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Martes, 2 de agosto de 2005
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LOS GATOS SALVAJES, DOS SHOWS A SALA LLENA EN EL TEATRO ATENEO

Una ceremonia para nostálgicos

Nebbia, Fogliatta, Pueblas, Adjaiye y Romero se dieron el gusto de mostrar las canciones de una época en blanco y negro.

Por Cristian Vitale
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Los Gatos Salvajes aparecieron cuando el rock nacional ni siquiera estaba en pañales.
Las 23.20 del 30 de julio de 2005. Lo que hay sobre el escenario del ND Ateneo, en una noche de calor en pleno invierno, no es un quinteto de adolescentes rockeros con camisas celestes y pantalones negros con tiradores, ágiles, inocentones y sonrientes; tampoco los mismos cinco con pulóveres negros de cuello existencialista sartreano y flequillo beatle a tono con los hermanos de Liverpool. Lo que hay es un grupo de sesentañeros, algunos canosos, otros panzones y uno, Litto Nebbia, casi calvo y muy verborrágico. Pero son los mismos de siempre, los mismos salvajes gatos, que irrumpieron en escena cuando el rock nacional ni siquiera estaba en pañales y que hoy, 40 años después, en vez de juntarse a tocar para los amigos asado de por medio, decidieron hacerlo sin reservarse el derecho de admisión y permanencia. Los contrastes de época podrían enumerarse sin fin: en el ND no está Jorge Beillard, aquel conductor de La Escala Musical que los presentaba ante las cámaras de Canal 13 como una especie de Dave Clark Five argentos sino un Nebbia con memoria de elefante, que explica al detalle el porqué de cada canción; tampoco frenéticas bailarinas a-go-go o “machos” mojigatos que tiran monedas “a esos pelilargos maricones”, sino una audiencia heterogénea, lejos del shake y cómodamente sentada en butacas, que aplaude con respeto al fin de cada tema pero que, en verdad, tararea muy poco las letras de las canciones. Casi ni las registra.
Y es que el retorno de Los Gatos Salvajes –Ciro Fogliatta, Juan “Chango” Pueblas, José “Tito” Adjaiye y Guillermo Romero, además de Litto– no fue lo que algunos esperaban. ¿Razones...? Una lectura extrema, quizá caprichosa, sería que hay que tener oídos de acero para tolerar hoy, de buena gana, temas de ingenuo, pegadizo y anacrónico mersey beat –Lo que más me gusta a mí, Déjame, déjame, Harás lo que te pida e incluso el tema que los llevó a la fama, La respuesta–, que la revolución psicodélica posterior sumergió en el ostracismo y hasta desacreditó, al menos por parte de los rockers progre de fines de los ’60. Otra es que algunos de los mejores temas del único long play grabado por el combo rosarino en 1965 –el bellísimo En tu corazón o la versión de Little Red Rooster, de Willie Dixon, que ni siquiera tocaron– nunca prendieron en el imaginario, más allá del boom del momento. “Nebbia, tocá La balsa”, gritaba alguno desde la platea. “Mama Rock, por favor, hagan Mama Rock”, exigía otro, pasando por alto que los que estaban tocando eran Los Gatos, pero Salvajes.
Razones de contrapeso –más reales y honestas, quizá– también hay: en el momento en que Los Gatos Salvajes registraron la mayoría de sus temas, los discos de los grupos que estaban revolucionando el rock en Inglaterra y Estados Unidos llegaban a cuentagotas al país. Como explicó Nebbia antes de ejecutar una adaptación de Cómo te arreglás, de Gerry & The Pacemakers, se conseguía muy poca música “de la buena” –The Kinks, The Zombies, The Byrds o The Who–, mientras la complaciente arribaba en toneladas: “A veces conseguíamos disquitos simples en el puerto de Rosario. Se los comprábamos a los marineros extranjeros, pero era poco”. Y esta carencia de base, pese a tratarse de un grupo con mucha más personalidad y energía que otros de la época, que había superado largamente “el rock a la mexicana” imperante, era central a la hora de abrevar influencias.
Pese a todo, el retorno de Los Gatos Salvajes –que vuelven a tocar el 12 y 13 de agosto en el Teatro de la Comedia de Rosario– tuvo picos emotivos y redimibles: más allá de la ovacionada participación de Andrés Calamaro, el único invitado de la noche, en dos temas extra Gatos –Sólo se trata de vivir y la conmovedora Zamba para mi tierra–, el profesionalismo que mostró la banda y el buen sonido que imperó en las dos horas del recital, los viejitos pelaron perlas que resistieron el paso de tanto tiempo: por ejemplo, Marian, hermosa balada inédita que Pueblas había registrado en ungrabador Geloso mientras Nebbia la tocaba por tocar en 1964 en el Hotel Argentino de Avenida de Mayo, recién llegado de Rosario. Pero también el frenético Peppermint twist, el “adelantado” ¿Quién vendrá por mí? y un conmovedor blues, Necesito saber, que refrendó, por si hiciera falta, el gran talento de Fogliatta en teclados.
Conclusión: si Los Gatos Salvajes hubiesen permanecido hasta 1970, tal vez no habría razón alguna para marcar la diferencia con sus continuadores. La ventaja de éstos fue que Sargent Pepper salió cuando Pueblas, Adjaiye y Romero ya se habían vuelto a la tierra del Che, dejando el hueco en un momento clave para la historia del rock. Bastaría un –¿utópico?– regreso de Los Gatos a secas para entenderlo.

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