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Sábado, 6 de diciembre de 2008
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Brian Chambouleyron comienza un ciclo de recitales intimistas

Noches de tango umplugged

Con su guitarra como única compañía, el cantor de elegante estilo criollo comenzará a presentar esta noche su CD Tracción a sangre. Los recitales seguirán durante el verano. “Siento que voz y guitarra constituyen una fórmula ideal”, señala el músico.

Por Carlos Bevilacqua

Como Gardel, Brian Chambouleyron nació en Francia, dejó aquel país de niño por una decisión familiar y una vez establecido en Buenos Aires se lució cantando tangos. El mismo apunta que también los une el origen francés del apellido y una especie de ciudadanía cultural argentina que se impuso a poco de andar. El facilismo comparativo podría agregar que ambos se identificaron desde jóvenes con la figura del cantor nacional. Pero los tiempos son bien diferentes y Brian prefiere rechazar cualquier interpretación ulterior de esas coincidencias, acaso por el enorme respeto que le merece el Zorzal. La odiosa comparación surgió durante una charla sobre el ciclo que a partir de esta noche protagonizará los sábados de diciembre y los viernes de enero y febrero, a las 22 (con cena opcional a las 21), en La Biblioteca Café, Marcelo T. de Alvear 1155. “Buenos Aires se pone linda en verano, está menos electrizada”, justifica su decisión de quedarse trabajando cuando tantos se van de vacaciones. “Voy contra la corriente”, agrega quien en la era de la informática bautizó Tracción a sangre a su último disco, el tercero de su etapa solista en el que vuelve a cultivar un estilo sutil y “decidor”. Es además el segundo CD consecutivo en el que elige acompañarse sólo con su guitarra.

“Luego de macerar este formato austero durante un par de años, creo que salió un trabajo más intenso y maduro que el anterior”, opina. Si bien el contenido de esa placa será el eje de los shows, apelará también al resto del repertorio que viene interpretando como solista desde 2003, cuando terminó un exitoso ciclo de seis años con el espectáculo musical Glorias Porteñas. Antes había experimentado un periplo atípico: hijo de argentinos pero nacido en París, a los 5 años su familia lo trajo a la Argentina; a los 12 volvió a irse, pero a Brasil y a México junto a sus padres, exiliados durante la dictadura; finalmente volvió a Buenos Aires a los 20. Con todo, ningún acento extranjero matiza su decir porteño.

–Es el segundo verano consecutivo que va a cantar entre libros...

–Sí, porque es un lugar especial, cálido, con capacidad reducida. Me gusta porque se da un contacto más directo con el público. No soy de programar los shows, voy eligiendo según cómo me siento en el momento y qué huelo en el ambiente. El público aporta al momento artístico. El vivo es irrepetible. Por eso siempre digo que soy un animal de escenario.

–¿Por qué eligió acompañarse sólo con guitarra en el último CD?

–En principio, por mi formación. Antes que cantor, soy guitarrista. Y siempre que canté, me acompañé con la guitarra. Por otro lado, siento que voz y guitarra constituyen una fórmula ideal, que además me permite regular directamente el acompañamiento. Lo que en otros casos le pedís al músico, sabés que te lo podés dar vos. Suena un poco onanista, pero es así. En general, canto con el acompañamiento melódico apenas adelantado, o sea con la guitarra como llevándome. Por momentos, invierto ese orden, pero siempre busco un juego de disociación como para que tanto guitarra como canto tengan roles bien identificables.

–¿Qué características tiene el repertorio de Tracción a sangre?

–Es criollo, pero más crudo que el de los discos anteriores. Tiene temas densos, como “Nieblas del Riachuelo” o “Naranjo en flor”, que son posteriores a los que venía trabajando, y varias fugas del corset clásico como “El títere”, de Borges y Piazzolla; “O mundo é um mohíno”, un samba lento que parece un bolero, y “Pa’l que se va”, de Zitarrosa. Como es un repertorio muy variado, me da muchas opciones para el vivo.

–¿Qué significa hoy ser un cantor nacional?

–Adhiero a lo que dice el manifiesto tropicalista de Brasil sobre la antropofagia, en el sentido de traducir todas las culturas del mundo a un lenguaje autóctono. Existe un estilo criollo que tiene muchas posibilidades de desarrollo.

–Las letras adquieren un relieve muy particular en su interpretación. ¿Qué lo seduce de la poesía tanguera?

–Lo que siempre me gustó del tango es una especie de sentido metafísico permanente, que es algo muy del argentino y que no es fácil de encontrar en personas de otras nacionalidades. Ese despojarse de ilusiones, ese saber de paraísos perdidos. El tango tiene esa postura existencialista, pero simultáneamente de dignidad.

–Muchos no lo ven tan digno y sienten que es un género llorón.

–Lo que pasa es que vivir es sufrir. ¿Quién puede decir que es completamente feliz? El que dice eso está negando la realidad. Por supuesto que esa tristeza a veces se exacerba a través de situaciones trágicas propias de estilos anacrónicos. Pero más allá de eso, me quedo con la dignidad del tipo que, sentado solo en un café, se despoja de ilusiones vanas, lo cual no le impide seguir haciendo cosas.

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