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Sábado, 16 de enero de 2010
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Crónica de un encuentro con Andrew Tosh en Mar del Plata

“La hierba debe usarse con respeto”

El hijo del legendario rastafari que pidió “Legalize it” llegó al país para presentarse en el MDQ Reggae Fest. Pero esta entrevista no surgió de un contacto de prensa o una agenda organizada, sino de un encuentro casual y una charla relajada.

Por Facundo García
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“Nuestra mente pasa de lo positivo a lo negativo con demasiada velocidad y eso nos lastima.”

Desde Mar del Plata

A las diez de la mañana el hotel es un constante ir y venir de turistas. Señoras que hablan a los gritos, niños más gritones aún y panzones depredando las medialunas. En la vereda, en cambio, hay un negro quieto y en silencio. Mira hacia una y otra dirección, escanea la esquina. Se ve que no encuentra lo que busca. Cuando el periodista sale escucha el llamado, la voz ronca y la pregunta. Es una consulta bastante directa:

–Hey, man, ¿dónde puedo comprar marihuana?

–Ni idea. No soy de acá. ¿Y usted de dónde es?

–De Jamaica.

–No me diga que es Andrew Tosh, el hijo de Peter. Oí que toca hoy.

–Soy él, sí. ¿Me podrás conseguir algo para la tarde?

El mundo ya no tiene gollete: ¿qué diablos hace un Tosh mendigando porro en Mar del Plata? Su padre debe estar soltando carcajadas en el cielo, ayudado por el THC pero también por la escena tragicómica que se da en ese rincón insólito, a metros de la Bristol. Técnicamente, Andrew viajó para participar en la jornada inaugural del MDQ Reggae Fest, ciclo de recitales que terminó anoche y contó con la participación de Resistencia Suburbana y Holy Piby, entre otros. Claro que, en el momento en que ocurre este encuentro, todavía falta para todo eso. Tras una charla telegráfica, el músico agenda una reunión para las 17 con Página/12.

A la hora del almuerzo sigue dando vueltas. Se sienta, se para y se asoma, más apurado aún. Cuando desde lejos ve al cronista volviendo de sus labores matinales, el rastaman lo interroga levantando una mano y rozándose el índice con el pulgar, en un gesto que significaría “dinero” en cualquier otro contexto, pero no en ése. “No luck?”, consulta. “No, no luck”, es la respuesta. A las 17 ni aparece por el hall. Una llamada a su habitación renueva el contacto: “Oh, la nota, sí. Bajo en cinco minutos”, dice. Los cinco minutos se convierten en quince, veinte, cuarenta, una hora, una hora diez, una hora y cuarto. Hasta que el ascensor se abre y Andrew se acerca con cara de feliz cumpleaños. Como si la suerte le hubiera sonreído.

–En Argentina el reggae es un fenómeno de masas. ¿Qué es esa música? ¿Qué sentido tiene?

–Como sabe, el reggae tiene un mensaje contundente. Ese mensaje es que te liberes de los falsos sueños y de la mentalidad de esclavo. Es una herramienta para aliviar el estrés mental, financiero, afectivo, lo que sea. Es moverte de un instante a otro instante mejor a través de los sonidos. Y produce eso porque su energía tiene conexión directa con Dios.

–Un hombre religioso, veo.

–Mucho. Rastafari puro. Le puede resultar curioso saber que yo me crié yendo a la iglesia católica. Ahí empecé a desarrollar mi espiritualidad, ¿sabe? Una espiritualidad poderosa no tiene que ver necesariamente con pertenecer a uno u otro grupo, sino con focalizarte en el creador de todos nosotros. De ahí sale mi inspiración para componer.

–¿Y cómo fue el paso del catolicismo al rasta?

–No cambié nunca, el rasta fue parte de mi paisaje infantil. Lo llevo desde que nací, desde que aprendí a caminar y veía a mi viejo. Está en mi sangre.

Hace varios veranos, Tosh Jr. anunció que iba a sacar un nuevo disco que se llamaría Focus. Como parece ser su lema, la espera se alargó, y ahora asegura que lo editará en 2010. Es que alrededor del entrevistado todo se vuelve parsimonioso. De ser más conocido, los adeptos del movimiento slow lo habrían erigido como gurú. Su “cronología cósmica”, en todo caso, es una prueba de resistencia para los no iniciados.

–Retrospectivamente, ¿no cree que el mensaje de aquella generación dorada del reggae –la que emergió en los ’60 y ’70– caía en ciertas ingenuidades?

–No. En esa época todos estaban procurando crecer. Si uno cuestiona el sentido de las cosas corre esos riesgos, porque está aprendiendo. Mi padre y sus amigos siempre dijeron que estaban en el proceso de encontrar el verdadero sentido de lo que significaba ser un rastafari. No estaban detenidos. Se modificaban continuamente, como lo hacemos todos los rasta. Lo que nos mantiene en conexión con los que vinieron antes es que seguimos siendo amantes de la paz, el amor y la religión.

–Pero desde entonces ha habido mucha violencia (nota del r.: Tosh padre, de hecho, fue asesinado en 1987). ¿Cree que el movimiento rasta tomó nota de eso?

–Ni usted ni yo podemos acabar con la violencia. La guerra nos ha acompañado desde el principio y tengo la sensación de que seguirá. Ese no es el problema, sino su consecuencia. Lo jodido es que la mente del ser humano no es la mente del creador. Nuestra mente cambia en cuestión de segundos, y seguramente le haya pasado que conoció a alguien buena onda y al ratito se transformó en lo opuesto. Pasamos de lo positivo a lo negativo con demasiada velocidad y eso nos lastima. Por eso, para focalizarnos y no dejarnos controlar por el odio tenemos que aprender a utilizar determinadas herramientas. Una es la búsqueda de la espiritualidad a partir de la música. La conexión entre uno y el Todopoderoso. Probablemente lo haya escuchado, pero no son detalles menores. Estoy hablando de dimensiones fundamentales en la vida, que no están en las góndolas del supermercado.

Tampoco el faso. El álbum debut de Tosh padre como solista se llamó Legalize it. En él, a pesar de las amenazas legales y la veda en las radios, el compañero de Marley se atrevía a declarar que “los doctores la fuman, las enfermeras la fuman, los jueces la fuman, ¡y también los abogados!”, en un pedido por acabar con la hipocresía y abrir la cancha al debate. A más de treinta años de aquel grito, el entrevistado jura estar dispuesto a continuar la pugna por que la “hierba sagrada” deje de estar prohibida. Y cuenta, contra lo que podría pensarse, que andar con una tuca en Jamaica puede traer líos con la policía. “Es más, fui arrestado hace un par de meses por llevar un porro, ¡y vivo en la capital del rasta! Actualmente estamos luchando por que no nos lleven detenidos si nos encuentran, y que en lugar de eso nos hagan una boleta. Si lo logramos, habrá sido un pequeño gran paso.”

Más allá de la polémica sobre si se debe castigar o no el consumo, Tosh tiene una opinión formada sobre los beneficios culturales y espirituales que traería una nueva legislación. “Hay que legalizarla universalmente”, pide. “Le voy a explicar por qué: en breve el noventa por ciento de nuestros congéneres fumará marihuana. Si fuera legal, esa cifra llegaría al ciento por ciento. Eso allanaría el camino para que se la deje de usar como entretenimiento y se aprendieran sus usos sagrados.” Más adelante suelta lo que podría definirse como una paráfrasis fumanchera del tema de Lennon: “¡Imaginate a toda la gente fumando marihuana!”, invita, antes de entrar en terreno de definiciones serias: “Estamos hablando de una hierba que nos ha dado el Creador. No para negarla ni usarla en función de la mera diversión, sino para acercarse a ella con respeto y sin abusos”.

–En un terreno más pedestre... ¿por qué siempre se asocia el re-ggae con la playa?

–El mar es una de las fuerzas más impactantes que nos muestra el planeta, la asociación se vuelve natural. Son afinidades energéticas.

La conversación se interrumpe cuando se acercan cuatro o cinco muchachos. Son flaquísimos y parcos. “Disculpame, tengo que hacer un negocio con estos amigos”, se corta sin aviso Tosh, alejándose varios pasos. Los “amigos”, aparentemente, tienen dificultades de comunicación. Sin embargo el lenguaje de las señas y el chapoteo idiomático revelan una vez más sus variadas utilidades, y así los desacuerdos iniciales se van puliendo hasta dejar a todos sonrientes y estrechando manos. Esa noche, el público del concierto aguarda al artista durante cuarenta minutos. Los espectadores no se hacen rollo, y se sientan en el suelo. Intentando que el chicle no se siga alargando, un presentador de boina y bigotes –que llama a los asistentes “mi familia”– sube y anuncia que se viene la figura de la noche. El “heredero de la leyenda”, no obstante, está a centímetros del escenario y no se mueve. “!Con ustedes... Andrew Tosh!”, repite el presentador. Los fans se comen el amague y aplauden, mientras Andrew pide que le traigan un té, agarra la taza y mete el saquito en cámara lenta. Para contactar con lo divino, dicen, hay que tener paciencia. Y tiempo.

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