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Jueves, 17 de noviembre de 2005
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SERRAT, EL REENCUENTRO, SU SHOW Y LA MUSICA COMO CONSUELO

“El arte no cambia el mundo”

En un encuentro con un reducido número de periodistas, el cantante le quitó dramatismo a su enfermedad, explicó la esencia de sus conciertos y analizó los conflictos que estallan en Europa.

Por Karina Micheletto
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“No tengo ningún interés en retirarme”, señaló el cantante catalán.
Joan Manuel Serrat está de vuelta, en medio de una gira maratónica que ya lo paseó, casi sin pausa, por más de cien conciertos en España, Colombia, Chile y ahora la Argentina. El martes hizo su debut en Buenos Aires, en el primero de los nueve conciertos cuyas entradas se agotaron con velocidad sorprendente, al igual que en otros puntos del país (estará en Mendoza el 23 y 24 de noviembre; en Córdoba el 26; en Rosario el 28, 29 y 30; en Salta el 9 y 10 de diciembre) y en el Uruguay (cruzará a Montevideo los días 6 y 7 de diciembre). He aquí el hombre cuyas canciones lo erigieron en “amante secreto de las argentinas”, como le ronronea una cronista sexy en rueda de prensa. “Me encanta esto de ser amante secreto, pero lamentablemente no he podido cumplir como corresponde, porque he sido tan secreto que incluso no me he enterado. Así que es una situación halagadora, pero también un tanto frustrante”, hará su descargo el catalán. Lo cierto es que, con sus canciones, Serrat cumplió durante todo este tiempo roles que superan al de un amante, volviéndose parte de la vida de muchos que se lo hicieron saber, de una manera u otra, en el primero de los shows que dio en el Gran Rex.
Enfrentado a las preguntas de la prensa local, lo primero que Serrat dejó en claro es que no piensa colgarse el cartel de la enfermedad que acaba de superar, un cáncer de vejiga que lo tuvo en vilo casi dos años: “En un principio estaba muy metido en todo lo que fue la aparición de la enfermedad, el desarrollo, los tratamientos, la operación y recuperación, que pensé que nada se había modificado en mi vida. A medida que va discurriendo el tiempo se aclaran ciertos conceptos, y de la misma manera que pensaba que hubiera sido un dolor inútil haber pasado todo esto sin sacar consecuencias de ello, ahora me doy cuenta de que las consecuencias están surgiendo mucho después. Cuando aparecí por primera vez en público, quince días después de la operación, recuerdo que dije que me sentía igual que antes. Y fue mentira, mi vida es otra. Pero tampoco pienso dramatizar esto”, explicó. “Yo no creo que haya alguna sensibilidad especial en el público después de mi enfermedad. Y si la hay, no me hace ninguna gracia”, advirtió consultado sobre los posibles cambios que percibe en estos conciertos. “En mí se operaron cambios, pero no sé si es responsabilidad directa del incidente, o sencillamente de la sensatez del paso del tiempo, de la conciencia de que ese tiempo no se recupera y uno tiene necesidad de aprovecharlo con los amigos. Lo mismo ocurre con el trabajo: ahora hay una cierta ansiedad por contar las cosas que quedan por contar. Claro, cuando se tienen 40 años menos no importa si se hace hoy o mañana, no hay plazos que se acorten. Ahora eso pesa.”
Con galantería, Serrat agradeció los homenajes recibidos recientemente, pero aclaró, medio en serio y medio en broma: “Espero que no exista en ellos ninguna voluntad de anticiparse a mi retiro, porque no tengo ningún interés en hacerlo. Los recibo sabiendo que están llenos de cariño, y los arrojo a un lado, cosa de que no me impidan el progreso como artista”. Eso sí: agradeció también otro tipo de regalos que recibió durante su tratamiento: “Me llegaron las cosas más extravagantes del mundo en materia de sistemas de curación, desde oraciones hasta piedras, hierbas, radiaciones cósmicas... todo tipo de locuras”. No recurrió a ninguno: “Mi urólogo fue más expeditivo. No les dio tiempo”.
Los conciertos de esta gira –denominada, por si quedaban dudas, Serrat 100x100– muestran al catalán en un formato que se contrapone con el de los últimos recitales que brindó en aquel Serrat sinfónico, cuya parada argentina debió suspender. Aquí sus canciones aparecen desprovistas de todo ropaje de orquestación, sólo vestidas por el piano de Ricard Miralles, viejo compañero de ruta de Serrat (ver aparte). “Digamos que me he colocado en el otro platillo de la balanza: esta es una forma casi desnuda, o mejor dicho en ropa interior, con poquita cosa encima, es otra manera de manejar la canción. Eso obliga a que todo sea muy limpio, delicado, pulido. Pero también tiene grandes ventajas: es capaz de crear una gran complicidad y cercanía, y esto crea una atmósfera magnífica para los conciertos”, explicó. Y también aclaró que con esto no deja de lado el formato sinfónico, sino que de ahora en más piensa seguir alternando ambos formatos, más el del grupo con el que presentará su nuevo disco en catalán, aún inédito, Mo (que toma el nombre del apócope con que la población local denomina a Maó, la pequeña capital de Menorca a la que el catalán rinde homenaje).
Durante la conferencia, el cantautor se hizo tiempo para hablar sobre el oficio de escribir canciones; sobre su amigo Joaquín Sabina (“El viernes pasado volvió a subirse a un escenario después de mil días negros. Y yo estoy muy feliz de haber recuperado a un amigo en su medio natural, que es el escenario”); o sobre el rol limitado del arte: “Jamás, ni en los momentos de mayor euforia y optimismo, pensé que desde el arte se pudiera cambiar el mundo. Nunca creí que las guitarras pudieran darle la vuelta a lo que los fusiles impusieran. Lo que sí hicieron fue acompañar a la gente en el dolor y las miserias. Las guitarras y flautas no solucionan nada. Sólo dan consuelo”.
Consultado respecto de la cuestión inmigratoria en Europa, con muros levantados en las fronteras de España y la explosión juvenil francesa, el cantautor advirtió: “Son dos actos del mismo drama. Lo que se vive en las fronteras españolas son actos de la desesperación inmediata de gente que ha salido de sus tierras, de lo que con eufemismo se llama el continente subsahariano. Suben tratando de encontrar dónde seguir vivos, escapando de cientos de guerras que no le han interesado a nadie, que el mundo ha pasado por encima con absoluto desprecio, poniendo en riesgo sus vidas para llegar a una oportunidad. Este es el primer drama de la inmigración. El segundo es el de las familias que inmigraron hace tiempo a países desarrollados y acabaron viviendo en ghettos marginales alrededor de las grandes urbes, sirviendo de mano de obra barata, con servicios sociales escasos, posibilidad de trabajo y de escolarización baja. Ocurre que hay una primera generación sumisa que llega, una segunda que más o menos va tirando y una tercera a la que ya se le hincharon las narices. Y salieron a la calle, como sale el que no tiene nada que perder. Creo que no tengo que explicarle a ustedes que este fenómeno es una réplica de otros que podemos encontrar sin ir más lejos, a pocos kilómetros de aquí, en el Gran Buenos Aires”, advirtió.
Serrat responde pacientemente a las preguntas, haciendo gala de las habilidades de narrador que también despliega en sus shows: “Dejé de cantar Señora cuando dejé de sentirme protagonista de la historia, pero fue una absoluta gilipollez, una pelotudez, una boludez”, tradujo, por ejemplo, en el Gran Rex. “Por suerte siempre ocurre algo que te devuelve la lucidez. Fui a la Opera a ver La Bohème. Allí Mimí se muere, pero no es lo sorprendente. Lo sorprendente es que nada hacía presuponer que la soprano, una señora entradita en años y en carnes, se moriría dos actos más allá. Así que pensé: Si esta noble dama búlgara tiene el cuajo de cantar la Mimí, por qué yo no voy a cantar más Señora, si al fin y al cabo la he escrito yo.” En la anécdota doméstica, Serrat se iguala a tantos que alguna vez dedicaron esa canción a sus suegras y que hoy están del otro lado: “Desde hace un tiempo aparecen por mi casa señores que se sientan a mi mesa y dan cuenta de mis almejas, de mis jamones y de mis hijas. Lo de mis hijas no sería tanto, pero el jamón... Eso sí que es cosa seria”.

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