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Jueves, 15 de julio de 2010
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LA JAULA ABIERTA, UNA PROPUESTA IMPERDIBLE EN SAN TELMO

El mero gusto de encontrarse

Con algo de peña y mucho de café concert, el encuentro que propician Rita Cortese, Lidia Borda, Dolores Solá, Teresa Parodi y Carolina Peleritti rescata la bohemia perdida. En cada edición las acompañan al menos cinco invitados rotativos.

Por Carlos Bevilacqua
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Rita Cortese en Arriba de Rivas, Estados Unidos 302. El intercambio permanente se da todos los jueves.

El lugar es agradable, elegante, con señales de reciente refacción. Y sobre todo cálido. Tal vez influya la decoración de madera, tal vez el tamaño reducido del ambiente, seguro el clima que generan los artistas. El espectáculo convocante no se publica en las carteleras ni hace publicidad clásica. Sin embargo, desde su primera edición (a principios de mayo) La Jaula Abierta es un modesto éxito de público. Además del poder del boca en boca, la confluencia de artistas que se da cada jueves desde las 21.30 en Arriba de Rivas (Estados Unidos 302) revela hasta qué punto sirve juntarse, no sólo para llenar una sala, sino también para promocionar valores ignorados a nivel masivo y, sobre todo, para armar una movida que escape al molde típico de los recitales solistas.

La fórmula en sí es más bien sencilla: cantantes de primera línea de la música popular se van turnando sobre el escenario, interpretando alrededor de tres temas cada uno para luego dar paso a otros cantantes amigos, para terminar mechando intervenciones más breves de cada uno y algunos cruces entre ellos. Pero basta quedarse un rato en ese primer piso de San Telmo para notar que el todo es bastante más que la suma de las partes.

Las anfitrionas que, salvo que tengan otros compromisos laborales, están presentes cada jueves son Rita Cortese, Lidia Borda, Dolores Solá, Teresa Parodi y Carolina Peleritti (sí, la modelo, que se revela como una gran voz para el folklore). En las últimas ediciones se sumó a ese elenco más o menos estable la coplera Laura Peralta, quien se encarga de aportar un color particular al mosaico de estilos. Como los cinco o seis invitados que las suceden, ellas cuentan con el acompañamiento fijo de un pianista (puede ser Pablo Fraguela o Daniel Godfrid) y un guitarrista (Mauro Lazzaro o Diego Rolón, por caso), más algún percusionista que se suma en ciertos pasajes.

Las posibilidades que se abren junto con las puertas de la metafórica jaula son muchas e interesantes. Puede ser que Cortese aproveche sus dotes de actriz para transmitir el desgarro de algún bolerazo de aquéllos, prologado en general por la lectura de alguna poesía. Puede ocurrir que un rato más tarde la tensión ceda gracias a la energía más baladística de Silvana Soto, una invitada capaz de sorprender interpretando sus propios versos o entregando una hermosa versión de “Tu voyeur”, de Jorge Drexler. Puede pasar que Dolores Solá (cantante del grupo de tango La Chicana) conmueva cantando la zamba “La Arenosa” o que los amantes del tango se regodeen con el estilo de cancionista de los años ’30 que muestra Eva Bruna, otra de las posibles invitadas. De hecho, buena parte de la noche late al compás de músicas de raíz. Porque también puede ocurrir que Flor Dávalos haga honor al legado de su padre volcando toda su dulzura en “Rosa de los vientos”, “Río de tigres” o “El Paraná es una zamba”.

No hay una consigna. Sólo rigen los mandatos del corazón. Por eso Peleritti trae de Perú el vals “El puente de los suspiros”, de Chabuca Granda. Por eso puede aparecer la uruguaya Lea Bensasson haciendo un tema de Rubén Rada, entre otros dos de su autoría. O Peralta invitar al poeta Fernando Noy para que recite sus propios versos. Y así se van sucediendo unos a otros, siempre presentándose entre ellos con un rosario de elogios. “La idea es darnos el gusto de hacer los repertorios que normalmente no hacemos en nuestros espectáculos solistas. Entonces yo puedo aparecer cantando un fado o una chacarera”, explica Lidia Borda, una de las impulsoras del encuentro.

A nivel humano, La Jaula Abierta recupera mucho del café concert (la cercanía con el público, la espontaneidad, cierta tendencia al humor), combinándolo con ese clima de complicidad que se da en las peñas de cantores. Los artistas lucen desinhibidos, como más auténticos que de costumbre. “Nos pareció buena la idea de crear algo relajado y abierto, porque sentíamos que éramos muchos los que estábamos buscando un espacio así, más parecido a las peñas que yo conocí de chica”, justifica Borda. Hernán Lucero, en tanto, parece refrendar la sensación de que el vino (omnipresente) tiene mucho que ver con la camaradería general, cuando argumenta por qué es habitué de la casa: “¿Cómo no me va a gustar venir si puedo cantar y encima me invitan con tinto?”.

Otra virtud del espectáculo es su carácter siempre cambiante. No siempre cantan los mismos, los artistas permanentes van cambiando los temas y los músicos acompañantes también pueden variar, para no hablar de los matices que cada noche imprime a la interpretación de un mismo tema. “A veces ni siquiera nosotras sabemos quién va a cantar –cuenta Borda–, como cuando cayeron Julia Zenko y Víctor Heredia”, evoca Borda, como hitos de una lista donde ya figuran, entre otras, las voces de Susana Rinaldi, Claudia Puyó, Cucuza Castiello, Victoria Morán y Gabriela Torres.

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