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Miércoles, 30 de diciembre de 2009
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Una mirada a lo que pasó durante el año en el ámbito de la clásica: ¿Copa medio llena o medio vacía?

Pese a todo, la música académica sigue viva

La reanudación de las obras en el Colón –con sus bemoles– y conciertos memorables financiados por privados son el lado positivo de lo que pasó. El otro tiene a la Sinfónica y la Filarmónica en problemas y la ausencia de creaciones nuevas.

Por Diego Fischerman
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Protagonistas de 2009: el Cuarteto Emerson, el director Philippe Herreweghe, y los violinistas Hilary Hahn y Joshua Bell.

En la copa medio llena hay unas cuantas cosas. En primer lugar, la reanudación de las obras del Teatro Colón y la proclama de una fecha cierta de inauguración, sumadas a la continuidad de las actividades de la Filarmónica de Buenos Aires, el logro de una programación lírica de emergencia para este año y el anuncio de una temporada razonable para 2010, con puntos verdaderamente altos en la música de cámara y sinfónica. Hubo algunos conciertos memorables, gracias a las sociedades privadas de conciertos, y la actividad del Mozarteum, Nuova Harmonia y Festivales Musicales, además de posibilitar las actuaciones de artistas de primer nivel internacional, las hicieron accesibles a jóvenes y estudiantes de musica mediante ciclos o abonos promocionales. También fueron significativos la puesta en valor del Argentino de La Plata, con una programación operística de buen nivel y un interesante proyecto de consolidación de su Orquesta Estable, dirigida por Alejo Pérez. Se destacó el aporte de fundaciones como la Alejandro Szterenfled, que tuvo que ver con el apoyo a casi toda obra nueva que se escuchó en Buenos Aires, o de Amijai, donde se produjeron algunos de los momentos musicales más interesantes del año. Y fue relevante la actividad de las asociaciones Buenos Aires Lírica y Juventus Lyrica, que llevaron adelante temporadas con imaginación, interés y buenas interpretaciones.

La copa medio vacía también muestra su abundancia, empezando por las propias contradicciones del Colón (ver recuadro) y por la total retirada de todos los teatros musicales y las grandes orquestas de la función de patrocinio a la creación y montaje (en el caso de las obras escénico-musicales) de nuevas composiciones. Los encargos, aun con el meneado bicentenario en el horizonte, no existen más y ésa es una situación verdaderamente atípica. No hay en el mundo, en este momento, ejemplos de otras orquestas o teatros líricos que no busquen novedades de ninguna especie y, en el caso argentino, tratándose en todos los casos de instituciones oficiales –aunque de diferentes jurisdicciones–, el hecho de que hayan cerrado sus puertas al estímulo a la creación (más allá del consumo) y a cualquier autor argentino vivo y menor de 60 años es un acto de auténtico canibalismo.

En un terreno menos estructural, la gripe A, sumada a la crisis económica mundial, tuvo también sus consecuencias en la merma de actividades, en la suspensión de actuaciones y en la generación de un clima de pánico entre los músicos extranjeros que debían viajar a la Argentina que marcó, en gran parte, el signo de 2009. Sigue siendo preocupante la falta de un proyecto para la Sinfónica Nacional, que subsiste mientras nadie haga olas, con sueldos para sus integrantes pero sin una sala de conciertos donde tocar, sin presupuesto para contratar directores o solistas acordes con su tradición y, en muchos casos, sin siquiera poder pagar los derechos de ninguna obra cuyo autor haya tenido el mal gusto de estar vivo hace setenta años. Y la programación de la Filarmónica de Buenos Aires siguió navegando alrededor de la medianía y la subestimación del público, recurriendo en exceso –y casi con exclusividad– a los aniversarios redondos como única fuente de inspiración.

Entre los grandes momentos del año que termina ocupan un lugar de privilegio las actuaciones de los violinistas Hilary Hahn, junto a la pianista Valentina Lisitsa (para Amijai) y Joshua Bell, con Fréderic Chiu (para Nuova Harmonia), donde demostraron, además de su calidad como intérpretes, que el riesgo estético y la imaginación en las programaciones son bienvenidos por el público de Buenos Aires. También fue extraordinaria la presentación del Cuarteto Emerson (para Mozarteum) y el “estreno” de la Sinfonía Fantástica de Berlioz, con los instrumentos y la dimensión orquestal de la época en que fue compuesta, por la Orchestre des Champs Elysées, dirigida por Philippe Herreweghe (también para Mozarteum). Más allá de la controvertida puesta en escena que la acompañó y de los problemas de audición ocasionados por la falta de una cámara acústica y el arrinconamiento de la orquesta contra pesados cortinados, permitió una aventura sonora exquisita. La deslumbrante soprano Vivica Genaux junto al grupo historicista Concerto Köln, un fantástico Nelson Goerner como solista de la Filarmónica y el notable cellista Anssi Karttunen, también con esa orquesta y como solista en Villa Ocampo, tuvieron también actuaciones destacadas. El ciclo de Música Contemporánea del San Martín, en una nueva edición, volvió a mostrar algunas de sus mejores virtudes y varios de sus peores defectos. Entre los primeros estuvo la posibilidad de escuchar algunas obras centrales del siglo pasado, como la Sinfonía de Berio –que tocó la Sinfónica Nacional junto a Atmósferas, de György Ligeti, y The Four Sections, de Steve Reich–, curiosidades geniales como el Ballet Mechanique de George Antheil, una bienvenida retrospectiva de Mariano Etkin y la reposición del Lohengrin de Salvatore Sciarrino. Entre los segundos se contó la ausencia de nuevos compositores argentinos y latinoamericanos, la pobreza de algunas propuestas escénicas, con la inexplicable recurrencia del videasta Benton Bainbridge y la presencia, proporcionalmente desmesurada en el marco del festival, de algunas estéticas ligadas al experimentalismo estadounidense de hace cuarenta años.

En la ópera, lo más interesante estuvo en el campo de las asociaciones independientes, con excelentes producciones de Buenos Aires Lírica de El cónsul de Gian-Carlo Menotti –con Carla Filipcic-Holm–, El retorno de Ulises a la patria, de Monteverdi –con Víctor Torres y dirección musical de Juan Manuel Quintana– y de The Rake’s Progress, de Stravinsky –con dirección de Alejo Pérez y puesta de Marcelo Lombardero– y, por parte de Juventus Lyrica, de dos títulos breves de Menotti, Amelia al ballo y La solterona y el ladrón. El ciclo Música en Plural, con muy buenos conciertos de cámara; Música en Singular, en la Biblioteca Nacional; recitales como el de Filipcic-Holm junto a la pianista Haydée Schvartz haciendo canciones de Richard Strauss y Alban Berg; la presentación de Horacio Lavandera en el CETC interpretando a Stockhausen; del Estudio Coral dirigido por Carlos López Puccio, o el ciclo Manos a la Obra y los conciertos en vivo de Radio Nacional; más la actividad de grupos como el Trío Argentino o el Trío Luminar siguen demostrando, en todo caso, que la música de tradición académica está en Buenos Aires tan viva como siempre, aunque los teatros financiados con el erario no se den por demasiado enterados.

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