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Martes, 28 de febrero de 2006
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U2 LLEGO A LA ARGENTINA PARA UN DOBLETE DE SHOWS A CANCHA LLENA EN RIVER

Donde las calles se llaman Vértigo

Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton llegaron en la madrugada de ayer y los fans que esperaban en el hotel tuvieron su premio. Las 15 mil entradas extra se vendieron en cuatro horas y todo está listo para un concierto que hará historia. Podrían encontrarse con las Madres de Plaza de Mayo.

Por Eduardo Fabregat
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Bono en Santiago de Chile, donde el grupo actuó el domingo frente a más de 70 mil personas.

Como si las cuestiones hemisféricas pudieran aplicarse a lo artístico, en estos días México y la Argentina vienen con los climas cambiados: recién salidos de la ola de calor por la bomba U2, los mexicanos experimentaron el domingo su propio huracán Stone, que tocó tierra azteca tras conmover dos Monumentales llenos. Y en River, donde todavía resuena el último acorde de Satisfaction, el cuarteto irlandés abrirá mañana un par de shows que promete nuevas tormentas: el Vertigo Tour, gira correspondiente a su disco How to dismantle an atomic bomb, agotó todas las entradas disponibles (el remanente de 15 mil entradas puesto en venta ayer, producto de una reubicación del escenario, voló en cuatro horas) y amenaza convertirse en un recuerdo aún más potente que aquel Popmart con el que la banda debutó aquí en 1998.

La llegada del cuarteto irlandés, además, refuerza esa extraña sensación de una Buenos Aires recolocada en el mapa de la gran industria musical. En el Four Seasons ni se molestaron en levantar las vallas instaladas para los Stones, pero de todos modos el imponente operativo de seguridad parece excesivo: el público de U2 posee un componente fierita mucho menor, y así fue como Bono pudo acercarse al vallado un par de veces para estrechar manos y firmar autógrafos sin mayor escándalo. Llegados en la madrugada del lunes desde Chile, donde convocaron a más de 70 mil personas en el estadio Nacional, Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton traen un show afiladísimo por varios meses en la ruta, que condensa lo mejor de su pasado y las perlas de su presente. Un espectáculo con menos parafernalia que aquel de la pantalla gigante y la “media M” amarilla del ’98, pero con una pasarela (la “elipse”) que se interna entre el público, una impactante cortina de luces que oficia de pantalla y el sostén de un puñado de canciones intachables, tocadas por un grupo que se conoce de memoria.

Mientras la patria musical prepara las orejas, otro buen número de personas agota todas las posibilidades para obtener un contacto más directo y una foto para colgar en la pared. Es que el costado más discutible del cantante, esa manía por ponerse al frente de todo reclamo humanitario y sentarse a hablar con los líderes políticos de lo mal que anda el mundo, provocó un aluvión de pedidos en las oficinas de Daniel Grinbank. De todos modos, y aunque las tratativas para un encuentro con las Madres de Plaza de Mayo (con quienes ya se cruzaron en 1998, incluso en escena) vienen más o menos encaminadas, el grupo anunció que sólo realizará alguna actividad que involucre a entes internacionales como Amnesty –que ya los distinguió en Chile–, Greenpeace y One, la organización impulsada por Bono para luchar contra el hambre mundial.

Son, al cabo, detalles menores frente a lo que realmente importa, aquello por lo que U2 viene haciendo historia desde 1980: es habitual leer aquí y allá diatribas contra el grupo por las demagogias de su líder, pero lo cierto es que los irlandeses llegan a Buenos Aires en el estado de gracia que destila How to dismantle..., un disco que abunda en grandes momentos y que paga largamente la espera desde el All that you can’t leave behind de 2000. Y allí donde Bono abusa de la teatralidad y el discurso en escena, The Edge ofrece otra lección magistral de guitarra, un arsenal de sonidos, colores y voces de apoyo que lo distingue del guitar hero clásico. Y Clayton y Mullen, acostumbrados al rol aparentemente secundario que la historia oficial les reserva, simplemente se relajan y marcan el pulso de una banda que, cuando sale a la ruta, se convierte en una auténtica bestia de escenario. A lo largo de 25 canciones y más de dos horas de show, el grupo deja caer páginas selectas de su historial como Sunday bloody sunday, Bullet the blue sky, Where the streets have no name, The fly, Mysterious ways, New year’s day, Pride (in the name of love) y One, para volver al presente con Vertigo, Sometimes you can’t make it on your own, la diatriba antiBush de Love and peace or else y City of blinding lights, homenaje a la Nueva York post 11 de septiembre que abre cada show. Más que suficiente para que el fan sienta que el agujero que dejó esta cita en su bolsillo valió la pena.

Así, mientras la reventa trepa a precios imposibles (con plateas preferenciales cotizando a más de 2 mil pesos y lindezas por el estilo) y el grupo muestra un espíritu menos reclusivo que el de sus majestades satánicas, Buenos Aires vive un comienzo de año cercano a la fantasía. O, para utilizar la misma lírica de grupo: durante dos días, 130 mil personas quedarán convencidas de que están en un lugar llamado vértigo.

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