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Sábado, 13 de septiembre de 2008
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ENTREVISTA AL MUSICO Y PINTOR JUAN CARLOS CACERES

La modernidad en los orígenes

Radicado en París desde 1968, abrió camino para la difusión en Europa de la vertiente negra del tango y su vínculo con la murga. Pero su trabajo también tiene resonancias aquí. En su nueva visita a Buenos Aires, presentará hoy su último trabajo, Utopía.

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Cáceres compartió escenario con Kusturica, Bebel Gilberto, Ray Barreto, John Cale y Bregovic, entre otros.

Varias razones explican por qué Juan Carlos Cáceres no está anclado en París; tantas como las que dan cuenta de lo inverso. La empiria geográfica indica 40 años –desde 1968– viviendo allá y un salpique internacionalista que lo llevó a compartir escena con Emir Kusturica, Bebel Gilberto, Ray Barreto, John Cale y Goran Bregovic, entre varios nenes. Esto, más un devenir discográfico intenso (Solo, Sudacas, Intimo, Cáceres Live en Chapelle des Lombards, Tango Negro, Champagne rosado, Toca Tangó, La vuelta del Malón) y formaciones, concebidas por él, que le fueron abriendo el camino a la vertiente negra del tango en Europa: desde la lejana Malón (principios de los ’70) hasta el Tango Negro Trío. Pero jamás, y aquí es donde no ancla, abandonó la quintaesencia de su arte: la murga, lo negro del tango, el Río de la Plata y su historia.

“Es más simpático decir que uno está anclado en París que en Valencia. París es una especie de continuación de Buenos Aires, porque alguien que ama Buenos Aires por supuesto se siente identificado con París más que con Valencia. Es una joda, una imagen”, se ríe. En esta tensión, la de vivir lejos y sentir cerca, pendula Cáceres desde 1968, cuando dejó la bohemia existencialista de La Cueva de Pasarotus y emigró. Un devenir agitadísimo cuyo último paso es Utopía, flamante disco editado por el sello de Eduardo Makaroff (Mañana) y englobado, inevitable, bajo la estética del tango-murga. “En los tiempos que corren, en los que todo es una mierda, hay un boulevard para la utopía. Un gran espacio para el imaginario –dice el pianista, compositor, profesor de historia del arte y pintor, que presenta el álbum hoy en el Centro Cultural Borges–. Voy a hacer lo de siempre, un pastiche entre temas del disco y los más emblemáticos de mi carrera.”

Entre los infaltables, seguro, estará “Aquel perfume”: murga a paso lento que no solo abre Utopía, sino que declara principios. Resignifica y reordena el corpus lírico-descriptivo de Cáceres, donde el autor recuerda, pero también apuesta a un lema: la modernidad está en los orígenes. “Esta manera de volver está omnipresente en todo mi discurso, no sólo en lo referido a los carnavales. Pienso que el underground es la única esperanza que se tiene. Si bien esta canción es una especie de añoranza de los tiempos del agua florida y los antiguos carnavales, que se vivían con un ensueño más romántico, también hay una intención de volverla a vivir.”

–“Caminando” es más escéptica. Se nota que salió a caminar por la avenida Santa Fe y se desilusionó: “Las veredas están muy rotas / y las tiendas son muy chotas”...

–Es una alusión a la antigua Santa Fe, cuando no estaba cortada por la 9 de Julio... de cuando empezaba en Plaza San Martín y era la avenida más distinguida de Buenos Aires.

Utopía combina, además, piezas de batalla para el cuerpo (“Macumambe”, “Tango Negro II”, “Centro murga”) con referencias históricas, casi historiográficas, hechas canción. Como hiciera con Camila en Toca Tangó, Cáceres rescata a Manuela, la hija de Juan Manuel de Rosas, y trata de contarla en cuatro minutos y medio. Visibiliza –y hace visibilizar– su papel de amansa nervios: (“A escondidas del caudillo se ocupaba / de calmar su furia incontrolada”). Explica él: “En la imaginería popular hay una impronta fuerte de ella. Hace unos años, había un jabón para lavar ropa que se llamaba Federal y uno de tocador llamado Manuelita. La imagen de Manuela siempre fue la de un personaje mitológico, casi como Eva Perón. Era vista como una persona que atemperaba las reacciones de su padre, en medio de ese contexto de guerras civiles. Jugó un gran rol en ese momento”.

–“Paso acelerado” habla de otro tipo de mujer: “No cacha nunca un macho / y no es ningún escracho / rompe las bolas / por eso está tan sola”...

(Risas.) –Es como un arquetipo en el que muchas personas se reconocen: son esas mujeres que están aceleradas no por el tiempo, sino por las revoluciones. Es una imagen del vivir completamente neurótico.

–Dice Makaroff que su obra “contagia el relámpago de un fervor pagano”. ¿Qué se entiende por eso?

–La catarsis, que tiene que ver con la reacción de lo pagano en el sentido griego de las formas. Es casi escatológico.

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