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Viernes, 29 de enero de 2010
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EN LA OCTAVA JORNADA LA NOCHE LLEGO HASTA UNA CALUROSA MAÑANA

Postales de una luna soleada

Raly Barrionuevo brilló en La Fisura, una de las peñas más convocantes del festival, por el que también pasaron Los Carabajales y el pulso mesopotámico del maestro Raúl Barboza. Y ya con el sol picando fuerte, la gente seguía bailando carnavalitos.

Por Cristian Vitale
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Raly Barrionuevo provocó una auténtica fiesta popular en un lugar donde es notoriamente local.

Desde Cosquín

Cosquín 6 AM. Octava luna. Mucho calor, cierta humedad, sudor y un gentío que desborda cada recoveco de una de las peñas más jugadas y convocantes del festival: La Fisura Contracultural. “La fisu”, en concreto. En la Próspero, a la misma hora, Taki Ongoy, un prolijo grupo de voces, recrea la gran obra de Víctor Heredia ante una atenta recepción militante –la que se puede a esa hora, claro– y se espera una reunión que, en los hechos, sumará por emotiva: Los Carabajales. Atrás quedaban el encare romanticón, previsible, algo tedioso, de Luciano Pereyra; el Dúo Monti-Quinteros (nunca falla) y el pulso mesopotámico de un maestro: Raúl Barboza. Y en acto –vuelta a La Fisura– Raly Barrionuevo. Es una fija que el friense provoque una auténtica fiesta popular en un lugar donde es notoriamente local. Gente joven, áureas camperas pero hipponas, nada de botas ni sombreros... una resignificación, el mismo sentido. Raly, en un escenario axiomáticamente más chico que el Atahualpa, muestra su otra cara con el cuchillo entre los dientes. No con el conjunto sobrio y riguroso que lo acompañara, dos noches atrás, en la plaza, sino con esa banda de trinchera que sale a matar: dos frienses –bandoneón y guitarra– y uno de Villa Libertad, el baterista. Muestra, Raly, el arsenal combativo –completo– que había omitido –completo– en el toque de la Próspero.

No hay vestigios, en suma, de la presentación de su último disco: Radio AM. No hay milongas, valses ni tangos reminiscentes. Tampoco trajes a la década del ’30. Hay lo que lo transformó en uno de los referentes más notables para las nuevas camadas del folklore a base de rodeos cariñosos con el rock y aledaños. La visita rabiosa, poderosa, a “Mensajes del alma” que grabó para el primer volumen del Tributo a León Gieco es momento alto; también “Oye Marcos”, un clásico ya; “Ey Paisano”, con su propensión al baile autónomo y colocado, y la libre interpretación de “Hasta siempre”, la oda al Che de Carlos Puebla, es parte del material de un set largo –casi dos horas– que dejó a la peña –como efecto secundario– en condiciones de remontar la tendencia a la pérdida monetaria, queja habitual del circuito. Raly, en otro plan, ubica en eje una dimensión justa en el hacer como para entender qué es lo que existe más allá de la inercia de una tradición. Una energía, una mirada que, por avanzar al futuro, no excluye el pasado. No tiene por qué.

Cosquín. 8 AM. “No nos vamos nada, que nos echen a patadas”, repiten unas 300, 400 personas, con el sol picando fuerte desde las sierras, ante el cierre de la única cacharpaya del festival. A diferencia de años anteriores, en los que cada noche se desprendía de la grilla principal para activar esos toques anónimos con vista al alba, esta vez la Comisión decidió activar sólo una, pero fuerte. Ocho de la mañana, cuando los nenes de las discos van por el décimo sueño, la Próspero arde en baile ante la propuesta de Los Tekis: carnavalitos y huaynos con una pata cumbiera “pa’ que no decaiga”. Otro repeat, el de la banda norteña, que había cerrado –pero sin sol– la luna primera. Invitan al coterráneo, José Simón, para hacer “Viva Jujuy”; las chicas bailan descalzas; un tucumano descontrolado convierte en instrumento de percusión un frasco de aceitunas –¡lleno de aceitunas!–, y al menos 40 personas, con los controles más relajados, se dan el gusto de sus vidas: bailar arriba del escenario. Dionisos en Cosquín. Fiesta interminable, alegría de recontra amanecida en otra de las secuencias que seguramente, quedarán grabadas en las retinas del festival. Igual que la reunión entre Cuti, Peteco, Roberto y Los Carabajal –Los Carabajales–, que había cerrado la noche “formal” –y a todo volumen–; igual que el pedido de unos chicos de Chubut para que la policía no cierre La Fisura cuando, después del Raly, Juan Saavedra proponía un baile frenético en el llano, bajo el escenario.

Como el gesto de fastidio de otro policía, en la plaza y con el sol rebotándole en el rostro, ante el eterno bis de Los Tekis, que siguió en el río hasta una hora indefinida: la que mezcla los últimos culitos de cerveza con el mate revividor.

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