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Jueves, 6 de noviembre de 2008
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Gideon Kremer actúa esta noche en el auditorio Amijai

Belleza con cuerpo de violín

El notable instrumentista letón, que sostiene la idea de dedicarse a “la música que le habla a uno al corazón y no a la que sólo manipula su sofisticación”, se presenta en el ciclo de grandes violinistas del auditorio de Arribeños 2355.

Por Diego Fischerman
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“Sería muy aburrido tocar sólo música de compositores muertos o presentar la música como en un museo de cera.”

Martha Argerich cuenta que en general no escucha sus discos. Y que para ella hay una excepción: las Sonatas para violín y piano de Beethoven que grabó junto a Gideon Kremer. En realidad, el violinista es, lisa y llanamente, uno de los músicos que más admira. Paladín de la música de Piazzolla y, antes, de los ex soviéticos que la glasnost sacó a la luz, y en particular de Alfred Schnittke y Sofia Gubaidulina, así como del cuerpo estético compuesto en la región báltica, al que dedicó varios discos y más de un concierto, Kremer es uno de los instrumentistas con un repertorio más amplio y, también, más variado en tendencias. Bastaría, en ese sentido, saber que es el violinista al que le han dedicado obras compositores tan distantes entre sí como Luigi Nono y Philip Glass.

Nacido en Riga, la capital de Letonia, e hijo de alemanes judíos –su padre fue sobreviviente de un campo de concentración–, Kremer empezó a tocar el violín a los 4 años, estudiando con su padre y su abuelo, ambos músicos profesionales. Después vinieron sus estudios en la Escuela de Música de Riga y, con David Oistrakh, en Moscú. En 1967 ganó el Tercer Premio en la Competencia Queen Elisabeth de Bruselas, dos años después el segundo premio en el Concurso de Montreal y el primero en el certamen Paganini de Génova y, en 1970, en el Tchaikovsky de Moscú. “Para mí sería muy aburrido tocar sólo música de compositores muertos o presentar la música como si estuviéramos en un museo de cera”, afirma. “No quiero que la música sea una cuestión de belleza o comodidad sino más bien que sirva para la expansión del espíritu.” Una prueba de su apertura e inconformismo es, precisamente, el programa que hará esta noche en Buenos Aires. Dentro del ciclo que Amijai dedica a grandes violinistas, Kremer actuará a las 20.30 en el excelente auditorio de esa asociación, en Arribeños 2355, junto a la Krenmerata Musica, que integran junto a él Andrius Zlabys en piano, Ula Ulijona en viola y Giedre Dirvanauskaite en cello. Interpretarán In l’istesso tempo, del post-minimalista georgiano Giya Kancheli, Preludio, Fuga y Variaciones Op. 18 de César Franck y el fenomenal Cuarteto Nº 3 en Do Menor de Johannes Brahms.

“Uno de mis directores favoritos, Nikolaus Harnoncourt, dice siempre: ‘No busques la perfección, porque la perfección está en conflicto permanente con la belleza’. Yo diría que mi papel como intérprete es proporcionar a quien me escucha la belleza. No darle algo ordinario. Ni siquiera algo que es simplemente perfecto”, afirma Kremer. Y, acerca de su pasión por no repetir los pasos de casi todo gran violinista de la historia, agrega: “Vivir sobre el filo, vivir en las fronteras, ser extremo: esto es correcto. Conozco muchos colegas que consiguen grandes interpretaciones en el nivel técnico. Pero, bastante a menudo, detrás de eso sólo hay un mensaje vacío, o ningún mensaje en absoluto”. Cree que un concierto es un relato, donde cada obra debe complementarse de alguna manera con las anteriores y las que le siguen. Y está convencido de que la música es más que el sonido: “Schnittke, Pärt, Kancheli, hacen música con corazón humano. Eso es, también, lo que me llevó a Piazzolla. El tiene el mismo sentido de la belleza y la nostalgia que tenía Schubert. Me debo a la música que le habla a uno al corazón y no a la que sólo manipula su sofisticación. La cosa no es decir algo que no haya sido oído antes sino decir algo en el lenguaje de la emoción. La música puede ser un espejo de nosotros mismos. Nos ofrece la oportunidad de la reflexión”.

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