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Lunes, 15 de febrero de 2010
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SEGUNDA LUNA ROCKERA EN LA COMUNA SAN ROQUE

Agua fuerte en las sierras

La lluvia, el granizo y el viento dominaron buena parte de la jornada. En ese clima, Almafuerte sacó pecho y motivó a los miles de estoicos metaleros. Viejas Locas y Gardelitos también le dieron calor rocanrolero al Cosquín Rock. Anoche cerraba Charly.

Por Cristian Vitale
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Viejas Locas cerró el escenario principal. Su cantante, Pity, se mostró mejor que la noche del viernes.

Dos de la mañana y temporal. Toro y Pampa. Postal que no se olvida. Ricardo Iorio, bajo una lluvia que se había puesto hostil, sacude de un tirón el escenario pegado a las montañas y, lo que se ve desde atrás, es un sinfín de puños en alto. Todos cantan e imitan los movimientos del Tano Marciello con la mano derecha. Almafuerte, ya es costumbre, se estaba convirtiendo en el mejor show de una jornada matizada por otra constante climática: agua, granizo y viento, durante buena parte de la noche. Unas 20 mil personas a la hora pico (Viejas Locas, Gardelitos), le ponían color y calor a la segunda luna rockera de San Roque, varias menos se resignaban ante la suspensión de la parte reggae (Fidel Nadal, Dread Mar-I, Gondwana) y la mitad se evaporaba en la noche cuando el Pity cerró el escenario principal con ese hit que nunca falla: “Intoxicados”. Flashes de una jornada irregular que alcanzó su destino a medias, por esa razón que nunca falla: jamás el festival, en sus diez años, pudo escaparle a un temporal. Es la parte inexplicable de su esencia.

En seco, aun con los destellos de un día gris, Ricardo Soulé y Vox Dei dirimieron tensiones históricas en el escenario principal. Apenas separados por El Bordo –intensa versión de “Adónde está la libertad”, de Pappo– intentaron revalidar la gloria de un pasado. Casi a cara de perro. Uno, Soulé, con buenas versiones de aquellos hitos de los setentas (“Ritmo y blues con armónica” y “Jeremías pies de plomo”, entre las mejores) y una vía más amiga de la canción que sus ex. Y sus ex (Willy Quiroga y Rubén Basoalto, más Carlos Gardelini), tocaron “Loco, hacela callar”, del antológico Es una nube (1974), “Compulsión”, una versión bien eléctrica del “Génesis” y se despidieron con “Las guerras”, que motivó el típico cortocircuito con los capitos de escenario. “Nos vamos que si no nos cortan la luz”, tiró Quiroga tras el largo solo de batería de Basoalto. El cruce entre los quilmeños no existió siquiera en la imaginación.

Crepúsculo. Los que habían escuchado con cierto respeto a los padres del rock barrial (cuando el rock era barrio, claro) esperan a las huestes que despueblan los campings de los alrededores para llenar su epicentro. Se superpuebla. Sale Gardelitos –tal vez su último show– y las banderas se convierten en techo. Otra vez, como en la edición 2008 cuando Eli y los suyos tuvieron que suspender el toque por la lluvia, el agua cae como un torrente. Sube Pancho Estévez, ícono de Mundo Alas, y la versión de “Anabel” resalta entre un set parejo y acostumbrado. También “Gardeliando” y “Los Querandíes”, más la única referencia al baterista de Callejeros y su novia. Esa y una bandera recurrente que, de temprano, ganó centro de escena: “Los chicos siguen callejeando en el cielo”. Después Cielo Razzo, empapado y sin techo, y la libre admisión de un grupo paradójico: La 25, que le deja el piso irregular a una banda que tocó por dos: Viejas Locas, una, la que le correspondía, y otra en el hueco de Callejeros.

Pity y los suyos repiten, en mejores condiciones, el set de la noche anterior. La comuna rolinga vive su fiesta: “Damelo”, “Nena”, “Una vez más”, “Homero”, “Dos nenas”, “Lo artesanal”, “Intoxicados” y una versión inconclusa de “Tornillo eterno” (Pity salió a tocarla solo con la guitarra, pero se arrepintió en el medio) conforman un set sorprendentemente sobrio. Austero en recursos pero no en términos de mística que busca en el pasado reciente una legitimación que la valide, en otro contexto.

Fin. Cuando el ancho de tierra que da a la ruta 55 muestra su mezcla de papeles, vasos de plástico, huecos humanos y barro, sale Almafuerte bien de atrás y el sonido truena desde las montañas. Es el epílogo del temático heavy, que ya habían pisado Logos, Horcas, Lethal, Tren Loco, y una insípida versión de Sepultura (un despropósito hasta para los acérrimos), y el Richard, puño en alto y voz de trueno, sale a matar. Repertorio duro. Códigos de amistad suburbana.

El agua fuerte reaparece cuando el tercer tema (“1999”) adhiere a la pata más dura de una banda que se ha transformado en la única –del género– capaz de fusionar dureza con melodía. Fuerza con canción. Solos punzantes, pero con buen gusto. Siguen “Triunfo” –claro ejemplo– y aún mejor “Toro y Pampa” y todo es rito negro bajo la lluvia. Camaradería. “Convide rutero”, “Patria al hombro” y la bandera inmensa que, año tras año, cuelga sobre los mismos árboles (Almafuerte y Perón), redondean una mística. Otra, que no es la mainstream del rock de hoy, pero sí más permanente. Epílogo. Noche 2 y claroscuros. No contará entre las inolvidables, pero le puso una vela más al décimo cumpleaños del festival de rock –aunque redunde– más importante del país.

Ayer, tercera noche y final, la aguja se corría hacia Charly García, Ratones Paranoicos, Babasónicos y David Lebón y el escenario punk, con los teutones de Die Toten Hosen y Attaque 77 como calientapisos. Anoche, cuando la lluvia amenazaba con regresar, el rito trashumante de Cosquín caminaba su último barro.

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