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Viernes, 17 de octubre de 2008
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RANDY WESTON, UNA PERFORMANCE DE LUJO PARA ABRIR EL FESTIVAL

Africa, el reino del jazz

Al comando de un sexteto delicioso, el pianista protagonizó en el Coliseo un show que combinó emoción, sorpresa y virtuosismo.

Por Santiago Giordano
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Inmejorable inicio tuvo Buenos Aires Jazz 08, el festival internacional que hasta el domingo propondrá en distintos escenarios de la ciudad una nutrida agenda de encuentros en torno de las múltiples maneras de pronunciar el jazz. El miércoles, en un teatro Coliseo repleto, el pianista Randy Weston y su sexteto African Rhythms inauguraron la brega festivalera con un concierto memorable, en el que concepto y ejecución –alma y cuerpo de la música improvisada– lograron la comunión necesaria para conmover y sorprender hasta el aplauso.

Una ciudad como Buenos Aires se lo debía y finalmente pudo apreciar en vivo a una leyenda del jazz, que a los 82 años todavía regala vitalidad y razón, al frente de un sexteto sorprendente. Pianista personal, capaz de interpretar con pulso propio la elegancia de Duke Ellington o el sarcasmo melancólico de Thelonius Monk –entre otros rasgos que delinean su ascendencia–, la música de Weston remonta sus raíces en una búsqueda que recompone desde distintas latitudes el Africa de sus ancestros. Sus hallazgos se proyectan en un sexteto integrado por músicos notables y experimentados, solventes en el trabajo colectivo y extraordinarios en los solos. Sobre una sólida base rítmica que cuenta con el percusionista Neil Clarke –no tiene batería, todo una declaración de principios– y el original contrabajista Alex Blake, se coloca una excelente línea de vientos encabezada por el saxofonista tenor Billy Harper –el otro gran esperado de la noche–, el trombonista Benny Powell –músico crecido bajo el ala de Count Basie y Lionel Hampton– y el saxofonista alto T.K. Blue.

Ante la gran expectativa, unos minutos después de la hora señalada para el inicio, fue el crítico e historiador musical Sergio Pujol el encargado de anticipar con breves y precisas palabras lo que la noche depararía. Antes de Weston con su sexteto, el opening estuvo a cargo de Juan Carlos “Mono” Fontana, que con un teclado y algunas máquinas más propuso lo que van dejando sus propias búsquedas sonoras. Más allá de cierto fetichismo tímbrico, la música de Fontana no se concede a complacencias y retumba con la fuerza de una gran pregunta. Aun si desde su plataforma electrónica pareciera señalar el futuro, Fontana traza un puente hacia un pasado, dialoga con la historia. De este modo puede recuperar un preludio de Chopin, temas de Hugo Fatorusso, el rumor del lápiz de Picasso y hasta un bolero cantado, sobre los que recama con ideas sólidas y abundantes. Fue un óptimo preludio, desde otro lugar, a lo que vendría.

Con el saco sobre los hombros, anteojos oscuros y los dos metros de estatura que cuando se pliegan sobre el instrumento dejan sus rodillas a la altura del teclado, Weston comenzó con un solo de piano en el que, entre otras cosas, dejaba en claro su ADN musical. El vigor rítmico y las frases angulosas no exentas de lirismo negro se trasladaron al sexteto y enseguida a una encendida sucesión de solos amplios, jugados con el tiempo a favor. T. K. Blue mostró un sonido sedoso y brillante, un vibrato oportuno y frases cortas y punzantes; Powell dibujó delicadezas con el trombón y Harper trasladó por todo el registro de su saxo tenor ese sonido calentito que logra ser áspero sin descomponerse, evidentemente forjado en el yunque de John Coltrane.

Más allá de la riqueza rítmica, reflejos del Africa que Weston reconstruye desde el blues, el Caribe o el Sahara, los ancestros se pronuncian en cierto sentido ritual –no por eso solemne– que preside cada ejecución del sexteto: es Weston el que avanza desde el piano solo al inicio de cada tema, como quien lanza una llamada a la que enseguida acuden sus músicos, para recoger esa energía que los lleva a sumarse a la ceremonia la enunciación colectiva o abstraerse en el desarrollo personal de los solos.

Entre lo más sorprendente de una noche con muchísima música para ver y escuchar –en este sentido “Mirá jazz”, uno de los enganches publicitarios del festival, resultó oportuno– estuvo el contrabajista Alex Blake. Dueño de un sentido rítmico implacable y de un dominio absoluto del instrumento, su mano derecha posee una notable variedad de toques, que van desde el tradicional pizzicato a una rica gama de rasguidos bajados de las guitarras y los tambores. En los encuentros del contrabajista con los arranques rítmicos del piano de Weston y el colorido set de percusión de Blake –que logró solos que por extensos no perdieron eficacia– podría resumirse buena parte de esa Africa, diluida en el jazz e inagotable, cuyo reino, después de todo, está en el aire.

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