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Sábado, 22 de noviembre de 2008
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La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en el Teatro Opera

La mejor manera de despedir el año

A contrapelo de lo que sucede con el Teatro Colón, la orquesta buscó este año mantener la actividad contra viento y marea. El concierto ofrecido el jueves dejó la mejor impresión, bajo la notable dirección del mexicano Enrique Arturo Diemecke.

Por Diego Fischerman
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La acústica del Opera no es de lo mejor, pero el público supo comprender y festejar la performance.

Desde el inicial sonido casi gutural en los bronces, que se sobreimprime al solo de flauta, y el posterior solo de corno, las dos suites del ballet Daphnis et Chloé, de Maurice Ravel, son una verdadera prueba de fuego para una orquesta sinfónica. Con una escritura virtuosa, de un modernismo asombroso que, por otra parte, nunca aparece declamado –el efecto más osado puede tomar la forma de un elegante vals–, la partitura expone secciones que habitualmente pasan un poco inadvertidas para el oyente, como la de violas, y exige al máximo a los solistas de violín, trompeta, corno, flauta, oboe, fagot. La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en el último concierto de su ciclo de abono de este año, magníficamente dirigida por su titular, el mexicano Enrique Arturo Diemecke, no sólo pasó el examen sin problemas sino que entregó una interpretación de gran altura.

Diemecke, más allá de su histrionismo, de las palabras que suele dirigir al público al comienzo de sus conciertos, de los saltos y las reverencias teatrales con los que ocupa el podio, es un director meticuloso en el trabajo con los planos de la orquesta, preciso en la rítmica y musical en el fraseo, construyendo versiones tan respetuosas del pequeño matiz y de los detalles de color como de la línea larga. La Filarmónica, homogénea, ajustada y con gran rendimiento en las cuerdas y maderas, tiene, por otra parte. una singular empatía con el director y eso se traduce en el rendimiento. A contrapelo de la actual dirección del Colón y en un proceso casi autónomo, la Filarmónica logró mantener su ciclo de conciertos y funcionar con desafíos dignos de su nivel. Ya se sabe, jugar partidos de veinte minutos contra la novena de Sportivo Ingeniero Santos no es entrenamiento para nadie y, en ese sentido, la dirección de la orquesta supo darse cuenta de que, aun cuando la acústica del Opera deje mucho que desear, la suspensión de las actividades (o su reemplazo por actuaciones escolares) no es un precio razonable; el público, que conoce la imposibilidad de utilizar el Colón, lo comprende y aprueba.

En la primera parte del concierto, Schlomo Mintz, con buen sonido aunque apático en su enfoque y con afinaciones algo vacilantes, interpretó el Concierto Nº 1 de Bartók (una obra temprana, retirada por él de catálogo y muy cercana aún al estilo de Richard Strauss) y Tzigane, de Ravel. Y antes, la Filarmónica, con su concertino Pablo Saraví como solista, ofreció Danza macabra de Camille Saint-Säens. Y allí, en esa superposición un poco desmañada de obras con violín solista –en rigor, nunca se debe correr el riesgo de que el concertino de la orquesta eclipse o sea eclipsado por el solista invitado– es donde aparecen las deudas mayores de la orquesta. Un criterio demasiado pendiente de los aniversarios redondos y de satisfacer a los instrumentistas de la orquesta ha llevado a junturas un tanto bizarras, donde del Popol Vuh de Ginastera se puede pasar a una obra de efecto de Rimski-Korsakov y de allí a una Sinfonía de Beethoven, sin que haya lógica o sentido narrativo alguno. En todo caso, un proceso saludable, como el que la Filarmónica está encarando, podría cristalizarse de manera más provechosa con programaciones más imaginativas y coherentes en las que, además, la música de los compositores vivos tuviera una mayor presencia. La Filarmónica, y el numeroso público que la sigue y acompaña, lo merecen.

8-ORQUESTA FILARMONICA DE BUENOS AIRES

Obras de Saint-Säens, Bartók y Ravel.

Solista: Schlomo Mintz (violín).

Director: Enrique Arturo Diemecke.

Teatro Opera, jueves 20.

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