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Sábado, 22 de mayo de 2010
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Alejandro Manzoni y su tercer disco solista

El eclecticismo de un piano solo

El pianista nacido en Pergamino grabó un CD con temas propios y versiones de clásicos del folklore. En Manzoni, los géneros y estilos –lo clásico, el jazz y el folklore– se conjugan bajo un idioma instrumental abierto y suntuoso.

Por Santiago Giordano
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Manzoni se presentará mañana a las 17 en la Biblioteca Nacional.

“Hacer un solo piano tiene esta ventaja: te sentás y te ponés a tocar.” Alejandro Manzoni apela a la síntesis extrema para explicar de qué se trata su último trabajo. Más que en palabras –que de todas maneras en torno de la música pueden resultar insuficientes–, el pianista prefiere prodigarse en desarrollos temáticos, extensiones armónicas, modulaciones, procesos rítmicos, algunos de los recursos que distinguen a Solo piano, el disco recientemente editado en la colección de Untref Sonoro, la División Discográfica de la Universidad Nacional Tres de Febrero, que con entrada libre y gratuita se presentará mañana a las 17 en el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502).

Se trata de un álbum con temas propios y algunas versiones de clásicos del folklore, como “Zamba de usted” y “Chacarera de un triste”. Un trabajo en el que los géneros y estilos –lo clásico, el jazz, el folklore, por ejemplo– se conjugan bajo un idioma instrumental abierto y suntuoso. Si en Aire fresco (2002) y Las tres orillas (2008), sus discos anteriores, Manzoni apeló al trío clásico de jazz –con batería y contrabajo– para poner a punto un diálogo alrededor de una proyección folklórica posible, en este Solo piano su lenguaje de mezclas y destrezas resulta contundente y autosuficiente, a partir de una mano izquierda particularmente dinámica y el empleo de la improvisación como herramienta básica. “Estoy muy acostumbrado a tocar piano solo –explica Manzoni, que además es miembro del Departamento de Música del Ballet Contemporáneo del Centro Cultural San Martín–. Mi trabajo como pianista de ballet a menudo me exige tocar solo y eso resulta un adiestramiento muy útil, porque es como que a partir de las exigencias de los bailarines, todo el tiempo voy resolviendo cosas con el piano: tocar con rigor rítmico y al mismo tiempo expresar una melodía y también improvisar continuamente.”

Manzoni cuenta que nació en una familia en la que sus padres y sus hermanos son pianistas. “Además, mis viejos tenían alumnos en casa, por lo que crecí escuchando los ejercicios del Hannon, el Czerny y las sonatinas de Clementi”, recuerda riendo y agrega: “Mi primer maestro fue mi viejo, Pedro, y con él estudié clásico, pero ya de chico me sentí atraído por el jazz. En casa había mucha música y entre los discos había también cosas de jazz. Pasaba horas sacando de oído de los discos de Oscar Peterson, por ejemplo. Por entonces, el folklore no me decía mucho; eso apareció más tarde, cuando empecé a componer y descubrí a tipos como Manolo Juárez y Eduardo Lagos. Ahí me di cuenta de que lo mío pasaba por ahí”.

A fines de los ’80, Manzoni dejó su Pergamino natal para trasladarse a Buenos Aires, donde numerosos reconocimientos apuntalaron su carrera. Obtuvo distinciones en la 2ª y la 3ª Bienal de Arte Joven (1991/1993), un Premio Revelación y un Primer Premio como “Solista instrumental” en el Encuentro Nacional de Folklore de Tandil del ’94 y una mención especial en el premio Nacional de Música, Cultura Nación, en el ’95. Entre otras cosas formó parte del quinteto de Bernardo Baraj, del grupo Latinaje, acompañó a la cantante María Estela Monti y actualmente es parte de El Cuatriyo, un cuarteto de jazz que traduciendo raíces busca un color propio.

Además de Juárez y Lagos, la genealogía pianística de Manzoni incluye, como la de muchos, a Ariel Ramírez, Gustavo “Cuchi” Leguizamón, Antonio Carlos Jobim, Mario Laginha, Egberto Gismonti, Michel Camilo, Camargo Mariano, por ejemplo, cada uno con su particularidad. Aun así, muestra una inclinación más que rara casi única en los pianistas: escucha a los guitarristas. “Por supuesto que me gusta mucho Pat Metheny –asegura–, pero influyó mucho más en mí Daniel Homer; me encanta la manera en que Homer piensa la música, cómo armoniza. En este disco incluí también una zamba de Roberto Calvo, que es otro de los guitarristas que me gustan.”

–¿Cuál es la idea central del disco?

–La propuesta de Alejandro Juárez para hacer un disco de solo piano llegó justo. Hacía tiempo que venía pensando en hacer algo así y tenía mucha música lista. Yo no soy un tipo que escribe mucho, soy más de tocar, pero tenía cosas listas que quería grabar. Llegué al estudio con lo que pensaba tocar, algunos temas estaban arreglados y otros un poco menos, y me senté al piano. En tres horas toqué como veinte canciones, de las que finalmente quedaron catorce.

–¿Sobre la base de qué criterio seleccionó lo que quedaría?

–Elegí lo que me gustó tocar, lo que me dejó lugar para la improvisación. Por ejemplo, quedó muy bien un tema de Manolo Juárez, “Presencia del Diablo”, que alguna vez saqué de oído de un disco y del que ni el mismo Juárez conservaba la partitura. Hay mucha improvisación, pero también cosas que están armadas. Trato de equilibrar entre lo que tengo armado, lo que me sirve de guía, y lo que viene en el momento.

–Es decir que el concierto de presentación de este disco no será como el disco...

–Tiene mucho del momento. Por ahí en el concierto agrego otras cosas, qué sé yo. La improvisación y la forma abierta son espacios para la sorpresa, una manera de ver que me permite abrir el juego hacia otras cosas.

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