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Sábado, 21 de marzo de 2009
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La presentación en Buenos Aires de Ute Lemper

Un largo viaje desde Berlín

La cantante alemana trazó un itinerario musical que abarca a Berlín de los años ’20, París de las décadas siguientes y la comedia musical estadounidense, sumado a un relato sobre personajes como Marlene Dietrich y Edith Piaf.

Por Diego Fischerman
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En el show, Ute Lemper parecía una actriz que representaba a una cantante.

Los géneros implican un pacto. Y es, claro, un pacto de amor. Quien adora los policiales espera esa rubia entrando a la oficina del detective y la costura de sus medias recorriendo las pantorrillas, desea el olor del whisky rancio y los pies sobre el escritorio. Quien reverencia la ópera, lejos de rechazar esas construcciones asombrosas que los cantantes han hecho con sus voces y el hecho de que, estentóreas, entonen su muerte durante largos minutos, las anhela como al aire y vibra con ellas como con un recuerdo infantil. Y quien venera el music hall jamás impugnará la artificialidad, el show –el mostrar– que precisamente constituye al género. Ute Lemper, en su tercera visita a Buenos Aires, mostró un espectáculo impecable. No hubo nota que no fuera exacta ni matiz que no estuviera calculado con precisión. Podría decirse que no fue una cantante sino alguien que la representaba. Podría pensarse que en ningún momento buscó en sí misma más hondo que en la superficie –deslumbrante pero epidérmica al fin– de su técnica. Pero de eso, justamente, se trata lo que ella hace.

“Voy a contar una historia, un viaje, y ese viaje, para mí, comienza en Berlín”, dijo Lemper al empezar. Un relato, un poco a la manera de un stand up show, con alguna que otra ironía política entremezclada, unió su itinerario por canciones del Berlín de los años ’20, de París en las décadas siguientes, y de la comedia musical estadounidense. En uno de los momentos más logrados de la noche, la boa roja con la que rodeaba su cuello sirvió para enlazar un relato que entretejió las vidas y los personajes de Marlene Dietrich, Edith Piaf, Lotte Lenya y hasta Eva Perón, Angela Merkel, Hillary Clinton y Cristina Kirchner. El público, conocedor del inglés en que la cantante monologó, festejó sus chistes y alusiones casi tanto como sus canciones. Sin embargo, el fuerte de Lemper estuvo, obviamente, en el repertorio. El “Mecky Messer” de la Opera de tres centavos de Weill y Brecht, la hermosa habanera “Youkali” –tan parecida al “Oblivion” de Piazzolla–, escrita por Weill como música incidental para la obra Maria Galante, “Speak Low” y “Ic Bin Die Fesche Lola”, esa pequeña obra maestra de la ironía compuesta por Friedrich Hollaender en Berlín mientras se empollaba el huevo de la serpiente, desfilaron como parte de un círculo que comenzó con “Milord”, la pieza que Georges Moustaki creó para Piaf, y se cerró con “La vie en rose” como último bis, luego de la explosión de “Bye–Bye Mein Lieber Herr”. Esta canción, escrita por John Kander y Fred Ebb para el Cabaret de Bob Fosse que Liza Minelli hizo famoso pero Lemper personificó en su puesta teatral dirigida por Jérôme Savary, fue, en todo caso, una muestra bastante cabal de las leyes del espectáculo y de cómo influyen en la carrera de un artista.

Lemper empezó en la comedia musical –Cats, Cabaret–. Como artista europea se especializó en la búsqueda del origen de esos estilos y en la fidelidad a sus principios. Ella hacía, en estado más o menos puro, aquello en lo que Fosse y Minelli se habían inspirado para construir su propio Cabaret. Pero la cantante, una vez instalada en Nueva York, ya con la obligación de intercalar estrofas en alemán y en inglés y, también, con una nueva dinámica de circulación impuesta por el mercado –ya no las salas under ni las colecciones de discos secretos, como aquellas en las que grababa las canciones de Michael Nyman– comenzó a ser, en lugar de la fuente de Minelli, su continuación y hasta su imitación (aunque más perfecta, claro y, tal vez, menos visceral). En este caso, el marco del bellísimo templo Amijai, con una excelente acústica, y el hecho de que el acompañamiento apareciera reducido al de un pianista –el excelente y ductilísimo Vana Gierig– permitía hacerse ilusiones con una mayor intimidad. Con una muestra de talento menos efectista y exterior. No fue así. Lemper, como en su visita anterior y, posiblemente, como ya será inevitable, fue una artista del show. Su talento es el “mostrar” su talento. El actuarlo –y no el vivirlo–. Y lo hace de manera intachable.

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