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Lunes, 5 de julio de 2010
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Altertango publicó su cuarto disco, Melodramas

Más allá de todas las ortodoxias

Aunque la banda se formó en Mendoza, moldea una sonoridad tanguera bien porteña, con arreglos y versiones –de temas de Spinetta, Fito Páez o los Redondos, por ejemplo– que la ubican entre el homenaje y la resignificación.

Por Cristian Vitale
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“Ya no nos interesa discutir el tema de los géneros con ningún ortodoxo”, dicen los Altertango.

En teoría, la pretensión primera de Altertango es articular, en un sonido propio, la tradición de la música popular argentina. “Y eso incluye al rock”, apura Victoria Di Raimondo, cantante del quinteto acústico nacido y hecho en Mendoza, ante Página/12. “En algún momento, incluso, pensé en un nombre que tuviera que ver con una dinastía de canciones del sur, aludiendo a las distintas generaciones: la del tango, la del rock y la nuestra, que es heredera de ambas”, refrenda. Un paneo rápido sobre el cuarto y último disco, recién editado bajo el nombre definitivo de Melodramas, legitima tal teoría en acto. Victoria, más la pianista (y fundadora) Elbi Olalla, el baterista Pablo Conalbi, el bajista Patricio Ibire y el bandoneonista Ezequiel Acosta resolvieron en dieciséis piezas, propias y ajenas, la traza estética que involucra al grupo como un referente clave de la convivencia de estilos y generaciones. Una dinámica de época que cruza a Contursi con el Indio Solari, a Troilo con Charly García y al genial Discépolo con Spinetta, bajo una sonoridad propia. “Hemos tenido muchas discusiones por nuestro encare, muchas batallas perdidas, pero ya no me interesa discutir el tema de los géneros con ningún ortodoxo. No me interesa casi ningún tipo de fundamentalismo: los únicos fundamentalistas que me gustan son los del Aire Acondicionado (por la banda de Solari)”, ironiza la cantante, nuevamente anclada en Mendoza, luego de presentar el disco en el Tasso y con invitados que testifican el cruce: Alejandro Guyot, Alfredo Piro y Goy Ogalde, el cantante de Karamelo Santo.

–Una cosa es el fundamentalismo y otra el respeto por la tradición de los géneros. ¿Cómo se posiciona Altertango frente a esta “delgada” línea divisoria que alcanza tanto al tango como al rock?

–Tenemos desavenencias con quienes sólo entienden de rótulos y de facciones, tanto los que creen que el tango es el tango “de ayer y de siempre”, un tango puro, inmune al paso del tiempo, que habita un mundo cerrado que vive tan sólo en la memoria de un pasado glorioso, como los que pretenden transformarlo en una variante “cool”, desarraigada y, en definitiva, indiferente a la riquísima tradición de los grandes maestros del género. Frente a ellos, Altertango reafirma la fórmula que empezó a gestar en su segundo disco: trascender el género, afirmar nuestras convicciones y hacer lo que creemos el gran desafío de nuestra generación. Algo parecido nos pasa con el rock. Esto implica estar involucrados con la cultura no como algo consagrado, sino como algo en constante transformación.

Ese segundo disco, que la cantante sindica como un giro, tiene seis años y concreta en parte lo que ella y Olalla pretendían cuando fundaron grupo, una década atrás. “Milonga triste”, de Homero Manzi, convivía con “Tumbas de la gloria”, de Fito Páez. Después llegaría Tormenta (2007) con otra sorpresa que tangueaba un rock en teoría ajeno al 2 por 4 –el “Rock yugular” de Beilinson y Solari– y plasmaría un camino sin retorno por una vía poco explorada. Una sonoridad porteña, moldeada por mendocinos y mostrada en varias ciudades de Europa, con arreglos y versiones que ubican al grupo entre el homenaje y la resignificación. Un cóctel rítmico que “naturaliza” bajo y batería en el tango, lo modifica, sin atentar contra su esencia. “El límite está dado por la composición misma. Una canción puede abordarse desde muchos lugares diferentes y muy singulares, pero sin perder de vista aquello que es esencial en ella”, ratifica la cantante.

–¿Y qué pasa con las composiciones propias? En general, no pasan de dos o tres por disco, pero en ellas se deja entrever “el ajo” del grupo. En Melodramas aparecen “Olvidius” y “Arañitas”.

–‘‘Arañitas” es sólo un pequeño manifiesto de tristeza muy egoísta: cuando uno siente pena, cree que toda la tristeza del mundo es de uno y que tristeza es todo lo que tiene para dar. La ambientación es muy mendocina, pues las que tejen el dolor son unas arañitas muy de por acá. “Olvidius” es una canción que tiene varios años y es un poco la historia de Ariadna y Teseo, que tiene que ver con mi paso por la carrera de Letras de la Universidad de Cuyo, con mi entusiasmo por los griegos.

–Ese dejo de tristeza en el disco lo transforma en algo conceptual. Engloba una intención, no sólo a través de los temas propios, sino de las versiones elegidas. ¿Fue intencional?

–Sí. Incluso decidimos ponerle Melodramas por eso. Es drama acompañado de música, situaciones tristes, a veces exageradas, que provocan emoción en el público. En una acepción extendida y creo que su significado le sienta muy bien a los tangos y a las canciones que grabamos. A “Laura va”, por ejemplo. Me gustan esas historias de chicas como “Grisel”, ¿no? U otras como “Dejaste ver tu corazón”, de Fito Páez, que es sencilla y perfecta.

–¿Cuál es el punto en el que se encuentran, según ustedes, el tango y el rock, más allá de ser parte del acervo popular en general?

–Hay canciones de nuestro rock que tienen mucho tango y músicos maravillosos como el Polaco Goyeneche y Rubén Juárez que supieron con su actitud tender un puente con las nuevas generaciones. Ambas son músicas urbanas, pero el tango es tango y el rock es rock, y el imaginario del tango es distinto al del rock... Son resultado de momentos históricos diferentes. Más bien, lo que siento es que hay un punto en el que me encuentro con ambos, porque el tango me encanta y me emociona particularmente, pero pertenezco a una generación que creció escuchando rock. Por eso nuestra generación siente la libertad suficiente para asumir ambas herencias de manera legítima. Es algo que ya no se puede discutir.

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