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Lunes, 16 de noviembre de 2009
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Daniel Melero habla de Por, que presenta en vivo esta noche

“Una buena canción tiene que ser como un vehículo”

El nuevo álbum del cantante, que está entre lo mejor de su carrera, trae diez temas producidos –y en algunos casos compuestos a medias– por integrantes de Babasónicos, quienes además oficiaron de banda para la grabación.

Por Roque Casciero
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Aunque a Melero se lo identifica con la música de computadoras, tiene más discos de canciones que de tecno.

El vínculo entre Daniel Melero y los Babasónicos empezó antes de que la banda existiera, y ya hace más de una década los rondaba la idea de que el grupo produjera al solista. Desde hace dos temporadas, Melero veranea con algunos integrantes de Babasónicos y fue en la primera de esas vacaciones que el bajista Gabo Manelli y el tecladista Diego Tuñón lo “apretaron”: “Basta”, le dijeron. “Tenemos que hacerte un disco ahora.” En enero de 2008, entonces, empezaron a trabajar en Por, que acaba de salir, y que Melero presentará hoy en La Trastienda. Pocos días después de la puesta en marcha, Manelli falleció tras una larga enfermedad, y fue otro babasónico, Diego Rodríguez, quien tomó la posta en la coproducción junto a Tuñón. “Antes de eso tenía un disco terminado que me había llevado mucho tiempo, tanto que en un momento había perdido pertenencia con parte de ese material”, recuerda Melero. “Así que, de alguna manera, me vino bárbara la idea. Estaba empezando a pensar en grabar un disco que iba a llamarse Guitarra, sólo con ese instrumento, del cual iban a formar parte muchas de las canciones de Por.”

–Que, de por sí, es un disco con mucha guitarra acústica.

–Sí, en nueve de los diez temas debe haber una guitarra acústica. Por se inició como eso, pero inmediatamente empezó a cobrar arreglos y entonces apareció la idea de que entraba toda la familia. Y si el otro disco se me había hecho largo, éste terminó siendo larguísimo, como una película de Kurosawa o de Kubrick. Ellos nunca estaban acá, en el medio me fui con ellos de gira a México, a título de nada, y terminé haciendo una película. No sabía cuánta paciencia iba a tener que tener. Al mismo tiempo, fue fácil tenerla porque veía que el material estaba quedando excelente y cada vez que se dedicaban al disco lo hacían muy profundamente. Es que es un disco verdaderamente de estudio en todos sus procesos, hasta en el mastering, que fue hecho por Denis Blackam en Escocia, con quien Diego ya estableció casi una relación de productor-masterizador. Es el tipo que hacía T-Rex, Neu!, toda la obra de Kraftwerk... Por eso, desde la primera instancia hasta la última, Por tuvo un tipo de excelencia que ellos se esmeraron mucho que tuviese. Pusieron un enorme amor de su parte, por eso es una criatura que les pertenece también a ellos, especialmente a los dos Diegos.

–Pero Rodríguez ha dicho que no veía cuál había sido su aporte compositivo y que había dejado de discutirle eso porque usted es muy testarudo.

–Siempre pensé algo que nunca pude plasmar, pero que ahora que soy el artista puedo: producir es componer, de alguna manera. Hay veces en que la incidencia de la producción es tan fuerte que no reconocerlo sería necio. Ese tema, con otros colores o ideas, no sería la misma composición. Fue un verdadero escándalo cuando decidí que quería coautorías (risas), aunque no había dudas en “Celoso”, que hice con Adrián, porque nos sentamos juntos a componer temas. Pero en “Celular”, por ejemplo, toda la visión de la producción es la de la canción, finalmente. Yo tenía otra idea de esa canción. Los dos Diegos se enojan, es todo el tiempo una discusión sobre ese tema, pero la verdad es que ellos lo compusieron conmigo. En muchos discos debería ser así, muchos discos que hice deberían ser así.

–En ese punto, es como con la música clásica: el arreglo es la canción.

–Claro. Pero la incidencia también puede haber sido en algún tema en el que no tenía la letra terminada y les dije: “Che, tengo todas estas palabras”. Porque armo grupos de palabras, frases, y por más que sean palabras mías, la selección fue hecha en conjunto. Igual, es un detalle anecdótico.

–Lo raro es que los músicos suelen pelearse por figurar como autores para cobrar en Sadaic.

—(Se ríe) Eso es cierto. Pero no lo hice por generosidad, sino porque verdaderamente lo siento así. A la vez, también corresponde que lo haga por generosidad, porque todo el disco estuvo envuelto en un ambiente de cariño por mi material y hasta por mi persona, que fue magnífico. Quizá nunca lo había tenido.

–En un momento dijo que “entró la familia”. Y en muchos aspectos del disco, especialmente en la forma de orquestar, se reconocen cosas de Babasónicos, pero en ese sonido de Babasónicos...

–Hay genes míos, sí. Igual, también aprendí mucho con ellos. Entiendo que estuve primero: en el comienzo fue Melero (risas). Pero siempre precisé tener interacción con ellos. Y pienso que no es el único disco mío que vamos a hacer juntos en el futuro cercano.

–El título del disco no parece tener mucha relación con las canciones.

–La película que hice sobre ellos se llamaba Babasónicos por Melero y acá está un poco la idea de “Melero por Babasónicos”. El único fuera de la banda que toca en el disco es mi bajista, Félix Cristiani, porque Carca toca guitarra y mandolina. Básicamente, el título tiene que ver con la multiplicación: mucho más que sumarnos, lo que tenemos es un efecto multiplicador.

–Es una constante en su carrera estar rodeado de gente talentosa, no sólo músicos, con la cual se retroalimenta.

–Es verdad, siempre estuve muy ligado a otros. Muchas veces pensé que gran parte de la explicación de quién soy reside en los vínculos. Es una red enorme que de alguna manera tejí, porque también produje vínculos en los que después no estoy como elemento fijo, sino que se forma una banda con gente que se conectó a través de mí, por ejemplo. De hecho, la entrada de Gabo en Babasónicos fue casi una gestión: así como él y Tuñón, por la fuerza de la mafia sónica, me obligaron a grabar un disco con ellos, mi recuerdo es que hice la transferencia de Gabo de Juana La Loca a Babasónicos.

–O sea que esa X de la tapa también puede interpretarse como caminos que se cruzan.

–Eso es cierto, aunque son como muchas X entrelazadas. Para mí, el disco tiene una tapa hermosa, pero es la menos representativa que podría tener. Sinceramente, no sugerí la tapa que quería hacer porque estaban todos de gira por no sé cuánto tiempo y eso hubiera retrasado la salida del álbum, pero era una especie de “Daniel Melero y sus amigos”. Me encanta esta tapa y me encanta que exista esta escultura, pero debería haber sido un cocoliche con toda la gente que trabajó ahí.

–Una tapa a la Sgt. Pepper con Melero y sus amigos.

–Exacto.

–Antes mencionó que compuso “Celoso” junto a Dárgelos. ¿Cómo fue que la canción terminó en Por?

–Ellos raramente hacen un tema con guitarra sola. La letra es exagerada y ampulosa. En gran medida, las estrofas son de él. Suavicé un poco el estribillo porque era demasiado misógino para mi estructura mental o mi manera de ver las relaciones. No quiero decir que Adrián las vea de esa manera, porque él es más un impostor que se disfraza de personajes en las canciones. En cambio, yo simulo una misma cosa siempre: un romántico medio retorcidito, casi de una fidelidad perversa. Aunque no creo que haya nada de natural en la forma en la que hoy se hace música, fue una canción en la que nos sentamos a tocar, no hubo un planteo de si el tema iba a estar arreglado. Finalmente sufrió los mismos planteos de producción que el resto de las canciones. Por ejemplo, cuando los muchachos fueron a mezclar Mucho a Londres, en el estudio había muchas cintas de 24 tracks de discos clásicos del rock y del soul. Estaba el multitrack de los Bee Gees de Fiebre del sábado por la noche, “Rapsodia Bohemia” de Queen, y también un álbum de Marvin Gaye donde está la canción “Heard It Through the Gravepine”, de la que hizo un cover Creedence. Me trajeron un track de batería de ese tema y saqué un loop de ahí, es el único tema que fue como apilado encima de un loop, y como está tocado arriba prácticamente desapareció. Pero viene de esa canción que siempre me encantó: me trajeron eso y era como un juguete para mí. Y todo porque ellos fueron a Londres y estaban esas cintas ahí...

–Otra vez los vínculos.

–Sí, pero además da para pensar que es monstruoso cómo hoy cualquier acción puede ser parte de la obra de otro. Por ejemplo, hoy podría hacerse una narración sobre la biografía de alguien sencillamente con las cámaras de seguridad por las que se cruza desde que se levanta a la mañana, incluida la de la computadora si estuvo hablando por internet. Ahora uno puede aportar su cámara a Google Street, para que la gente vea un lugar a través de la cámara de uno, lo cual elimina la cualidad humana de poder mentir acerca de dónde está. Es horrendo eliminar eso, produce una sinceridad eunuca. Muchas veces los celulares con cámara también hacen que uno no pueda mentir. Es una vergüenza...

–Al final, la modernidad resultó una porquería.

–Claro (risas). Uno antes se impresionaba cuando los japoneses bajaban de los micros con sus cámaras, pero ahora ve a los que van a recitales, especialmente a los grandes. Esos shows –sean de Divididos, Valeria Lynch o de Depeche Mode, porque a cierta distancia son todos iguales– son una representación de un imperio, y los que van con el celular ven ese imperio a través de una pantallita y lo suben a YouTube: es como un falseo de la memoria y del haber estado. Entonces, es una ausencia, es no haber estado y haber mandado a un aparatito: arriba hay un marco gigante que el que filma se pierde, porque una foto o una filmación es siempre achicar un cuadro. En “Celular” voy sobre la idea de que celular soy yo, no un aparatito, déjenme de embromar. Es ese tipo de temas con letra seudocientífica que siempre meto en los discos, suelo tener ese rubro. También hay algo de eso en “Nueva era”.

–En esa canción dice “Nada lo resuelve un fotolog ni un myspace”. Haberla puesto al principio del disco es...

–(Interrumpe) Un statement, una afirmación poderosa. El tema que iba a abrir el disco es “Porque sí”. Pero tengo una mitología de que el penúltimo tema de los discos siempre es el peor (risas) y como no quería poner a ninguno ahí, dije: “Pongamos al que era el primero en el lugar de la molestia.”

–“Nueva era” también tiene una especie de anzuelo: no se puede evitar preguntarle por esa letra.

–Claro. No es que esté en contra de las redes sociales, sencillamente creo que los vínculos son otros. Esas relaciones muchas veces son bastante pueriles: se denomina “pedir amistad” y la amistad no se pide. “Agregar amigos...” Ahí hay un maltrato al concepto que engloba la palabra amigo y una manera muy superficial de juzgar las relaciones, inclusive las de disgusto. Mis relaciones son orgánicas, son celulares. Obviamente, hago uso de esos recursos, hablo por Skype, pero es porque el vínculo real existe. En general, la idea de entrar a un chat y no saber con quién estás hablando me resulta parecido a que un tipo pase corriendo por una plaza y empiece a hablarte. Probablemente sigas caminando sin darle bola. Y si te dice “Quiero ser tu amigo”, mucho peor. Pero en ese falseo de la relación aparentemente funciona. Es una locura. Nada de tus dudas, de tu verdadera vida, pasa por ahí. Es una exposición que utilizan como base de datos los que diseñan qué venderte, básicamente.

–En esa canción habla de “esto es bueno, esto es malo”. En definitiva, se crea una nueva moral.

—¡Sí! Es una moral, pero creada por la interfaz. Lo máximo que uno puede hacer es cambiarle la decoración a la interfaz, pero el diseño de la moral está en las posibilidades que otorga ésta. Y todas esas interfaces piden que uno les dé bases de datos: está disfrazado de simpático algo que unos años atrás nos hubiera parecido terrorífico. Es increíble. Y después está el robo de identidad: tengo tres Facebook y tres Myspace y ninguno es mío. Las empresas se preocupan porque un chico se baja MP3, pero a nadie la preocupa que roben la identidad. Y es uno quien tiene que ocuparse de denunciar eso, y por ahí es el último que se entera. Una vez vino un músico a protestarme porque no lo había aceptado de amigo en mi Myspace y yo ni sabía que tenía uno (risas). Hasta me producía conflictos en la vida real... Pero hubo una peor. Una de las peores cosas que podés hacer a la noche es googlearte: cometí ese error y vi que tenía un Facebook, así que entré a verlo. Ahí vi que me había escrito la madre del que era el mejor amigo de mi adolescencia avisándome –mejor dicho, avisándole al falso Melero– que mi amigo murió. La mujer cree que me lo dijo a mí. Y yo no le contesté. Y tampoco le contestó el falso Melero. Para ella, yo era el amigo entrañable de este pibe. ¿Quién se hace cargo de esa decepción? A mí me afectó mucho, casi me pongo un Facebook para escribirle, porque para peor no podía contestarle. Fíjese cómo la interfaz llevó a esta mujer a comunicarle a un falso Melero algo que para ella era profundo y doloroso. ¿Cuántos casos así habrá?

–Es especialmente interesante que usted reflexione sobre estos temas porque está la idea de que vive pegado a la computadora.

–Sí, y no es tan falaz (risas). Uno de los lemas de los dos Diegos para este disco fue: “Hay que sacar a Daniel de la computadora”, como si estuviera “adentro” de la computadora. Siempre me llama la atención que la gente “entra” a Internet, cuando en realidad está sentada frente a la computadora, no entra a ningún lado.

–Viejo vicio de la época del dial up, ¿no?

–Claro, pero hoy por poco internet viene y te pone un puerto en la cabeza.

–Pero como músico y compositor, está instalada la idea del hombre máquina. Y usted tiene más discos de canciones que de tecno.

–¿Se da cuenta? Creo que fue muy fuerte la irrupción de Los Encargados en los ’80... Fue hace tanto ya que me cuesta ubicarme en el tiempo, a veces pienso que fue en los ’90. Se me hizo un blur todo eso. Y si se lo piensa, ni siquiera usábamos computadoras, recién empecé a usarlas unos años después. Igual, Los Encargados siempre fue un grupo más cibernético que tecnológico.

–¿Qué elementos debe tener para usted una canción?

–Una buena canción tiene que ser como un vehículo. Mucha gente sobreinforma en una canción. Para mí tiene que tener los elementos suficientes como para que el que escucha se suba y vaya en la dirección que quiera. No tiene que ser como un tren, que sólo va en una dirección, por las vías.

–O sea que no debe tener bajada de línea.

–Exacto. La mayoría de las canciones pop son como trenes, en ese sentido. Corrijo: la mayoría de las canciones populares, las canciones pop no tienen que ser así. Siempre teniendo en cuenta que para mí pop puede ser Velvet Underground... Madonna es popular, para mí no es pop. Pop con una intención artística, no sólo de una expresión acabada. Pero, bueno, uno puede incluso cambiar de destino con la misma canción. Siempre tengo presente esa intención compositiva: tiene que haber una suerte de carrocería que permita moverse, pero el destino tiene que ser del que maneja la canción, del que la escucha.

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