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Miércoles, 29 de abril de 2009
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Nelly Omar, antes de su presentación del sábado en el Luna Park

“Yo no me arrepentí nunca de haberle grabado a Evita”

“Yo siempre me estoy probando”, dice con sencillez la cantante, que se zambulló en el tango escuchando a escondidas los discos de Carlos Gardel y desde entonces fue construyendo una carrera no exenta de dolores, pero que amerita el orgullo.

Por Karina Micheletto
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Omar puso su voz en las canciones “Ese pueblo” y “La descamisada”, que grabó para la campaña del ’45.

Por estos días, una gran cantora volvió a la calle. Este sábado dará un concierto en el Luna Park, y las gigantografías muestran la cara amplificada de una mujer bella, de rostro terso, mirada brillante y firme. Lleva un poncho rojo, que la representa. Es Nelly Omar, “La Cantora Nacional” o “La Gardel con polleras”, según el apodo que quedó fijado. El documento de esta mujer dice que se llama Nilda Elvira Vattuone y que nació el 10 de septiembre de 1911. Al verla, los 97 años saltan inmediatamente como un error. También al escucharla hablar con memoria asombrosamente pródiga, deteniéndose con exactitud en fechas, lugares, nombres completos. Y sobre todo al escucharla cantar: en vivo o en su reciente disco, Criolla, conmueven su dicción y su fraseo, su voz nítida, el buen gusto que le imprime al tango más criollo, junto a sus guitarras.

Nelly Omar aguarda la entrevista dando una última ojeada a su maquillaje en un espejito de cartera. Realmente es una mujer hermosa, y los 97 años vuelven a ser un dato biográfico, un motivo de asombro en todo caso. Saluda con seriedad y simpatía, ambas a la vez. Tiene fama de mujer brava, “de carácter”, como se dice. La cronista pide disculpas porque tuvo que cambiar el horario de la entrevista. “Está bien, usted es una trabajadora, como yo”, corta en seco la cantante, e invita a la charla: “Entonces, ¿qué me quería preguntar?”.

“¡Ah, no imaginaba que todavía podía arrastrar tanta gente!”, dice entonces sobre las actuaciones que dio en estos últimos años, en el Luna Park y en el Opera. Llenó ambos. No sólo eso: la gente la siguió con un entusiasmo desbordado (la esperaron a la salida y casi la tiran, cuenta la productora, Liliana Ramírez). Decían que no soñaban poder volver a verla en vivo. “Me encantó, emocionalmente me hizo bien. No soy un ave de paso, se ve que mucha gente me quería ver. Yo siento que tengo que probarme, si es que realmente intereso, si gusto o no.” Y aquí está, La Gardel con polleras, La Cantora Nacional, la “Malena” de Manzi, entre otros tangos que se escribieron para ella, contando que siente que tiene que probarse.

–¿Realmente para usted subirse a un escenario todavía es probarse?

–¡Ah, sí, yo siempre me estoy probando! Son muchos años y no quisiera caer en... No sé cómo decirlo, no quiero lastimar a nadie, pero yo no soy como esas personas que andan mendigando para hacer un trabajo. Jamás lo haría, ni por necesidad. Más bien me pongo a fregar un piso, pero como cancionista no podría verme pidiendo caridad. Por eso me mantengo, y por eso acepté cuando me llamó el productor para este Luna. Pero le dije: si me va mal, no me pague ni cinco centavos. Yo no firmo contratos, nada. Los productores saben que soy una mujer de palabra y que cumplo con mi trabajo. Por eso trato de estar vigente, de cuidar mi salud, no me manoseo con nadie, no ando metiendo las narices en todos lados para que me vean.

–¿Cómo cuida la voz?

–La naturaleza mía es así. El maestro que me probó cuando era una chiquilina y tenía que hacer “El patio de la morocha”, me dijo: “Usted no tiene que estudiar nada, tiene impostación natural, como Gardel. Lo único que le aconsejo es que venga a vocalizar”. Y después me dijo que tenía voz para hacer música de cámara. Empecé a aprender francés para cantar esas canciones. Hasta que un día, cuando ya estaba medio harta con la música de cámara, dije no, tengo que ir con lo mío, con el tango. No fui más a ese maestro y seguí con los ejercicios. Así hasta el día de hoy, hago ejercicios respiratorios. Después, lo único que tengo que hacer es dormir ocho horas, y no tener ningún problema. Nada más.

–Pero de algún lado habrá aprendido a cantar tangos...

–Aprendí sola, de los discos de Gardel que había en casa. Mi papá era muy amigo de Gardel. Recuerdo cuando en 1918 vino Gardel a mi casa de Guaminí, donde vivíamos. Como buen gringo chapado a la antigua, no nos permitía a los chicos tratar con los hombres grandes, ¡y menos con los artistas! Pero yo, a través de la persiana, lo espié.

–¿Y qué vio?

–Un hombre gordito, con el peinado al medio, con unas onditas, también estaba Razzano. Hasta que murió mi padre tuvo una amistad con Gardel, le llevaba los discos a casa. Yo los escuchaba y fui aprendiendo cosas que Gardel cantaba, me acuerdo de un estilo que se llamaba “Eche otra caña pulpero” (canta). Yo lo aprendí de chiquita, con seis o siete años.

Gardel usa polleras

Aquella primera impresión de una niña de seis años espiando por la persiana lo prohibido –un artista famoso que canta tangos– quedó grabada en forma poderosa en Nelly Omar: en su relato aparecen detalles, olores, texturas. ¿Y por qué, en una casa llena de discos de ópera –la música que escuchaba su padre genovés– , ejercieron tal fascinación sobre ella sólo los de Gardel? No hay respuestas certeras. Sí más recuerdos, perfectamente detallados: “Cuando tenía 12 años vinimos a Buenos Aires con mi mamá y un hermano, fanático de Gardel, a recorrer los cines para verlo cantar. La última vez que lo vi fue cuando él se despidió, porque se iba a Europa, en el ’34. Al año siguiente murió”.

–¿Y de dónde salió lo de “Gardel con polleras”?

–Me lo pusieron en el cine Carlos Gardel de Valentín Alsina. El público me lo puso, gritaba “¡Gardel con polleras!” y me sacaba en andas. Yo tenía miedo, gritaba que me bajaran. Era muy chica. Ya más grande, fui a cantar a Radio Belgrano y conocí a Enrique De Rosas, que me bautizó como “La voz diferente”. Y en el ’44 hice dos meses en el Novelty, una especie de cabaret. Ahí conocí a grandes autores, y ellos me pusieron “La voz dramática del tango”, tengo la medalla. He tenido el cariño de todo el ambiente artístico y de mis compañeras mujeres. Antes era otra vida, nos codeábamos más, no había TV, íbamos a cantar a la radio y ahí nos encontrábamos. Así nos fuimos conociendo. Con Libertad Lamarque, o con D’Arienzo, nos íbamos al Luna Park a ver las peleas de boxeo. ¡Boxeo, dios mío! Pero en la época era lo usual.

Evita en el bolsillo

En la carrera de Nelly Omar hay un quiebre abrupto, marcado por la Revolución Libertadora. Como muchos de los que adherían públicamente al peronismo, su caída marcó el ingreso de la cantante a las listas negras. No sonó más por radio ni TV. Pasó a estar prohibida. De la noche a la mañana perdió su única fuente de ingresos, que era su voz.

–El silencio que le impuso la Libertadora debe haber sido difícil de sobrellevar.

–Sí, pero yo no me arrepentí nunca de haberle grabado a Evita esas dos canciones por las que quedé marcada. Ni me arrepentiré.

Nelly Omar se refiere a “Ese pueblo” y sobre todo “La descamisada”, que grabó para la campaña del ’45, y quedó fijada en su voz: “Soy la mujer argentina, la que nunca se doblega, y la que siempre se juega, por Evita y por Perón”. Nelly puede repetir esas palabras ahora con la misma convicción. Se le pregunta cómo la recuerda a Evita: saca una imagen de su bolsillo, una estampa de Evita joven, sonriente, recortada a mano.

–Donde voy la llevo. Es de cuando empezó a peinarse con la trencita. Era de una postal, yo la saqué y la llevo en mi bolsillo. No para esconderla, sino para tenerla cerca. Tengo una medalla, pero la dejo en casa en un estuchecito, por miedo a que me la roben. Tuve muchas imágenes, un busto, cuadros, de todo. Lo tenía todo acomodado en un mueblecito. Todo eso me lo llevaron cuando vino el Ejército a allanarme.

–¿Allanaron su casa?

–Sí, y después de eso me silenciaron. Pero creo que no fue tanto el Ejército, sino los políticos que ocuparon lugares. Dijeron que habían recibido una denuncia de que yo tenía armas. ¿Qué arma iba a tener yo? Entraron atropelladamente, uno vino con una bolsa de esas rústicas, como del correo. Cuando vieron que tenía sólo dos ambientes, se recogieron. Pero antes agarraron todo lo del mueble y lo metieron en la bolsa. Les dije: llévenlas, pero por favor no las rompan. Fue lo único que tocaron. El notario abrió un cuaderno y preguntó: ¿qué pongo? Cierre, no ponga nada, le dijo el otro. Yo no me asusté, les dije: señores, ¿quieren tomar alguna cosa? Los tipos salieron picando.

–¿Y después?

–Después empecé a deambular por un lado y otro, golpeando puertas, nadie me daba bolilla. Desaparecieron todos los amigos. Yo iba a pedir trabajo, lo que tenía derecho, nada más. Hasta que apareció un trabajo en la cantina de Forastiero, y me metí ahí. Siempre recuerdo a Virginia y Antonio Forastiero, que me dieron la oportunidad de reintegrarme y componerme, porque había vendido lo poco que tenía, estaba muy mal. Estando en la cantina ya salían bolitos, pude moverme un poco. En el ’58 Tita Merello me consiguió un trabajo en Montevideo, y me salió un contrato para Caracas, donde estuve un año.

–La política marcó su carrera. ¿La sigue marcando?

–Ahora saben que soy peronista, pero me ven como un elemento que los complica. Los he parado a unos cuantos. A Cafiero, por ejemplo. Un día me llamaron para que fuera a cantar a su cumpleaños y dije no, porque él no me preguntó si necesitaba algo cuando necesité, ¿por qué tengo que ir a cantarle ahora? A otro que también le contesté mal fue a Oraldo Britos. Me invitó a comer a su country, le dije no puedo, cuando yo necesitaba comer usted no me invitó a su mesa. Ahora tengo comida, gracias.

Yo soy Malena

–Su relato siempre es en singular. ¿Nunca tuvo un hombre que la apoyara en estos momentos difíciles?

–No, los hombres que tuve fueron amores, pero no me ayudaron. Tampoco quería que me ayudaran. Nunca los quise por la plata. Mi matrimonio fue un fracaso, duró un suspiro. Convivir solo conviví un año con (el folklorista) Aníbal Jufré. De Homero no tengo nada que hablar, con él no conviví, era un amor, y tampoco quise que me diera nada. Cuando tuve la última pareja tampoco me ayudó, me ayudó en la publicidad, en hacerme conocer, pero con dinero no.

Cuando menciona a Homero, Nelly Omar habla, claro, de Manzi. Pasaron años suficientes como para que hable de aquella relación libremente. “Fue una cosa de parte de él, no mía”, aclara. “A mí me simpatizaba, era un hombre talentoso, valía la pena tener una charla con él. Pero yo no lo amaba, él me amaba a mí, estaba enamorado locamente. Tanto que lo conocí en el año ’37 y empezamos a estar juntos en el ’44. Me persiguió todos esos años. Cuando él empezó a hacerme el seguimiento, como dicen, lo paré: yo soy una mujer casada, a mí no me moleste, déjeme tranquila.”

–¿Cómo se conocieron?

–Yo hacía con Charlo un programa que se llamaba Los pájaros ausentes, y él escribía los libretos. Después hizo otro que se llamaba Así nacieron las grandes canciones. Y siempre detrás: me mandaba regalos, regalos, regalos. Tan constante fue que voy a confesar algo que es un papelón. Me mandaba regalos a la casa de mis hermanas, porque yo estaba casada, y no los aceptaba. Entonces mis hermanas se vestían con las cosas que mandaba para mí. El no sabía qué hacer para conquistarme. Una vez hasta se me apareció con una valija de oro.

–¿Perdón?

–Yo estaba descansando en la casa de artistas de Villa Giardino, en Córdoba. Se apareció Homero, venía directo de México, vía Bolivia, lo había decidido repentinamente. Estaba desesperado, me había dicho (Ulises) Petit de Murat: “Llamalo, mandale una carta, un telegrama, este hombre se va a suicidar”. ¡Por favor, qué se va a suicidar, que me deje en paz!, le decía yo. Y apareció con una valija llena de oro, joyas, piedras, de todo. Se lo juro. ¿Sabe la platada que había? Me dio tanta bronca, que le dije: ¿Te creés que me vas a comprar con eso? Lleváselo a tu mujer, que le aproveche, dejame en paz. Esto fue en el ’42. En el ’44 yo me separé y empecé a tolerarlo un poco más. Después en el ’48 se enfermó, gravemente. Tenía cáncer y me necesitó, y yo estuve con él hasta el final.

–Le ganó por cansancio.

–Se enfermó pronto y yo le tuve un poco de... no digo compasión, eso sería ofenderlo, porque era un hombre digno de muchas cosas. Pero cayó en una especie de obstinación, venía a mi casa para que yo lo cuidara, no quería que lo atendiera otra persona. En el hospital, los últimos días estaba cercado por su mujer y sus hijos. El llamaba por mí y al final terminé entrando a escondidas a las 4 de la mañana. Era una imagen que no me quería llevar, la de él tan mal, casi acabado. Son recuerdos muy tristes... Por eso digo que yo sufrí mucho. Hubo y hay mucho dolor detrás de esa voz que todos escuchan. No me quejo, es la vida que me ha tocado. Y es la que supe vivir.

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