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Viernes, 28 de mayo de 2010
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ZZ TOP Y UN SHOW DE PURA CEPA ROCKERA EN EL LUNA PARK

Las barbas de la sabiduría

La “pequeña banda de Texas” de Frank Beard, Dusty Hill y Billy Gibbons, que lleva cuarenta años en la carretera, dio en el estadio del Bajo una incendiaria muestra de su cóctel de hard rock, blues festivo, glamour, guiños tecno y liturgia fierrera.

Por Mario Yannoulas
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A pesar de sus cuatro décadas de vida, ésta fue la primera visita de ZZ Top a la Argentina.

Las botellas de cerveza, las barbas largas, las camperas de cuero apolilladas, las remeras de Riff y las botas de cuero con taco se revolvían alrededor del Luna Park, como el anuncio de que algo especial estaba por pasar. No había carteles de neón, pero sí una hoja impresa en computadora que anunciaba qué y cuándo: ZZ Top, el miércoles, a las 21. Aun con todo ese inventario a cuestas, ningún miembro del público estaría más tuneado que los “tres hombres” de “la pequeña banda de Texas” que, tras cuarenta años de derrotero junto al rock y al blues, desplegó sus pergaminos por primera vez en Buenos Aires.

La noche fue como hecha para melómanos. El Luna, plagado de personalidades del rock local de todo tipo y edad, fue sede para la llegada de los tres viejos copados con su cóctel de hard rock, blues festivo, glamour (como pocas veces, la palabra tiene sentido), guiños tecno, liturgia fierrera y, por sobre todas las cosas, una actitud particularmente cool. Sin despeinarse.

Las llantas de aleación que tapaban el doble bombo parecían pedir pista pasadas las nueve y media de la noche, cuando el apagón de luces le abrió el camino a Frank Beard, el primero en subir al escenario, y el único de los tres cuyo nombre en inglés significa “barba”, a pesar de que usa sólo un bigote, ahora escoltado por una chiva discreta. Se acomodó tras la batería lustrosa, repleta de cascos y platillos. Le siguieron las siluetas de Dusty Hill y Billy Gibbons, armados de instrumentos negros, sus barbas icónicas y vestidos casi completamente del mismo color, con la excepción de la camiseta blanca de Billy. Los tres, de reglamentarias gafas oscuras.

La puesta en marcha con “Got Me Under Pressure”, “Waitin’ For The Bus” y “Jesus Just Left Chicago” casi sin respiro –bloque idéntico a la apertura de su DVD Live From Texas, de 2008– mostró que el trío de tejanos es algo más que un par de barbas sabias y un buen bigote. Y más que hot rods y minas buenas. Los segmentos instrumentales parecían zapados, pero respondían a un excelso cronometrado, la aparente desidia disfrazaba el cálculo matemático que hay detrás de la música de ZZ Top. Pero también está el trabajo vivo: a una química grupal envidiable en lo musical y en lo personal –tras cuarenta años no hay guerras de egos a la vista–, a la capacidad física de Gibbons, que a sus sesenta años es capaz de bajar de rodillas casi hasta el suelo y levantarse sin soltar su instrumento, se les suma la dosis de desprolijidad del guitarrista, que hace de lo suyo un trabajo creíble y natural. Tal vez esta combinación de cálculo y frescura sea lo que hace de ZZ Top una banda tan entrañable y accesible.

Si el desfile de llantas y llaves francesas por la pantalla central no había dejado mucho a la imaginación, el baile sexy de una rubia en jean y camiseta entre las llamas no parecía más creativa, pero sí más efectiva a la hora de retener las miradas. Gibbons regaló un primer “Mil gracias” en voz rasposa y buen español. “¿Dónde está mi amiga Lucila?”, inquirió. Una espectacular morocha del medio local se le acopló y, como conclusión de un largo diálogo en castellano, obtuvieron que al guitarrista le faltaba su “sombrero de blues”. “Es tiempo para el blues”, informó entonces mientras se calzaba el gorro vaquero.

El segmento incluyó una versión del clásico de BB King “Rock Me Baby” y la revelación de una leyenda mágica por parte de Gibbons: “Cerveza”, decía el cartel en el reverso de su Thunderbird que levantó aplausos. “My Head’s In Mississippi” y la balada “I Need You Tonight” se acopliaron con éxito. “Un amigo, Jimi Hendrix”, se escuchó antes de una versión downtempo e inesperada de “Hey Joe”, del histórico guitarrista, cuya muerte se recuerda desde hace cuarenta años –lo que lleva ZZ Top caminando–, del que Gibbons recibió como regalo una Stratocaster rosa, y del que alguna vez fue soporte con su banda anterior, The Moving Sidewalks. Recién contada una hora de show, tras una de las irreprochables incursiones de Hill en el micrófono, llegó el primer cambio de guitarra: la Les Paul dorada, acariciada por el slide, dio garantías para “Just Got Paid”.

Volvieron a llover clásicos. “Gimme All Your Lovin’” es un emblema de la época ochentosa y MTV friendly inaugurada con el disco Eliminator, aquel que en su tapa lucía la cupé Ford roja ’34 hoy sinónimo de la banda, y que incluía por primera vez el uso de secuencias y sintetizadores. “Sharp Dressed Man”, en versión impecable, despertó el primer coreo de la noche, seguida de la ración disco con “Legs” y los instrumentos forrados en peluche blanco. El video de “Viva Las Vegas” dio paso a los bises, con más rituales incluidos: cambio de vestuario, cambios de instrumentos, Gibbons tocando la guitarra con una botella de Jack Daniel’s, que después regalaría al público, y un plomo encenciéndole un habano mientras él tocaba. Hacia el final, el superclásico “La Grange” despegó otro coreo fuerte de la mano del boogie hecho hard rock. A las 23.10 y con “Tush” como cierre, los tres hombres dejaron el escenario con la confianza de haber brindado un show compacto, sin fisuras, y ratificando que pueden desempolvar las raíces del rock sin que nada de eso suene antiguo.

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