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Sábado, 15 de mayo de 2010
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La Manzana Cromática Protoplasmática tocará hoy en el ND/Ateneo

Alimento para el corazón

Leandro Machín, cantante y creador de esta banda multitudinaria y alucinógena, asegura que en su segundo disco, Titiriscopio, conviven un costado mental y uno emocional. “Que es como decir Frank Zappa y The Beatles”, explica.

Por Matías Córdoba
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“Nunca podemos ensayar con el grupo completo”, aseguran los integrantes de La Manzana.

El pibe se juega la vida en cada canción. Pasa las horas bajo una misma regla impredecible: vivir todo el tiempo, como dicen los españoles, a salto de mata. A veces duerme en una especie de aguantadero reventado de dos ambientes que tiene a diez cuadras del Congreso (el mismo lugar donde recibe a Página/12), o se la pasa yendo y viniendo en tren desde Haedo a la Capital. Sirve mate en un recipiente que encuentra sobre la mesada de la cocina. Espera las preguntas sentado en el colchón de una cama desordenada. Detrás de una biblioteca esmirriada se ve el retrato de un grupo de personas, algunos con guitarra en mano. “Ahí está mi mamá; gracias a mi familia soy músico”, confiesa. El todavía sigue acostado con un poncho, sombrero de ala ancha, pantalón de gimnasia y unos zapatos marrones. Parece incómodo. “Es que las veces que me hicieron alguna nota, me preguntaron siempre lo mismo”, dice con los ojos desorbitados. Está bien, pero es mentira: tantas entrevistas no le hicieron. Sin embargo, la mirada candorosa de Leandro Machín promete historias alucinógenas. Tales como las que pueblan sus canciones: payasos existenciales, señores calabazas, pulgas y otras especies más o menos importantes. Pero habría que remarcar un solo punto: La Manzana Cromática Protoplasmática es una big band de hombres interesados por la canción.

Machín es el padre de esta criatura. Y además es el cantante y compositor de este grupo nacido y criado en Haedo y Ramos Mejía, en el oeste de Buenos Aires. El resto de sus compañeros es como él: colgado. Si hasta se olvidan de que tienen que asistir todos para la sesión de fotos. “No, lo que pasa es que algunos de los chicos trabajan de otra cosa, y no llegan a tiempo. Nunca podemos ensayar con el grupo completo”, se excusa. Al grupo lo completan Cristian Toledo (batería y percusión), Alejandro Gómez Ferrero (saxo alto, trompeta, también integrante de Las Pelotas), Andrés Albornoz (teclados y acordeón), Andrés Ollari (trompeta y trombón), Hernán de Benedetto (flauta traversa, saxo), Leandro Pucheta (percusión), Matías Rodríguez (bajo y contrabajo), Pablo Trillo (clarinete), Leandro Bulacio (piano) y Marcelo Pereyra (coros). Pero lo más gracioso, tal vez, sean algunos de los sobrenombres con los que salen al escenario en cada recital: Albondigón, Jean Pierre Chantilli, Vaporín, Señor Pelele y Arghul (los músicos son habitantes del planeta Cromo), entre otros más desopilantes. La insólita variedad de instrumentos que La Manzana Cromática Protoplasmática lleva a cada disco o recital, hace al grupo más atractivo. La salida de su segundo disco, Titiriscopio, los depositará hoy a las 23.30 en el Teatro ND/Ateneo, Paraguay 918.

–Si bien La Manzana tiene diez años, para el público en general son un grupo nuevo y sus recitales son esporádicos. ¿Por qué?

–Diez años es mucho tiempo. Pero es verdad que para el común de la gente somos una banda nueva. Ahora tocamos en el ND/Ateneo, pero no me sorprende estar en ese lugar. Creo que hace cinco años llevábamos más gente. Me estoy dando cuenta de que si bien muchos no nos escucharon, hay varios a los que les suena el nombre del grupo. Eso es producto de varios años de estar yendo y viniendo. No quiero llevar el boca a boca como una bandera, pero sí afirmo que todas las decisiones que se tomaron en la banda se hicieron para preservar determinadas situaciones del arte, a pesar de ofertas que no eran convenientes para el espíritu de la música que hace La Manzana. Hay que aguantarla, porque muchos de los integrantes tenemos hijos. Y el grupo es un alimento para el corazón: nunca nos llevamos un peso. Lo que queda de los recitales lo invertimos en escenografía o en vestuario.

–¿Cuál fue la música que escuchó en su adolescencia para terminar componiendo estas canciones cósmicas y psicodélicas?

–Arranqué escuchando heavy metal. Me encantaba todo. He corrido a la camioneta de Pantera por una púa (risas). Son cosas que guardo en mi corazón para siempre. Pero mi espíritu era musical. En mi casa eran todos músicos, mi abuelo era tanguero, aunque nunca me obligaron a tocar. Sin embargo, la guitarra siempre estaba ahí, esperándome. Y es muy loco, porque me di cuenta de que ésa era mi naturaleza: componer. Lo entendí desde el primer momento en que agarré la guitarra, que tenía una sola cuerda. La música es un juego que tiene infinitas puertas; una de ellas es la de la composición. Hay gente que intenta manejar muy bien el instrumento, con virtuosismo. A mí ese juego no me interesaba. Prefiero conseguir otras cosas con la música; por ejemplo, exteriorizar el viaje invisible al que la misma música me lleva. Obviamente, es el juego que más me gusta jugar. Soy como un cocinero que va buscando nuevos ingredientes. Me gusta siempre imaginar que la guitarra no es una guitarra, para tocarla de una forma no tan convencional, pero copándome con otras cosas que tienen que ver con un viaje personal. Tuve mi época reggae. Tal vez La Manzana tenga algo de eso, en la parte energética. Y ahora pasé a interesarme en la música, pero de manera más abarcativa.

–Está bien, pero hay canciones que están inspiradas en capítulos de Tom y Jerry...

–Es que de chico veía los capítulos de Tom y Jerry, y flasheaba con los sonidos. Fue decisivo. Eso me lo grabé de la tele e iba por la calle escuchándolo. Creo que por eso nació La Manzana. Dije: “Mi búsqueda tiene que ver con esto”. Pensé que esas músicas, llevándolas a un contexto de banda, iban a estar buenas. La Manzana llama la atención no porque sea algo novedoso sino simplemente por el contexto en el que está puesto. Sin embargo, también hay canciones, influencia que viene de la mano beatle. La Manzana no es un divague, porque a mí me interesa mucho la canción emocional. Me apasionan los dos polos: el mental y el emocional. Que es como decir Frank Zappa y The Beatles. Tengo claro que no es difícil que una flauta traversa y una batería convivan dentro de una banda.

–Lo teatral está muy presente en la banda. ¿Cómo se convierten en actores en el medio de un recital?

–Al principio, La Manzana era yo con una guitarra. Después se sumó un pibe a tocar los tambores. Un día un amigo necesitaba guita, entonces organicé una fecha e invité a conocidos, y entonces empezaron a aparecer los personajes. Por ejemplo, Menocles. También, me acuerdo de que vino Nestún, el guerrero abúlico protoplasmático (risas). Esa primera reunión se llamó El Tren de la Vía Láctea, como nuestro primer disco. Y ésa fue la primera historia. Pero, en sí, lo de La Manzana no es teatral, es más bien un juego. Un juego que tiene que estar presente todo el tiempo para que sintamos que cierra el hecho artístico. No porque la música sola no lo haga, porque la música es algo más que suficiente para llevar a cabo el arte, pero necesito jugar y eso es lo que nos hace crear personajes. Pero no es una visión teatral, es como un recurso para vivir más intensamente el momento. Eso genera mucha adrenalina e incertidumbre, porque muchas de esas cosas las hacemos improvisando. Es la adrenalina que buscamos en el escenario. Por otro lado, es muy inspirador estar en el escenario y darte vuelta y... ¡ver que uno de los chicos está disfrazado de pochoclo!

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