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Domingo, 14 de diciembre de 2008
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LA FIESTA INOLVIDABLE DE LOS FABULOSOS CADILLACS EN RIVER

El silencio convertido en carnaval

Los shows en el Monumental plantearon una curiosidad: los Cadillacs suenan como si en todo este tiempo hubieran seguido trabajando juntos, refinando su identidad y personalidad de escenario. ¿Cómo se hace para no seguir?

Por Eduardo Fabregat
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Con su doblete en la cancha de River, los Cadillacs se dieron un gusto grande.

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LOS FABULOSOS CADILLACS

Músicos: Vicentico (voz, armónica), Flavio Cianciarulo (bajo, voz), Sergio Rotman (saxos, guitarra, voz), Mario Siperman (teclados), Fernando Ricciardi (batería), Daniel Lozano (trompeta).
Músicos invitados: Hugo Lobo (trompeta), Gustavo Martelli (percusión), Matías Brunel (guitarra), Pablo Lescano (teclados), Mimi Maura (voz), Luciano Jr. y Martín “La Mosca” Lorenzo (percusión).
Sonido: Walter Chacón.
Luces: Sandro Pujía.
Duración: 160 minutos.
Público: 65 mil personas.
Estadio de River Plate, viernes 12 (repitió anoche).

“Like a virgin...” se contoneó Vicentico, para después ponerse a saltar la soga como Madonna apenas unos días antes en el mismo estadio. Nada podría ser más diferente: allí donde la rubia puso un espectáculo impactante y nada de emoción, Los Fabulosos Cadillacs hicieron gala de un clasicismo tan natural como demoledor y ciertamente apasionado. Nada de gran parafernalia: un escenario sin “lengua” ni “pasarela”, dos pantallas bien definidas en blanco y negro, una iluminación sobria para los músicos y con algo de protagonismo para la gente (con el correr de la noche se apreciaría lo atinado del detalle: el mar de brazos en alto con “Matador”, por ejemplo, erizaba la piel) y nada más. ¿Nada más? Mucho más. Treinta canciones más, en un Fabuloso maratón que quizá pecó de excesivo en la primera parte, pero que a la altura de “Demasiada presión” encarriló las cosas para que el único término abarcador posible fuera fiesta. Y no una fiestita de egresados o un ridículo carnaval carioca: Fiesta, con mayúscula.

Cualquiera sabe que los Cadillacs poseen un arsenal de canciones para que un encuentro de este calibre se desmadre. Lo que faltaba comprobar con los propios ojos y oídos es que los años no han pasado en vano y la banda suena mejor que nunca. Cuando “Manuel Santillán, el león” abrió el fuego, lo que sacudió el Monumental no sólo fue un sonido potente y preciso (en toda la velada sólo hubo que lamentar la voz algo empastada de Vicentico), sino el vendaval de un grupo con hambre de gloria a pesar de tanto kilometraje. Y no se trata sólo de avasallar, que eso puede conseguirlo cualquiera con algo de oficio: cuando hubo que apelar a la delicadeza, allí estuvieron la cadencia jamaiquina de “Muy, muy temprano”, el calor caribeño de “Calaveras y diablitos”, el disco funk gustoso de “Wake up and make love to me”, el balance entre la paz y la furia exhibido en “El aguijón” o “Mal bicho”, donde el cantante logró apaciguar y hacer callar a todo un estadio (“Oremos”, dijo de rodillas) antes de la explosión final con toda la gente arengando al grito de “Digo no! Digo no!”. Ni hablar de la enorme belleza de “Siguiendo la luna”, en una versión tan pero tan conmovedora, que la verdadera luna sobre Núñez pareció aún más llena.

Es por eso que el show en River resultó histórico: no sólo por el inédito marco para el grupo, sino sobre todo por la excelente forma artística que éste exhibe, y que va más allá de los ensayos para el Satánico Pop Tour. Los Cadillacs suenan como si en todo este tiempo hubieran seguido trabajando juntos, refinando su identidad y personalidad de escenario, arribando a una notable síntesis de las varias actitudes sonoras que adoptaron en su larga carrera. Pueden convertir al gallinero en un templo de la cumbia con Pablo Lescano pidiendo agitar las manitos (y equivocándose en la primera entrada) en “Padre nuestro”, y luego internarse en las oscuridades de “Los condenaditos”. Pueden conjurar la alegría adolescente de “Mi novia se cayó en un pozo ciego” y homenajear en un rápido pasaje final a los Clash (con el clásico de clásicos “Guns of Brixton”) y los vitriólicos Dead Kennedys con “Let’s lynch the landlord”. Y pueden, cómo no, desatar el festejo más genuino e incondicional con “Demasiada presión”, la poderosa combinación de “Gitana” y “Carnaval toda la vida” y, claro, esa canción que todo el mundo reclama, cuyo coro reemplaza al célebre cantito de Woodstock y, hasta que no suena, no puede darse por terminado el show: “Yo no me sentaría a tu mesa”.

Frente a semejante estado de las cosas, frente a lo que consiguió y lo que demostró el grupo en estos conciertos en River, es difícil imaginar lo que puede deparar el futuro. El año próximo habrá una segunda parte de la gira y otro disco: el material de La luz del ritmo, con canciones tan valiosas como “Nosotros egoístas”, “El fin del amor” y “Hoy”, distancia a este regreso de la “burbuja en el tiempo” con la que Soda Stereo fijó los límites de su propio retorno. Es imposible mirar de reojo, despreciar la genuina alegría con la que más de 60 mil personas volvieron a corear eso de los Cadillacs tocando para vos, se dejaron llevar por la calenturienta combinación de Vicentico y Mimi Maura en una renovada “Vasos vacíos”, sintieron que la adrenalina crecía y crecía en esa declaración de principios que sostiene que si no hay galope, se nos para el corazón. Todo en este regreso de los Cadillacs se resume en esa arenga lanzada hace nada menos que 16 años, pero que no ha envejecido ni un día. Los Cadillacs modelo 2008 convirtieron su propio silencio en carnaval. Y ahora, ¿cómo se hace para volver a callarse?

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