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Jueves, 20 de noviembre de 2008
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El dúo de Luciana Jury y Carlos Moscardini

Las huellas de la música bonaerense

El guitarrista, compositor y arreglador dice que finalmente encontró la voz para sus canciones; la dueña de esa voz, sobrina de Leonardo Favio, detalla su relación con un amplio espectro de artistas cuya argentinidad está fuera de toda duda.

Por Cristian Vitale
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El dúo se conoció en la Peña del Colorado y grabó Maldita huella, un disco que va de Gardel a Spinetta.

Se conocieron en una peña. El, Carlos Moscardini –guitarrista, compositor, arreglador–, venía de dos discos propios, buena llegada a los cráneos del neofolk surero, una interesante rotación por festivales internacionales y clases en conservatorios; ella, Luciana Jury –sobrina del gran Leonardo Favio–, de un efímero paso como locutora que mutó en su verdadero ser: el canto, rockero o criollo. “Nos gustamos mutuamente...”, bromea él. “Yo esperaba alguien que cantara mis canciones, pero no lo encontraba. No había quien pudiera unir, a través de su voz, las estéticas de Buenos Aires. Y llegó ella.” Ella, la Jury, tiene cara redonda, bucles naturales que no le llegan al cuello, una voz íntima, muy rica en matices y un parecido inevitable al primo Nico. “No nos vemos mucho, pero nos tiramos la mejor”, dice, escueta. Prefiere que el grueso de la conversación pase por el resultado de aquel encuentro en La Peña del Colorado: ambos –ella y Carlos– ensamblaron inquietudes hasta concebir un disco más campero que urbano, pero siempre bonaerense: Maldita huella.

“La música bonaerense tiene una estética muy personal... hay un paisaje de armonías abiertas que la impulsa”, sintetiza Moscardini. Maldita huella, entonces, expone en trece canciones una unidad conceptual que incluye a Spinetta, Yupanqui y Gardel. No separa: admite y hermana. La versión de “Credulidad”, vieja canción de Spinetta inmediatamente posterior a la separación de Pescado Rabioso, es seria, milongueada y austera. La voz sobria de Jury, más los finos punteos de Moscardini, la incluyen en un universo que no es el suyo. La de Gardel, “El sueño” –una de sus grabaciones más antiguas–, asume status de atemporal. Y ambas, dada su reinterpretación, parecen hijas de una misma madre. “Si algo tiene el Flaco es argentinidad. Si bien canta desde la estética del rock, es un creador que va más allá de los rótulos. Muchos dicen ‘no se le entiende’, pero tiene una musicalidad en las palabras y maneja unas imágenes que son alucinantes. Por no entender lo literal justamente se te abre la cabeza para imaginar otras cosas. ¿Gardel? Qué decir de él... La argentinidad pasa tanto por un lado como por otro; no me interesa dividir. Hablo de esto desde un punto de vista ético y estético, de un marco de referencia inclusivo”, señala el guitarrista. Sigue Jury: “Teniendo la posibilidad de implementar algo más rockero en el canto, no lo hicimos precisamente para preservar la coherencia estética del disco. Para hacer ‘Credulidad’ me acordé mucho de Zitarrosa”.

–¿Por qué fueron tan atrás con Gardel?

Carlos Moscardini: –“Sueño” es un estilo pampeano que él grabó en 1912, su primer disco. Para mí, la parte criolla de Gardel, incluso antes de que fuera conocido, es muy rica. El perfil criollo del tango es lo que más me pega, más que la onda candombera o rítmica.

Luciana Jury: –A mí me provocó recuerdos, porque ése era un tema que mi papá cantaba mientras se bañaba. Yo no sabía cómo se llamaba.

Jorge Zuhair Jury, el padre de Luciana, es hermano y guionista de Leonardo Favio. Fue quien guionó películas clave para la historia del cine argentino (Juan Moreira, Crónica de un niño solo y Gatica entre ellas) y dirigió otras gemas antipochoclo: El piano mundo (la vida de Miguel Angel Estrella), Doña Ana y El largo viaje de Nahuel Pan. “Trato de que la influencia de ellos sea menor en mí, pero inexorablemente está. Digo, por más que un padre tenga la idea de concebir a un hijo lo más libre posible, siempre trata de darle su visión del mundo. Y, dentro de ella, también está el arte. Mi papá es un buen entrenador”, dice Jury. Moscardini refuerza la idea: “Yo no vengo de una familia de artistas y se nota, porque cada vez que voy a la casa de ella a ensayar, salgo lleno. Zuhair viene a escuchar y siempre da una observación atinada. Nos ayudó mucho más de lo que tal vez sepa”.

–¿No hay ningún músico en su familia?

C. M.: –No directamente, mi viejo era un trabajador de Segba, aunque admiraba mucho a Gardel y a Yupanqui. Me acuerdo de que cuando llegó el primer tocadiscos a casa, el famoso combinado, hizo lo que todo el mundo: comprar cinco discos para gastarlos. Y pasó la feliz idea de que, entre ellos, había dos de Yupanqui. Con un amigo nos juntábamos a cantar “Eleuterio Galván” en joda... era una historia tan simple que me quedó.

La canción de Yupanqui completa, junto a “Quisiera fuera mi niño”, de Omar Moreno Palacios, es lo que Moscardini llama marco de referencia. “Eleuterio trastabilló” –se ríe ella–. “En los ensayos no nos salía muy bien... hay canciones que son más para ensayar que para conversar. Cuando alguien te transmite su mundo a través de una letra para que vos lo tomes es todo un laburo. Y con ‘Eleuterio’, si bien no lo tenía muy escuchado, sabía lo que Carlos quería, pero no se lo podía demostrar en un ensayo. Me tenía que poner el micrófono y grabarme... así salió.” El resto de las huellas completan el camino de una estética con pretensión de unir el sonido de la Buenos Aires suburbana con aquella que respira verdes y soledades: siete de Moscardini, más un par de la Jury y el aporte de un padre también pintor de almas: “Qué delirio más inmenso/ qué luminoso dolor/ qué locura, me pregunto/ me responden: es amor”.

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