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Viernes, 12 de septiembre de 2008
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BOY GEORGE EN EL LUNA PARK

Hora y cuarto y adiós

Por Adrián Villegas
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El músico inglés tuvo varias desafinaciones.

Junto a sus músicos, Boy George partió a los camarines sin saludar. Pero al cabo de una ansiosa y bullanguera espera de veinte minutos, el único que apareció fue un grandote que se puso a desarmar la batería. Entre perpleja y decepcionada, la gente entendió que debía abandonar el estadio Luna Park, después de vivir una experiencia de apenas hora y cuarto, que provocó todo tipo de sensaciones, aunque de esa licuadora terminara saliendo un brebaje amargo. Es totalmente inusual que cualquier show carezca de bises y, de la manera en que la banda salió de escena, todo indicaba que habría al menos un regreso. Hasta tomó de sorpresa a la organización, que aseguró que el contrato contemplaba un mínimo de una hora y media de concierto. Pese al desaire, el público no generó ningún incidente, ni siquiera abucheos, lo que marca a fuego el cariño devocional por un artista que supo seducirlos en los ’80 a través de canciones que a poco de ser editadas se convirtieron en hits y en 50 millones de discos vendidos.

Icono de la cultura queer, George Alan O’Dowd declaró haber llegado por tercera vez a la Argentina “limpio” de su recurrente adicción a la heroína que a principios de los ’90 lo tuvo al borde del abismo. Se lo notó lúcido y bajo control, pero muy excedido en peso y con la voz dañada, al punto tal que no pudo siquiera incluir en lista de temas –debido a su alto registro vocal– la maravillosa balada “The crying game”, que fue uno de los puntales de difusión para la presentación enmarcada en una gira latinoamericana titulada Songs that made you dance and cry. De esas canciones que, en efecto, hicieron bailar y llorar a la fauna musical de los ’80, Boy George interpretó casi todas, con performance desigual: la mitad entre bien y muy bien y el resto desastrosamente mal, desafinando y dejando muy en claro que su disfonía no es circunstancial, sino crónica e irreversible. Fanático de David Bowie y enemigo de Madonna, a la que trató de “cínica”, comenzó con el mayor de sus éxitos, “Karma Chamaleon”, y lo terminó a todo rock soltando “Get it on”.

Líder del mítico Culture Club, al que sólo le bastaron sus dos primeros discos para conquistar el liderazgo de casi todos los charts del mundo, el excéntrico personaje que se mueve sin problemas en el pop, rock, reggae, funk, soul y blues desató otro hitazo planetario, “Do you really want to hurt me”, por la mitad del partido que tenía ganado de antemano, ya que sus fans lo aplaudieron a rabiar del primero al último tema, absolviéndolo de todos sus “pecados”. El respaldo fue incondicional y sin reparos, ya que no hubo ningún vacío de indiferencia, mucho menos silencio, cuando el artista patinó muy feo y hasta llegó a estropear gemas como “I’ll tumble for you”, “Everything I own”, “Move away” y –muy grotescamente– la hermosa balada soulera “Victims”.

Mucho mejor le fue con “Cheapness and beauty”, del disco solista de 1995, “Yes we can”, tema nuevo en apoyo a Barack Obama que festeja su recuperación y el fin de la era Bush, “Riverside”, “That’s the way”, el lento fuera de libreto “Unfinished” y “Bow down mister”, que compuso en otra tormentosa etapa de principios del ’90, cuando se alió al movimiento Hare Krishna. Boy George estuvo muy bien acompañado por dos coristas que les dieron a varios de sus temas un necesario impulso y potencia vocal, para innegable beneficio del espectáculo, realzado por el virtuoso tecladista Malcom Maddock. Pero, aunque resulte un lugar común, pareciera imposible encontrar algo mejor para decirle a George que siempre es mejor, sensato y honesto retirarse a tiempo.

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