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Sábado, 12 de diciembre de 2009
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Entrevista a Andrés Calamaro antes de sus shows porteños

“Ahora estoy listo para otras responsabilidades”

El cantante, que esta noche toca en el Club Ciudad y mañana en el Luna Park, habla de su futuro disco, de los cambios en su vida y de lo que le queda por hacer en la música. “Entre lo previsible y lo desconocido, me quedo con las dos cosas”, asegura.

Por Roque Casciero
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“Aclaremos para oscurecer”, propone Andrés Calamaro vía correo electrónico, el método que, desde hace unos años, el ex Abuelos de la Nada y Los Rodríguez eligió para las entrevistas. Y la frase viene a cuento porque el cantante no quiere dar demasiadas pistas sobre el proyecto discográfico en el que se encuentra inmerso como “parte de un grupo en primera persona singular”. Ese trabajo tendrá que esperar al menos hasta el lunes: Calamaro tiene doblete porteño hoy (en el Club Ciudad) y mañana (en el Luna Park), pero ante las preguntas sobre el álbum, tira luces y sombras en las mismas oraciones. “No quiero anunciar mi próximo disco, ni ofrecer avances o anticipos en Internet, no quiero contar como podría llamarse, ni divulgar el nombre de las canciones –se planta–. Prefiero reservar las respuestas para los 45 días inmediatamente anteriores a la existencia del ‘discosaurio’, esa adorable especie que se extingue. Adoradores de la desdicha, observamos con morbo cómo se derrumba uno de nuestros objetos de placer sagrados: el ‘disco’, o el arte de grabar y publicar discos. Creo en el ‘álbum’, pero sé que mi próximo disco va a descuartizarse en mil mp3, va a estallar en mil partes, como un enorme espejo cayendo desde gran altura y reventando contra el piso... ¡Link, link, link!”

“Desde el siglo pasado que el destino interviene para que mis grabaciones no respondan a la ‘prosaica rockera’ de un repertorio ensayado, la banda tocando junta en el estudio, la sustancia y el sonido de cada músico participando en el coro eléctrico. Mientras tanto, busco –y encuentro– mi lugar en las grabaciones, que ya no son maratones...”, sigue Calamaro. “Confío en mis compañeros, y en (el bajista) Candy Caramelo, para ensayar y elegir un repertorio conmigo, también en el sonido y el sentido de cada uno –de todos– para grabar en el estudio, como en Guido Nisenson para la producción asistida y en Rafael Arcaute para grabar conceptualmente y colaborar con nosotros en una producción. Voy a presentar canciones en este idioma y en este país, donde la costumbre de escuchar canciones sin entender la letra está demasiado arraigada. No puedo negar una realidad: no estoy en un período de composición orgiástica, además siempre escribí canciones para cantarlas o para grabarlas inmediatamente. Por otra parte, estoy reubicándome en el estudio, en la grabación de un disco. Finalmente, el que podría ser mi instante fecundo más ambicioso: grabar un disco sin escribir canciones ni aparecer apenas por el estudio de grabación. Sería una prueba definitiva del alcance enigmático de mi ‘vox interpretativa’, de mi ‘carismática’ abstracta, de mi savoir faire inédito”.

–En la época inmediatamente posterior a El salmón contó que para escribir canciones se ponía a trabajar a partir de otra canción. En los últimos años, ¿desarrolló algún ritual diferente para componer?

–En el año en que grabamos Honestidad brutal, como en el verano de El salmón y después –quizás hasta 2002–, me sentía capaz de escribir todo el tiempo, ilimitadamente. Mi ritual era obsesivo y alegremente tóxico, además del deseo de escribir. Pero también estaba renunciando a algunas cosas que son propias de la música, de los músicos y de vivir... De los hombres. Ahora, en cambio, estoy apto para soportar otras responsabilidades: formo parte de un grupo humano y musical, de músicos y técnicos, de ayudantes y managerato, de una familia y de un colectivo musical. Puedo –pero también quiero– embarcarme en giras importantes y de responsabilidad, viajar sin perderme los aviones, cantar en vivo y soportar el pedo de un recital, la atención de las gentes y el protagonismo de los recitales que, claro está, comparto con mis compañeros que también lo hacen por “amor al arte” y a una “camiseta”. No tengo rituales para componer porque las noches ya no son mías, no estoy aislado ni alegremente intoxicado, estoy buscando y encontrando mi espacio en las grabaciones, y tengo suficiente repertorio para dar media vuelta al mundo. Tengo que seguir investigando en el universo completo de la música, no siento un compromiso excluyente con “las canciones”, no porque haya sido capaz de hacerlas atractivas y buenas. La oportunidad y la necesidad fueron ámbitos donde escribí canciones últimamente: canciones que estaban allá donde termina el aburrimiento, o asociado con Cachorro (López) en la búsqueda y captura de repertorio para triangular La lengua popular.

–A menudo, usted le da más importancia a su faceta como cantante que a la de compositor. ¿Se da cuenta de que va a contramano de lo que opinan sus fans y la crítica al respecto?

–Es que las canciones ya están escritas y grabadas, en cambio todavía tengo que cantar los próximos cien recitales, quizá mil más... Soy cantor en los ensayos, cantor en las grabaciones y cantor de mis propias canciones frente al respetable. Además, casi siempre hice las canciones pensando en grabarlas, digamos que me considero –y me consideraba– un music maker, un demo master o un “grabador de discos”. Estaba pensando en lo que quería de una grabación como impulso vital, como ingeniería del caos, en cada sonido de cada instrumento y en la combinación de los sonidos prosaicos del rock, de las texturas elegantes de los instrumentos y/o de la vanguardia áspera, la emoción de un instrumental cinematográfico y el track vocal perfecto. Aunque, claro está, me honra la importancia que me dan como autor.

–Muchas de sus canciones son himnos para varias generaciones. ¿Su pasado es una presión a la hora de sacar un disco nuevo?

–Sinceramente, el futuro ejerce mayor presión: el disco que estamos grabando es el que más “nos presiona”, el que más nos necesita, el que más vamos a escuchar. Supongo que habrá que aceptar, algún día, que es posible y probable que mis “mejores discos” ya estén grabados. Tampoco sería una noticia del todo mala: es ético y necesario rebelarse contra ese status, pero tampoco es una desgracia. A la vez, todos sabemos –y conocemos– la existencia de discos formidables, inalcanzables, que se grabaron ya, algunos contemporáneos y otros clásicos. Si me dejara aturdir por mis propios discos buenos, entonces la calidad de la mejor música podría paralizarme.

–Cuando retornó a los escenarios dijo que había llegado a pensar que era parte del pasado. Cinco años más tarde, su realidad es bien diferente. ¿Cuál cree que es su lugar hoy, como compositor e intérprete?

–La importancia de algunas cosas es inopinable. El respeto de los músicos, incluidos los de mi generación y otros de naturaleza extraordinaria, mi amistad con mi gremio bohemio, y el feedback con los públicos de toda América y España, es sorprendente y difícil de explicar con palabras. También sé que los verdaderos lugares termina repartiéndolos el tiempo, el paso de las generaciones; el “hoy por hoy” de los músicos genera intolerancia. La opinión está muy ocupada con su hype de cabotaje y midiéndose la pija para ver quién la tiene más corta. Confío en la música que hago y en el valor de los músicos que tocan conmigo, y en el de aquellos con quienes grabamos, los que dirigieron mis grabaciones y los artistas que compartieron conmigo. Sé que mis discos de esta década van a ser reconocidos en su justicia y medida dentro de los años que necesite la opinión terminar de “esnobear” y bajar sus niveles de histeria.

–En muchas canciones, usted habla del olvido. ¿En algún momento temió ser olvidado? A esta altura, eso ya es imposible, ¿no?

–Supongo que durante una temporada llegué a creer que estaba retirado de determinados ruedos, que no volvería al nivel competitivo de las giras y los discos, a ocupar un rol protagónico. Eso es algo que vimos muchas veces: muchos de nuestros próceres, o simplemente músicos que escuchamos, “desaparecieron” del mapa de actualidades musicales, no pudieron –o no quisieron o no supieron cómo– mantener un espacio constante dentro del rock nuestro de todos los días, expulsados por los estallidos sociopolíticos de nuestro país, por la profundidad y complejidad de sus propios precipicios interiores, quemados, o en el exilio del olvido propio y ajeno. No sé qué es imposible todavía, tampoco descarto achicarme un poco y volver gradualmente a los teatros y a los espacios medianos, porque es algo que seguimos haciendo. Es posible que la gente no me acompañe siempre como me acompaña ahora o que no me sienta con ganas de hacer esta clase de recitales. No está en mis planes, pero está en mi naturaleza, la de los músicos que tocamos porque es nuestra pasión, porque es lo que sabemos hacer y lo que queremos hacer, y lo vamos a disfrutar igual en un club con 300 personas, en un bar con 80, en un teatro con 1500... Porque lo más importante es tocar bien y de buen humor.

–Su poder de convocatoria alcanza para que toque en estadios de fútbol. ¿Por qué no lo hizo nunca?

–No sé... No siento urgencia o necesidad por demostrar –y demostrarme– que puedo tocar en River. Nosotros crecimos con los dos Luna de Adiós Sui Generis como el record histórico de asistencia en un recital individual... Además, no creo que pueda hacer estadios de fútbol y estar tranquilo al mismo tiempo. Sí los disfrutaría, y hay algo de emocionante cuando cantamos bajo el cielo abierto y para una multitud. Pero en este momento me gusta más imaginar un teatro en la avenida Corrientes, un Luna... o volver a México –al Auditorio Nacional– y Colombia. El año pasado tocamos en el Razzmatazz de Barcelona, que es un club de rock donde tocaron Keith Richards & los Xpensive Wines, y todos los artistas del rock grande, y fue inmejorable tocar para 1500 personas derritiéndose con nosotros. A mí me gusta el rock y ser músico de rock, y es igual de genuino, también igual de triunfal, tocar en un garito para 200, en el club para 1200, en un anfiteatro para cuatro mil o en un outdoor con miles de personas. Lo importante es tocar bien, tener buenas sensaciones en el escenario, sorprenderse un poco y estar de buen humor.

–¿Alguna vez se planteó qué le queda por hacer en la música?

–Entre lo previsible y lo desconocido, me quedo con las dos cosas. Apenas estamos empezando a hacer giras por América: “descubrimos” América el año pasado y queremos volver muchas más veces. Podría vivir –dos veces– para repetir otra vez esos momentos... Seguiría haciendo “lo mismo” encantado y espero tener salud, y aguante, para hacerlo muchos años más. Tocar es un asunto estrictamente musical y creativo. Tampoco descarto próximas grabaciones insospechadas, volver a pisar terrenos de riesgo conceptual, volver a inventar sonido en el estudio, grabar áspero, grabar dulce los géneros propios del universo latino, y seguir tocando rock de guitarras. Creo que queda mucho por hacer... y quiero que quede mucho por hacer.

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