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Viernes, 2 de octubre de 2009
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ENTREVISTA A JEAN-BENOIT “JB” DUNCKEL Y NICOLAS GODIN, LOS INTEGRANTES DE AIR

“La historia del rock es una sucesión de clichés”

A punto de publicar su nuevo disco, Love 2, los músicos de la banda francesa de electropop se desmarcan de todas las etiquetas, incluso las del “chill-out” que tan exitosamente popularizaron durante los últimos doce años.

Por Rob Sharp *
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Dunckel y Godin, dos artistas muy distintos entre sí, que confluyeron en una fórmula musical que vendió millones de copias.

Dos franceses posan para las fotos dentro de un complejo de edificios modernistas pintados de rosa en el distrito con nombre de ensueño de Belleville, a un corto viaje en taxi del Gare du Nord, en el centro de París. Vestida como al descuido, de modo muy piola, la dupla se para entre variadas partes de equipo vintage en su propio estudio de grabación hecho a medida. Con sus cuellos al revés, zapatos de punta e inseguridad gala, parecen perfectamente cómodos entre los sintetizadores Moog de veinte años, las consolas de caoba y los enchapados aislantes de sonido de madera de cerezo. Apenas sueltan alguna palabra, ofreciendo sólo débiles sonrisas y gestos de asentimiento levemente perceptibles. Para ser un espacio diseñado para crear ruido, éste debe ser uno de los lugares más silenciosos y amables de París.

En la superficie, Jean-Benoit “JB” Dunckel y Nicolas Godin, los dos miembros del grupo electropop Air (“Amour, Imagination, Rêve”), personifican la música chill-out que tan exitosamente popularizaron durante los últimos doce años. Todavía se los conoce principalmente por su álbum de 1998, Moon Safari, que incluía los singles “Sexy Boy” y “All I Need”, y que lideró una ola de música bailable que emergió de París a fines de los ’90 (es probable que el lector también recuerde el trabajo de sus compatriotas vestidos de robots, Daft Punk). Distinguido por el uso de etéreos sintetizadores análogos y voces pasadas por Vocoder, Moon Safari se convirtió en la banda sonora de un millón de cenas de clase media. En ciertos lugares, durante varios años, una velada no estaba completa sin “Sexy Boy” llenando los huecos en la conversación entre Moby y Groove Armada. Y en el conjunto de discos que siguieron desde entonces, el dúo echó raíces en una fórmula que despacha millones de unidades: un estilo instrumental ensoñado que tiene influencias del canon francés de Serge Gainsbourg y Jean-Michel Jarre, y las reempaqueta para un público global. Eso ha pagado este estudio de grabación, el primero en el que han grabado un álbum: Love 2 sale el 5 de octubre (en la Argentina aparecerá un mes más tarde).

Tras dos horas y media de conversación como fuera del tiempo con ellos –con las ocasionales escapadas sin explicación de Godin– deberían poder sacarse algunas deducciones acerca de cuál será el secreto de su éxito. Bueno, si hubiera que especular, tal vez todo podría reducirse a cuatro factores. En primer lugar, el hecho de que son franceses, lo que se manifiesta en una despreocupación cool por las tendencias (“Me chupa un huevo lo que la gente piense de mi música”, dice Godin) y por su otra mitad (“No es una buena idea estar en una banda con tu mejor amigo”, continúa). Después está su actitud hacia las mujeres, que para dos tipos de treinta y largos todavía es notablemente inmadura. “No creo en el matrimonio, es muy fucking burgués”, agrega Godin, claramente sin que le preocupe sonar un poco adolescente (quizás ese sea el objetivo). Además está su apetito por las contradicciones, lo que ellos denominarían “estar al descubierto”, algo que los lleva a cantar en inglés pero a vivir en París, a odiar la fama pero a trabajar en el negocio de la música. Y por último, por supuesto, están las personalidades salvajemente distintas de ellos mismos. Por una parte está Godin (de quien ya se ha escuchado bastante en esta nota), el charlatán y gracioso, que está obsesionado por la moda y el modo en que se ven las cosas; por otro, Dunckel, torturado y silencioso, que cree en la naturaleza catártica de lo que hace, al punto de que no le gusta mucho hablar de eso. Por ese motivo, es una sorpresa que la entrevista haya durado dos horas.

“Nosotros dos somos tan jodidamente franceses que no tenemos la misma escala de valores que otra gente”, dice Godin. “No hacemos discos que suenan iguales a los de otros. Hay tantas reglas. La historia del rock’n’roll es sólo una sucesión de clichés. Hay una rígida lista de cosas que las bandas hacen todo el tiempo; nosotros no podemos compararnos con nadie. No hay una herencia musical en lo que hacemos; es más como la comida o la moda.”

La dupla se conoció en la escuela secundaria en el suburbio de categoría de Versalles, al sudoeste de París. Generalmente se resisten a hablar sobre sus infancias pero lo que consigo es que Godin disfrutó de ciertos ingresos y confort. El asegura que tenía un lindo departamento y, mientras crecía, “lindas novias” (un tema recurrente en nuestra conversación). Dunckel, por otra parte, fue empujado desde chico a presentarse como pianista clásico, y después abandonó porque odiaba la presión. Tienen sentimientos encontrados acerca de sus días en la escuela: Godin dice que odiaba la onda “de porquería” de su liceo; Dunckel, por otra parte, estaba feliz de trabajar. En la escuela, a principios de los ’90, los presentó otro músico de su zona, el productor y DJ Alex Gopher, y enseguida conectaron por su amor compartido por David Bowie (quien, hay que decirlo, difícilmente fuera considerado un artista de punta en ese momento). Formaron su primera banda juntos, un grupo de indie rock llamado Orange, que usaron como vehículo para enviar demos a las compañías discográficas, pero nadie picó. El tiempo pasó, y tras estudiar para sus respectivos títulos –Dunckel en ingeniería y Godin en arquitectura–, Dunckel empezó una carrera en la enseñanza y Godin se quedó en la universidad para pasar el período de siete años necesario para calificar.

Entonces llegó la epifanía. Godin tenía 25 y estaba puliendo un dibujo arquitectónico particularmente difícil. “Las ideas simplemente me fluían y cuando le mostré el trabajo a mi profesor, me dijo que era muy original. Sabía que podía aplicar esos principios a hacer un álbum”, explica. Así que abandonó su curso cuando sólo le faltaba un año, contactó a Dunckel y juntos mejoraron sus ideas. Lanzaron un single, “Modular Mix”, a través del sello Mo’Wax –en varios sentidos, dice Godin, ése fue su mejor momento, porque tenían más tiempo para ir de fiesta y menos trabajo que hacer–, antes de firmar con Virgin Records en 1997. Al año siguiente salió Moon Safari, que vendió más de dos millones de copias en todo el mundo. Quizás el hecho de que su éxito llegó relativamente tarde explica su desinterés en las trampas de la fama. “Nosotros nos juntamos con gente que trabaja todos los días, que tiene problemas para pagar el alquiler a fin de mes, gente con hijos”, dice Dunckel. “Sentimos que compartimos más cosas con gente común ahora que tenemos éxito. Muchos de nuestros amigos trabajan para compañías y son como esclavos de tiempo completo. Me gusta ser consciente de esas cosas. No me gusta conocer a demasiada gente que es de nivel social demasiado alto.” Suena a que estos tipos “terrenales” están bien para él.

La despreocupación por su aspecto público es evidente en su proceso de trabajo. Está claro que les gusta mucho más hacer música que lo que disfrutan hablando de ella. “Sé que cuando era chico una vez jugué con un juguete durante cinco minutos y después me aburrí”, dice Godin. “Me pasa lo mismo con la música. Amo hacerla, pero cuando está lista ya no me interesa más.” Love 2 fue grabado durante el curso de dos años; el primer track que completaron, uno de sus favoritos, fue el colgado y movedizo “So Light is Her Footfall” (el título fue levantado del poema El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde), que resume, según ellos, su visión de Inglaterra. Se refiere al modo de caminar de las damas, del cual son fans, y al que comparan, con poca condescendencia, con el movimiento de un par de brújulas.

De hecho, todo el disco es –quizá predeciblemente– un elogio al sexo opuesto, siguiendo la tradición de su héroe Gainsbourg. El tema que abre, “Heaven’s Light”, “ve a las mujeres de un modo romántico e idealizado”, según Dunckel. Después vienen las sensaciones amorosas, exploradas en el más lento y con más significado “You Can Tell”. Y, por supuesto, está el que da título al disco, “Love”, algo que sientes es especialmente importante en este mundo obsesionado con la tecnología.

Uno podría decir que es una especie de celebración, comparado con su trabajo anterior, más oscuro. Ya no están los homenajes al rock progresivo de los ‘70 que se vieron en su disco de 2001, 10000 Hertz Legend. El tercer álbum, Talkie Walkie (2004) tenía algo “pinkfloydiano” en su retorno al optimismo que había hecho tan estratosféricamente exitoso a Moon Safari. Después llegó Pocket Symphony (2007), que exploró una obsesión con instrumentos orientales como el koto (un arpa de piso japonesa) y el shaminsen (un banjo japonés), y que tenía mucha toma de posición sobre la naturaleza del tiempo. En ese disco colaboró Jarvis Cocker en el track cargado de hastío “One Hell of a Party”.

Así que aquí llega la antítesis. “Como seres humanos, todos nos morimos de ganas de amar”, asegura Dunckel. “Pienso que este álbum es definitivamente menos oscuro. Cuando todo está bien en nuestras vidas tratamos de descubrir algo un poquito más turbio. Cuando las cosas se complican, deseamos algo cálido y relajante. Es una dimensión paralela en la que los sueños se hacen realidad. Esa es la razón por la cual nos enamoramos; es porque necesitamos sentir cosas de modo muy intenso”. El intento de indagar más sólo da esto como resultado: que ambos tienen novias, que no son las madres de sus hijos (tienen dos cada uno). Más allá de eso, cualquiera puede suponer lo que quiera.

De cualquier modo, en un esfuerzo por capturar algo de esa cálida y sin tiempo obsesión cuasi infantil con “el exterior”, crearon su estudio, donde ambos pueden escurrirse y olvidarse del mundo; un sitio donde, según lo admiten, pueden perseguir sus sueños infantiles de grabar álbumes de 40 minutos de chill-out para consumo masivo. En Love 2 no hay colaboraciones con vocalistas invitados, no hay adornos sucios, no hay oscuridad, no hay obsesión con instrumentos orientales. Pero lo crucial es que aun así suena a disco de Air, cosa que se hace obvia desde las primeras notas. Eso lleva a preguntarse cuánto esta marca puede continuar siendo relevante, especialmente cuando su ascenso a la fama en los ’90 tuvo que ver al menos en parte con una fortuita apreciación de su novedad casi extraterrestre. Radiohead piensa que el disco convencional está acabado; ¿dónde deja eso a los que operan en un tiempo suspendido?

“Hay que entender que cuando uno se acerca al arte a menudo éste puede encontrar su propio balance”, dice Godin. “Alguien puede hacer películas de quince minutos o de cuatro horas, pero hemos aprendido a través de la gradual evolución de nuestra cultura que una hora y media es una buena duración para un film. Quizá si el álbum desaparece todavía haya algún modo de que la gente aprecie 40 minutos de música. Quizás este estudio signifique que nos estamos poniendo viejos. Cuando mi abuelo era joven soñaba con volar a Estados Unidos; cuando finalmente lo hizo, dijo que estaba viejo. Es lo mismo con este lugar. Nosotros soñábamos con hacer discos; ahora todo el mundo tiene un myspace con sus estúpidas canciones, mi sueño se convirtió en la realidad de todos.”

El encargado de prensa interrumpe el ensueño de la charla; en verdad, a esta altura cuesta determinar si duró una hora o –como fue el caso– dos y media. Pero antes de volver a casa, hay tiempo para una pregunta final. ¿Qué es eso especial y único que tiene Air que explica su atracción duradera en un mundo que cambia más rápido que la vista a través de un tren de alta velocidad? Ellos vuelven a referirse a las chicas, aunque por supuesto de modo críptico. “Preferiría mucho más salir con una chica fea que sepa vestirse bien que con una chica hermosa que se vista como una conservadora”, dice Godin. “Para mí, el estilo es todo.” Pero es Dunckel, el callado, quien entrega la coda perfecta. “Yo prefiero tener una novia atractiva con mal gusto”, le replica a su compañero. “Porque aunque se vista mal, no importa cómo son sus ropas cuando está desnuda.”

* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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