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Domingo, 1 de noviembre de 2009
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COMENZO EL PEPSI MUSIC CON UN INTENSO SHOW DE THE PRODIGY

Así es el punk del siglo XXI

El trío inglés golpeó duro con sus beats programados y su arenga constante en la primera fecha del festival gaseoso, después de las presentaciones de Loquillo, Los Natas, Kinky y Los 7 Delfines. La segunda fecha se pasó al viernes 6 por la tormenta.

Por Luis Paz
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Keith Flint y Maxim Reality, de The Prodigy, se trenzaron en peleas coreográficas en escena.

No siempre hay que confiar en el Servicio Meteorológico Nacional. Lo saben quienes salieron al mundo paraguas en mano, por recomendación de ese organismo, en días de radiante sol y ninguna nube. O los que se bancan a menudo las ventiscas fuertes del anochecer en remera, porque el SMN avisó que haría mucho calor durante todo el día. Pero el viernes, nobleza obliga, el servicio fue acertado y llovió nomás. De abajo hacia arriba, eso sí: desde las líneas frontales de ese público de ocho mil personas que participó de la apertura del Pepsi Music 09, directo hacia la integridad de Keith Flint, el bailarín compulsivo y ocasional cantante de The Prodigy, que se fue de Argentina con una tormenta de escupitajos sobre el lomo, luego de provocar agitaciones convulsas durante poco más de cien minutos en un gran show en el Club Ciudad de Buenos Aires.

La jornada estuvo muy lejos del microclima. Al atardecer, las brisas del Trópico se arremolinaban en el ingreso al predio, debajo de una carpa-calesita con elementos de percusión colectivos: el Tok Tok Game, una experiencia tipo La Bomba de Tiempo pero apta para analfabetos del ritmo. La densidad atmosférica de la hora de la siesta en las pampas húmedas estaba en el stand de una marca de yerba en la que uno se podía relajar en versiones de diseño de hamacas paraguayas, con mates listos a su disposición. El calor paradisíaco lo ponían las promotoras de la empresa de telefonía celular que patrocinaba el encuentro. Y el refresco, el organizador principal: “Pecsi”, exacto.

Lo bueno era que esas alteraciones meteorológicas no provocaban ningún resfrío en la concurrencia, que deambulaba –digna festivalera– por el predio, encontrándose a esa hora con los shows de Kinky, Los 7 Delfines, Rescate, Rosal, No Lo Soporto y Los Natas, más promociones de cigarrillos, discos en oferta y remeras con escasez de talles; cabezas rapadas, con rastas y rapadas y con rastas; vendedores de pilotines que nadie, salvo el propio Flint, iba a necesitar. Y, claro, a conocidos de esa nación sin territorio que marcas, bandas, público, productores y accidentes han creado: la Gran Patria Festivalera Porteña.

El recital de Los Natas comenzó, para muchos, al mismo tiempo que la aclimatación del ingreso. El trío tuvo un modo muy parabólico de llamar la atención: primero fue banda de sonido para el encuentro con amigos, luego un péndulo musical hipnótico que transportaba las voluntades hasta el árido terreno del stoner rock y, finalmente, un exceso de cuelgue para muchos oyentes que se mudaron a los stands de comida antes de tiempo. El maestro de la relajación fue, un rato después, el español Loquillo, llegado para celebrar 30 años con la música y la flamante edición de un doble compilatorio. Brindis con whisky de por medio y de impecable negro, paseó su jopo por la pasarela del escenario principal como un presentador de etiqueta para el rock and roll sucio, punk y valvular que acostumbra ofrecer. Está claro que su set es más propio de un lugar cerrado, pero lo aclaró más la rara ecualización que tuvo la banda, con voces demasiado al frente y escasez de groove.

Hasta que llegó ese sol negro que es The Prodigy, con su calurosa oscuridad, su anfetamínica propuesta y sus liberadores resultados. Y con esa puesta en escena interracial, bélica y metafórica que logra la coordinación entre Keith Flint y Maxim Reality, vocalistas arengadores que en escena se trenzaron en peleas coreográficas y líneas vocales post No Future (“Quiero verlos mover”, “Rompan todo, ahora es cuando”). El tecladista y compositor Liam Howlett no salió del corral contenedor que formaban sus sintetizadores y teclados, pero cargó todo el peso musical en su laptop y los asistentes se ocuparon solitos de hacer el download de delirio en piezas asesinas como “Voodo People”.

“Si ésta no es la Creamfields, ¿la Creamfields dónde está?”, ironizó alguien del público. Fue precisamente en la versión 05 de esa fiesta electrónica cuando The Prodigy pisó por última vez suelo argentino y tal vez desde Nine Inch Nails en el Pepsi del año pasado no se presenciaba un show de punk del siglo XXI. Pero Flint, Howlett, Maxim y un batero criminal volvieron a hacerlo posible con los estrenos “World’s On Fire” o “Warrior’s dance” (de su reciente Invaders Must Die) o con la inmortal (e inmoral) “Smack My Bitch Up”, que desató pasos de baile que incluyeron al paraguas en la coreografía. En “Firestarter”, Flint y Maxim le pidieron al público que escupiera fuego. Y entonces nació la tormenta: decenas de gargajos bautizaron las calzas y los tiradores de Keith y le agradecieron a The Prodigy por un show impecablemente pateaculos.

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