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Martes, 3 de noviembre de 2009
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Oscar Fischer, impulsor de la flamante Ley de Protección del Bandoneón

Los fueyes se quedan acá

El Senado sancionó la norma para frenar la salida de los instrumentos, que terminaban como objetos decorativos en Japón mientras que los músicos argentinos se quedaban sin bandoneones. Esta semana sería promulgada por el Ejecutivo.

Por Carlos Bevilacqua
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Fischer quiere producir en la Argentina bandoneones con el sonido de los Doble A.

Cuando todavía no se apagaron los ecos de la rimbombante declaración del tango como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, la música típica porteña tiene otra buena noticia para festejar. Con muchísima menos difusión que la que consiguió el fallo de la Unesco pero con efectos más concretos e inmediatos, el Congreso de la Nación sancionó el miércoles pasado una ley de protección y promoción del bandoneón que dispone medidas para frenar, o al menos paliar, la escandalosa fuga de fueyes al exterior que viene dándose desde hace décadas. Entre sus principales disposiciones, la norma prohíbe la salida del territorio nacional de todos los bandoneones cuya antigüedad supere los 40 años, excepto aquellos que sean llevados por sus propios dueños para cumplir con presentaciones artísticas. Se busca revertir así la venta masiva de instrumentos que suelen terminar como elementos decorativos en un living japonés o en un restaurante griego. Como contracara de esta realidad, para los músicos argentinos resulta cada vez más difícil conseguir bandoneones en buen estado a precios medianamente accesibles, en parte porque su fabricación se discontinuó luego de la Segunda Guerra Mundial y los nuevos, además de ser muy caros, no alcanzan el sonido deseable.

Una vez promulgada la ley, trámite que el Poder Ejecutivo cumpliría la semana próxima, cuando alguien quiera vender un bandoneón de más de 40 años deberá notificar esa intención a la Secretaría de Cultura de la Nación, ya que el Estado Nacional, los Estados provinciales, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los municipios tendrán prioridad de compra. Asimismo, se creará un registro de fueyes en el que quedarán asentados los datos de cada instrumento existente en el país para facilitar su identificación en caso de robo o extravío.

La ley había sido aprobada por la Cámara de Diputados en diciembre de 2008 y recién esta semana consiguió la rúbrica del Senado, pero tiene una larga historia detrás. Aunque elaborado por los diputados Alicia Comelli, Luis Galvalisi y Jorge Coscia (hoy secretario de Cultura de la Nación), el articulado recoge en esencia las propuestas elevadas al Parlamento por el luthier Oscar Fischer, que desde hace varios años concientiza sobre las principales problemáticas del instrumento símbolo del tango. “Lo que está en peligro no es el bandoneón, sino su disponibilidad en la Argentina. Según mis cálculos, debe haber unos 60.000 en todo el mundo, de los cuales sólo 20.000 están en la Argentina y apenas 2000 están en buen estado –diagnostica en su taller de reparación, en medio de peines metálicos, lengüetas de zinc y fuelles de goma–. El bandoneón suele ser la joya arrumbada del abuelo. Ante las sucesivas crisis económicas del país, muchas familias los hicieron plata. Pero la gran mayoría de los compradores no fueron músicos, sino intermediarios que los venden mucho más caros a casas de música o directamente al exterior.”

El fenómeno que describe Fischer empezó a darse ya en los ’80, según él mismo denuncia: “Hubo compañías de baile muy famosas que cuando estaban de gira por el exterior transformaban el hall del hotel en salas de remate”. La depredación continuó en la década de los ’90 y tomó nuevo impulso tras la devaluación de 2002, cuando cada dólar o euro pasaron a tener mayor poder de compra en la Argentina. “Como resultado, el bandoneón se transformó en la Argentina en un instrumento de élite, porque para un trío o una orquesta que recién empieza es muy difícil conseguir uno que suene bien”, lamenta. Fischer habla por lo que le transmiten otros (tiene decenas de clientes que le llevan a afinar o reparar su bandoneón), pero también por experiencia propia: “Antes de dedicarme a esto quise ser músico y estuve más de tres años tratando de conseguir un bandoneón, pero tuve que restaurarlo yo mismo”. Así fue como dejó la albañilería para potenciar los conocimientos de física y diseño, estimulados por la pasión que siente por el tango desde chico. Hoy su casa es también La Casa del Bandoneón, una institución sin fines de lucro que atesora diferentes tipos de fueyes, libros, partituras y fotos. “Vienen desde jardines de infantes en visitas guiadas hasta estudiantes de música o antropólogos”, cuenta.

Desde su creación, en 2001, La Casa del Bandoneón brinda además cursos de reparación de fueyes, una oportunidad especialmente valiosa en un oficio guardado con celo, de esos que se transmiten de padres a hijos, en el mejor de los casos. Pero el más audaz de sus proyectos es la fabricación de un bandoneón industria nacional que alcance una calidad similar a la de los míticos Doble A fabricados antes de 1939. “Mi intención no es producirlos en serie sino demostrar que, si se sientan a conversar los músicos expertos con los fabricantes en condiciones de investigar seriamente, sí se puede reproducir el sonido original de aquellos bandoneones.”

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