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Jueves, 28 de mayo de 2009
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Piazzolla Reunión, Gary Burton junto al Quinteto de Astor

Sobre reencuentros y desencuentros

La calidad del repertorio estaba fuera de toda duda, pero la noche también tuvo sus altibajos, que pasaron por el entramado de la lista y cuestiones que excedieron la cita puntual: entre ellas, la imposibilidad de recrear el efecto de una primera vez.

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Paradójicamente, la presencia de Burton significó lo mejor y lo peor de la velada.

Decir que a la reconstrucción del Quinteto de Astor Piazzolla y de su encuentro con el vibrafonista Gary Burton le faltó algo sería, más que una obviedad, un chiste de humor negro. Pero la reflexión acerca de la ausencia del bandoneonista va mucho más allá y tiene que ver, ni más ni menos, con aquello que le da sentido a las músicas artísticas de tradición popular. Esas músicas en que la obra, por más escrita que esté, recién se completa –es decir recién es la que es– en el momento de la interpretación. Los solos de Charlie Parker o John Coltrane no son sólo las notas. Y, en rigor, a nadie, salvo a un imitador, se le ocurriría volver a tocarlas. La música de Piazzolla, que después de su muerte fue tocada en innumerables ocasiones e incluso por músicos llegados de la tradición europea y escrita, parece más ambigua, más permisiva. Sin embargo, responde a esa misma lógica.

Lo que sonaba en el Quinteto original era el resultado de la combinación entre todo aquello que estaba en las partituras y la manera de interpretarlo pero, también, de la electricidad y la sensación de riesgo. Se tocaba en tiempo real. Y es ese tiempo real lo que resulta irrecuperable. Los músicos pueden ser los mismos. Y tener la musicalidad y el empuje de Héctor Console o el lirismo preciso de Fernando Suárez Paz. Pero la música ya no podrá sonar jamás como si fuera la primera vez, salvo que se la escuche en algunos de los formidables discos que Piazzolla dejó a lo largo de su carrera. Hecha esa salvedad, todo en la reunión del Quinteto fue correctísimo, empezando por el papel de Marcelo Nisinman, que tocó con notable ajuste y preciso fraseo las partes del maestro. No obstante, hubo un dato más, la presencia del fantástico vibrafonista Gary Burton, que tuvo que ver con lo mejor y, también, con lo peor del espectáculo.

Lo mejor fue lo que se produjo en los momentos en que Burton despegó de lo escrito, en que improvisó y pudo ponerle, a esa Mona Lisa prolijamente reproducida por discípulos obedientes, aunque más no fuera el bigotito de Duchamp. El ostinato de “Libertango”, por ejemplo, fue un caldo más que propicio para que se luciera su virtuosismo asombroso. Lo peor respondió, sencillamente, a un vicio de origen. El encuentro entre él y Piazzolla obedeció, en su momento, a la dinámica de ese tipo de proyectos. Se reparten las partes existentes, parte de lo que tocaba el violín se desplaza hacia el instrumentista invitado, se le dejan un par de compases para alguna floritura y el propio encanto de la excepcionalidad hace el resto. Cuando Mercedes Sosa cantaba con Milton Nascimento, o Ella Fitzgerald con Louis Armstrong, o Dylan se sumaba al grupo de George Harrison, no era necesario mucho más que las meras presencias de los convocados. Ni elaboradas segundas voces ni meditados contrapuntos. Alcanzaba con que uno pusiera su voz o su instrumento al lado del del otro. Lo que sucede es que esos “encuentros excepcionales” funcionan, precisamente, mientras son excepcionales. Excluyen, en todo caso, la posibilidad de la repetición. O, por lo menos, se resienten con ella: no tienen la riqueza de lo elaborado ni ya, tampoco, la gracia de lo irrepetible.

El concierto, por otra parte, al intentar un recorrido amplio por el repertorio de Piazzolla adoleció de errores en su tramado. Por un lado, la diferencia de concepción –y de riqueza– entre los temas más antiguos, como el decano “Triunfal”, “Muerte del ángel”, grabado por primera vez en 1962, “Buenos Aires Hora 0”, registrado en 1963, o “Romance del diablo”, de 1965, y los más recientes, como “Tanguedia” o “Libertango”, quedó demasiado expuesta. Por otro, la sucesión de temas de una misma matriz compositiva, tocados uno casi al lado del otro, como “Muerte del ángel”, “Fuga y misterio” y “Fugata”, puso demasiado al descubierto la repetición de una fórmula. Nada de eso impidió la emocionada y calurosa respuesta del público. El final, con un previsible “Adiós Nonino”, llevó a varios bises, entre ellos el reclamado “Decarísimo”. Y es que, como en un rito espiritista, lo que convierte en imagen convincente el pálido remedo de los fantasmas es la fe –y el deseo– de los acólitos.

7-PIAZZOLLA REUNION

Músicos: Gary Burton (vibráfono), Marcelo Nisinman (bandoneón), Fernando Suárez Paz (violín), Ricardo Lew (guitarra eléctrica), Pablo Ziegler (piano), Héctor Console (contrabajo)

Duración: 120 minutos.

Público: 1700.

Lugar: Teatro Gran Rex, martes 26.

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