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Lunes, 19 de enero de 2009
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DESLUCIDO SHOW DE INTOXICADOS EN EL POLIDEPORTIVO DE MAR DEL PLATA

Pity, el dueño de todas las dudas

Con una banda desmembrada y sin ensayo, frente a los rumores de separación de Intoxicados y de retorno de Viejas Locas, el cantante brindó una actuación para el olvido. Su público, que conoce sus altos y bajos, se retiró en silencio.

Por Facundo García
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Pity Alvarez llegó una hora tarde y cantó menos de la mitad de los temas programados.

Desde Mar del Plata

Que Pity Alvarez ande hecho pelota por ahí es un chiste que perdió la gracia, si es que alguna vez la tuvo. Y perdió la gracia para él y para quienes con esfuerzo juntan el dinero que les permita ir a escucharlo. A pesar de eso, Intoxicados insistió con la fórmula el viernes, en el Polideportivo de Mar del Plata. Entre rumores de separación y una puesta que anunciaba glamour pero terminó presagiando miserias, se concretó un verdadero fiasco que no sólo echa sombras sobre el futuro del grupo; sino también sobre el anunciado regreso de Viejas Locas y –lo que es peor– sobre la salud del propio Pity.

Pésimas noticias para los fans, que le dedicaron a la banda –o, mejor dicho, a lo que queda de ella– una exhibición de paciencia rara en estas épocas de fugacidad. Luego de la previa de Motor Loco, la muchachada quería oír clásicos y una que otra canción del disco más reciente, El exilio de las especies. Y la espera se alargaba. Una hora después de lo anunciado, un Pity de traje y anteojos oscuros quiso romper el hielo y habló: “Vamos a hacer un concierto tipo Bob Dylan. Un poco va a ser una queja y un poco buena onda. Así que el show va a estar bueno (aplausos); pero no tan bueno. Y vamos a tocar muchos temas (gritos y más aplausos); pero no tantos. Yo nunca voy a mentirles; pero tampoco voy a decirles la verdad (ovación)”.

La invocación al legendario trovador estadounidense buscó quizá anticiparse a los abucheos, dada la entereza que ha mostrado Dylan cada vez que la multitud se le puso en contra. Sin embargo, la gente que había pagado su entrada al Polideportivo no estaba agresiva ni mucho menos. No había porqué: con la potencia que daban dos baterías sonando al mismo tiempo y el frontman aparentemente rescatado, el espectáculo prometía. “Hermano tolueno”, “Lo artesanal” y “Se fue al cielo” entibiaron a la concurrencia. A esa altura, los más avispados se dieron cuenta de que faltaban Felipe Barrozo –el guitarrista que abandonó el proyecto hace unos días–; y Jorge Rossi –el bajista, igualmente distanciado–. “Si consideramos a la neurología dentro de la salud, tengo que contarles que hay miembros de Intoxicados que hoy no están acá por problemas de salud”, pinchó el Pity.

“Volver a casa”, “Me vuelvo al sudeste” y “Reggae para los amigos”, fueron quizá lo mejor de la jornada, ya que los largos climas dub dieron participación al set de vientos que acompañaba desde atrás. La prédica del vocalista continuó. Antes de “Niña de Tilcara” se lo escuchó quejarse del avance de la propiedad extranjera sobre tierras argentinas. “A mí me gusta Tilcara desde hace mucho. Ahora los franceses se dieron cuenta de que era bonito y la nombraron patrimonio de la humanidad. Entonces el dos por dos que yo quería comprarme a tres pesos me sale dos mil. Y qué casualidad, he aquí que los únicos que pueden pagar esos precios son ellos. De esa manera nos quitan la tierra de a poco. Y apaguen esas luces por favor, que no soy una estrella de rock”, se explayó. La respuesta del gentío no bastó para disimular que paulatinamente el show había ido cayendo en un pozo musical que parecía no tener fondo. En un momento hasta las ideas interesantes que suele tirar el Pity empezaron a escasear y decenas de espectadores terminaron por sentarse en el suelo a ver si la cosa cambiaba más adelante.

En tanto, el mensaje de Alvarez rondaba los temas filosóficos, lo que todavía invitaba a conservar la esperanza de un sabor diferente a ese vacío que se hacía gigante. “Nada es verdad ni mentira, bueno ni malo. Todo es distinto. La verdad no existe. Quien les habla es el dueño de la duda. Pueden dudar cuando quieran, sin embargo yo soy el dueño”, sentenció el frontman, para derrapar treinta segundos después: “Me gusta el Fernet y me encanta la Coca Cola”. ¿Sería otra irreverencia? ¿Un corte de mangas al sistema? Nadie lo sabía. Se notaba, no obstante, que el tipo estaba mal. Tan mal que como no le quedaba mucho más que dar, decidió ofrendar su cuerpo y treparse a la platea a saludar y a que lo toquen. Movida riesgosa, porque tuvo que escalar una pared y los que lo recibían arriba no estaban nada tranquilos. “Subo para saludarlos de onda y me confunden con un orangután. Si prefieren ver un orangután, vayan al zoo”, respondió el rocker cuando dos gigantes de seguridad lo rescataron de los apretujones. Y se fue.

Los presentes no sabían si quejarse, irse o esperar. Desparramados en distintos sectores del estadio, había grupitos que gritaban “olelé/olalá vinimo’ a ver al Pity/ y el Pity dónde está”. O invocaban a Viejas Locas –la anterior banda de Alvarez– que según los cuchicheos estaría por regresar. Transcurridos unos minutos, la vuelta de los músicos coincidió con la aparición de Fachi, el ex bajista de aquella recordada agrupación. Así llegaron “Caminando por las piedras” y “Balada para otra mujer”. Con “Chico de la Oculta” recrudecieron los aires predicadores. “Yo quiero enseñarte a que vivas bien. Que trabajes. Que la gente respetable le pueda enseñar a los guachines”.

Nada quedaba del traje del principio. Tampoco se mantenía el entusiasmo. El bodrio se extendía y ya nadie era capaz de pronosticar en qué iba a terminar. Cerca de la una de la madrugada, el bajón era indisimulable. Los amantes del análisis sesudo disculpaban a los artistas suponiendo que había una clave estética secreta que no les era dado interpretar. En la despedida, fue el propio Pity el que derrumbó esas suposiciones, al revelar –casi disculpándose– que habían tenido “sólo medio día para ensayar”. Como frutilla del postre, empezó a hablar mal de los integrantes que no estaban, mientras sus colegas intentaban callarlo y llevarlo a los camarines. “Nunca hay que estar preparado para la traición. Es como estar preparado para la guerra. Mejor esperar que venga y ver qué hacés. Yo no quiero hablar acá de traición, pero...”, deslizó, antes de que se lo llevaran.

La muchedumbre se retiró en silencio, con las luces encendidas y las miradas en piloto automático. Un detalle final dio otra pizca de sentido al paisaje: cierto admirador se afanó el papel en el que estaban escritos los temas que los artistas habían planeado hacer esa noche. No habían interpretado ni la mitad. Ojalá la mala onda pueda revertirse el trece de febrero, cuando el hombre de Piedrabuena y los suyos cierren la primera velada del Cosquín Rock. Talento le sobra. El asunto es que pueda cargarlo sin que le cueste la vida.

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