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Sábado, 16 de enero de 2010
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Brian Chambouleyron y las canciones de Extranjero

“Uno busca romanticismo y verdad”

En el espectáculo que está presentando en La Biblioteca Café el cantante ofrece un repertorio afín a su condición de trotamundos.

Por Cristian Vitale
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Chambouleyron se desmarca del “criollismo” y canta melodías de Brasil, Francia, México y Venezuela, entre otros.

Mayo del ’68. Brian Chambouleyron hace un esfuerzo por invocar imágenes de su infancia y da con algunas. Se ve corriendo, a los cuatro años, por los pasillos del Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria de París. Jugando y gritando. “Son muy diversas, pero las tengo”, dice, con cierta carga en la memoria. La reminiscencia no es aleatoria. No es porque sí. Mientras él se dejaba abrazar por los colores y el movimiento de una ciudad convulsionada, George Moustaki –cantante y compositor francés– componía una de las canciones himno de la época: “Extranjero”. “Creo que es la que mejor señala el momento, ¿no?, esa cosa internacionalista, sin fronteras, de libertad. Por eso le puse así al espectáculo”, sigue. El juglar está hablando de uno de los ciclos más interesantes para ver en este verano vacío y porteño. Una apuesta que comenzó el primer sábado del mes, sigue hoy y concluye el próximo en La Biblioteca Café (M. T. de Alvear 1155), en el que el cantante y guitarrista hace a un lado su conocido repertorio de canciones sureras y rioplatenses y se recuesta en aquellas de las que abrevó en su condición de trotamundos.

“Siempre recurro a mi amigo Oscar Steimberg cuando me dijo ‘cuán argentina esa extranjeridad...’ Impecable sentencia. Es como una visión de extranjeridad, de cierta distancia y pasaje en la vida, ¿no? Refiere a mis extranjeridades, a algo que siempre he sido: fui extranjero en París cuando nací, porque era hijo de argentino; fui extranjero acá, porque nací en Francia; fui extranjero en México, por argentino y francés; también en Brasil. Un lío”, se ríe. En rigor, el repertorio que Brian está presentando se desmarca un poco del criollismo expuesto en discos anteriores (Tracción a sangre, Patio de tango y Voz y guitarra) para focalizar la energía en sus diferentes patrias musicales, entre Brasil y Francia; entre México y Venezuela; entre ludúes de Río de Janeiro y viejos tangos compuestos por y para franceses.

–¿Por qué la necesidad de abrir el juego así?

–Surgió por varios frentes. Uno es que a mi mujer, Luciana, le encanta que yo haga canciones de otros países. Ella me impulsó y fue un poco como la curadora. Otro es que de una manera natural venía pasando que en la últimas presentaciones metía, a modo de cita, temas mexicanos o franceses. Y la verdad es que era estimulante... como dicen en Córdoba, me cagaba de gusto. Pero el que me dio el impulso final fue Alejandro Guyot –cantante de 34 Puñaladas– cuando en un boliche de La Boca me dijo “tenés que hacer algo con esto, la veo clara”. Ese fue un recital pleno de citas, de versiones lisérgicas, y nos encantó.

–¿Lisérgicas?

–Bueno, es que a veces hago versiones que, no sé, me da miedo que me excomulguen (risas). La idea es buscar un lugar de vibración artística... el punto donde estás movilizado.

Brian, entonces, no dejó de mirar a Gardel –a quien le dedicó un disco entero de versiones– pero esta vez miró al francés. Al Gardel que, para sumar puntos en el mercado francés, había grabado “Parlez moi d’amour”, de Jean Lenoir, en los ’30, y la visitó a su forma, solo con voz y guitarra. También, además de visitar parte del cancionero popular brasileño, tomó un lado B del popularísimo engominado de origen corso, Tino Rossi (“Un violín en la noche”) y lo trasvasó al presente, a más de 70 años de su creación. “Esta canción habla un poco del imaginario que mueve el tango, y que mueve también a los turistas que vienen acá –señala, sentado junto a uno de los ventanales del Bar Homero Manzi–. Esa cosa exótica, de humo y café, de romanticismo y verdad... porque es eso lo que se busca desesperadamente, ¿no? Las emociones genuinas, de compromiso total, aunque se trate de un romanticismo tardío y medio decadente.”

–Existe como un nexo entre ese romanticismo de violines y el que provocó el Mayo Francés. Una “evolución de las emociones”, si se quiere.

–Es otra de las puntas del ciclo, sí. Lo del Mayo es más vivencial, incluso, porque tuve la suerte de estar allí, en el momento preciso. Como decía, mi vieja me llevó y con ella estuve viviendo en el Pabellón de la Ciudad Universitaria, cuando lo tomaron. Yo era chiquito, andaba de acá para allá, tenía 4 años. Medio de rebote, pero lo viví. Y años después, comprobé que no eran fantasías mías porque, cuando fuimos con el espectáculo Glorias Porteñas, nos alojaron en ese mismo lugar. Era exactamente como lo recordaba: pasillo largo, piezas a los costados y techos altísimos.

–¿Hay invitados o lo autobiográfico del repertorio se lo impide?

–La verdad, agregar invitados sería como atentar contra algo muy mío. No entraba demasiado. Además, la posta es que cuando estoy en el escenario, con la guitarra, nunca sé a dónde voy... disparo para cualquier lado. Es la libertad que me da estar solo en el escenario, y versionar o acompañarme como quiero, sin guión. Confío en que llevo puesto cosas, tengo como unas alforjas invisibles de las que saco temas e historias, y eso es solamente mío.

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