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Lunes, 10 de noviembre de 2008
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45 mil personas y 89 artistas en Creamfields

Pinball de música electrónica

En la tarde y noche del sábado y la madrugada del domingo, la multitudinaria fiesta les dio lugar a todas las expresiones, desde el dub al minimal tech, de la new rave al tango 2.0. Pero fue también la celebración de un modo de vivir la cultura en Buenos Aires.

Por Luis Paz
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Deadmaus5, una de las propuestas que hicieron bailar a miles de jóvenes en el Autódromo.

Desde que Pappo le recomendó a DJ Deró que se busque un trabajo “honesto” a esta parte, analizar a Creamfields desde el paradigma rockero es caer en la insolencia. Creamfields es otra cosa: una fiesta más que un festival; una expresión popular –aunque habrá que ver de qué parte del pueblo–; un deber para ciertos jóvenes adultos; el evento cultural de jornada única más convocante del año, con 45 mil personas y un line-up de 89 artistas; la tarde y noche del sábado y la madrugada del domingo en el Autódromo Oscar y Juan Gálvez. Pero, por sobre todo, una celebración de la música electrónica en todas sus acepciones –del dub al minimal tech, de la new rave al tango 2.0–, pero también de la química sintética, de los poderes curativos del H2O, de lo fluorescente, lo luminoso y lo pomposo.

La mitad del aforo ya había entrado al predio, convertido en un contrarreflejo de los circos montados a pocos kilómetros, en Villa Albertina. El atardecer de sábado fue como los afiches tradicionales del festival nacido en Liverpool hace una década: el pasto verde, las carpas coloridas, el sol bien puesto y la gente también.

En una armonía solo opacable por las ediciones del Gay Parade, el transformista, la exhibicionista, el fisgón, las tribus urbanas y conurbanas, y hasta algún descolocado rural, se caminaron el medio kilómetro que los separaba del Main Stage sin chistar, fueron buscando lugar donde bailar tranquilos, lo suficientemente cerca como para escuchar a Gustavo Cerati y Gustavo Santaolalla juntos para “El mareo”, de Bajofondo, pero lo suficientemente lejos como para escaparse hacia otra(s) carpa(s), con un comportamiento errático manejado por ultrasonidos.

Al medio centenar de curiosos que vio el dub psicodélico de Nairobi se le había agregado, para las 22, otro centenar y medio de deseosos de escuchar a Dellamónica, con la fiesta Compass en vacaciones permanentes. Cattáneo, mientras tanto, reprodujo lo que tanto se le alaba en un set sin sorpresas, lo mismo que Carlos Alfonsín en la Arena 4. Al momento de cambiar el día en el almanaque, el fiasco fue Gorillaz Soundsystem, aunque todos se alborotaron por el remix en vivo de “Song 2”, sin Damon Albarn, claro. El primero de los aplausos sentidos fue para Apparat, en la Arena 4, con un show psicótico y bailable que encantó hasta a Cerati, de campera de cuero al hombro y muchacho de organización a la espalda.

Los de Prevención se llevaron los mejores uniformes: unos conjuntos de equipo de bolos que toca rockabilly, pantalón negro y chaqueta roja y blanca. Definitivamente, el vestuario triunfal de la noche, por sobre las bailarinas a go go, las máscaras fluorescentes, las pelucas y los leds colorados en la ropa. También se vio que el flogger puede alcanzar la mayoría de edad, que quedó demostrado por la quincena de postadolescentes que se enlazaron con un elástico para no perderse en la agitación de la Arena 3. Debía subir Crystal Castles, pero la vocalista se peleó con uno de seguridad y el cristal se quebró. Los floggers elastizados se mudaron al Main Stage, para ver a Simian Mobile Disco. Ninguno de los bailarines que casi son cortados por la presión del elástico los miró mal. En buena medida porque nadie tenía los ojos abiertos entonces.

Lo de Nightmares on Wax fue, junto a Appart, de lo mejor que ocurrió en los escenarios satélite. El combo hizo revolear dreadlocks, crestas, carrés y peladas y calentó los cuerpos con ayuda del champán, el speed, los genioles ilustrados, el agua –en una carpa entregaron botellas gratis durante toda la noche–, las luces y los cuerpos sin aristas.

Ya a las 2, luego de doce horas de expedición intensa y extensa al quid de la celebración electrónica, no hay diferencias y todo se halla convertido en una gran porción de gente que rebota de carpa colorada a carpa azul, de los baños públicos –muy bien dispuestos– a las parrillas.

Lo que hace pensar que durante los shows de Unkle, Radioslave, David Guetta, Deadmaus5 y Modeselektor, un cuarteto de maravillosa inspiración motriz, el Autódromo Oscar y Juan Gálvez se vio desde el cielo como un psicodélico y enorme pinball.

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