Corigiano para The Red Violin. “Me interesa la música actual y me encanta la partitura de Corigliano, llena de expresividad”, cuenta Bell a PáginaI12. “El escribió para mí un concierto a partir de la música de la película y allí une sensibilidad y modernidad. Es música que suena original, contemporánea, y al mismo tiempo conmueve.” El violinista está en Buenos Aires para tocar hoy y mañana junto al notable pianista Frederic Chiu –uno de los máximos intérpretes de la obra de Sergei Prokofiev para su instrumento–. Esta vez no tocará en el subte –“con una ya fue suficiente”, bromea– sino en el teatro Coliseo (Marcelo T. De Alvear 1125) y para el ciclo del Mozarteum Argentino –los conciertos serán a las 20.30–. El programa incluye la Sonata ‘El Trino del Diablo’ de Giuseppe Tartini; la ‘Sonata No.9 en La mayor, Op. 47 Kreutzer’ de Ludwig van Beethoven; la genial Sonata No.1 Op. 80 de Prokofiev; Melodía, de Piotr Ilich Tchaikovsky e Introducción y Tarantella, de Pablo de Sarasate. Nacido en 1967, Bell debutó a los 14 años, junto a la orquesta de Filadelfia dirigida por Riccardo Muti, pero rápidamente trascendió el perfil del niño prodigio. Sus interpretaciones de los conciertos de Sibelius y de Goldmark junto a Esa-Pekka Salonen y del de Tchaikovsky con la dirección de Michael Tilson Thomas –ambos editados, como toda su discografía reciente, por Sony– son, por ejemplo, referencias inevitables.

“Trato de que un concierto siempre tenga una unidad; de que cada obra no aparezca totalmente aislada de la otra”, explica. “Sin embargo, en ocasiones esa unión está dada por el contraste. En este programa que haré en Buenos Aires, por ejemplo, hay una búsqueda de las diferencias. El mundo estético de Tartini no es el mismo de Prokofiev, aunque tal vez haya algo de diabólico en el movimiento rápido de Prokofiev. El sonido es otro. Cada obra y cada estilo llevan a una manera de frasear, a una utilización del vibrato absolutamente diferentes. Y Beethoven es un universo en sí mismo. Pero entre los tres, y con el lirismo de la pieza de Tchaikovsky y el virtuosismo de Sarasate, se configura un cierto relato.” Bell conoce a Chiu desde que era casi un niño y ha tocado con él infinidad de veces. “En realidad, la obra de Prokofiev creo que la incluí por él. Para aprovecharlo. No me gusta pensar en ‘especialistas’, ese es un mal contemporáneo. Pero es indudable que Chiu conoce y ama a Prokofiev y me pareció fantástico poder tocar su primera sonata, que es una obra maravillosa, junto a él.” El experimento del Washington Post tal vez haya derrumbado el mito de que la belleza de la música, por sí sola, puede mover voluntades. Por lo pronto, no pudo cambiar el apuro de los empleados a las ocho menos diez de la mañana en una estación de subte de Washington. Sin embargo, el violinista rescata el caso de la única persona que no lo conocía y se detuvo a escuchar. Jamás había oído música clásica –“los únicos clásicos que conocía eran los del rock”, dijo–, pero algo de lo que sonaba lo conmovió profundamente y lo obligó a detenerse. Aun si hay una sola persona que oye y se emociona, piensa Bell, vale la pena tocar para él.

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