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Miércoles, 18 de agosto de 2010
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Jean-François Casanovas presentó Caviar Tempotango en el Festival

De la femme fatale a la bataclana

El actor y director mostró un espectáculo de notable despliegue escénico y actoral, con un quinteto en vivo especialmente preparado para la ocasión. Lo de Casanovas impactó no sólo por la puesta: su show apuntó con irreverencia a la médula de la argentinidad del tango.

Por Karina Micheletto
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Casanovas le imprimió su sello al tango. Más precisamente, a las mujeres del tango.

Los generosos amplificadores que retumban desde Bartolomé Mitre al 500 anuncian ya desde lejos de qué viene esto que ha transformado esta zona del microcentro, usualmente quieta y callada por las noches. Eso que suena a un volumen condenado es lo que decenas de militantes milongueros, extranjeros y de los otros, vienen a buscar con sus zapatitos de danza bajo el brazo, en una escena que no por repetida deja de enternecer: tango, tango, tango. Aquí, en las instalaciones que años atrás pertenecieron al Banco El Hogar Argentino, el Festival de Tango ha instalado la sede principal del evento tanguero de la ciudad, que en una notable jugada de mímesis ha logrado juntar dos festivales en uno, reuniendo música y danza en la misma fecha.

Puertas adentro de este coqueto edificio art déco, en el que alguna vez funcionó una banca cooperativa, bailarines y escuchas pugnan por ocupar un espacio que queda definitivamente chico para tanta pasión milonguera fogoneada por una importante maquinaria de prensa. No más de quinientas personas podrán coexistir en esto que se ha denominado Punto de Encuentro, bailando algunas, siguiendo la impecable programación que se propone otras, más al fondo. Menos de doscientos cincuenta afortunados lo harán desde un asiento. Un par de decenas más, desde las codiciadas –y disputadas– sillas del barcito, a un costado de la rueda milonguera que se arma y se de-sarma, a medida que el público va ingresando.

Los organizadores explican que el gran salonazo de Harrods, en la calle Florida, que sirvió de Punto de Encuentro el año pasado, les fue negado casi a último momento, con poco tiempo para buscar otros espacios cómodos para un festival de esta magnitud. Y que para entonces otras posibilidades accesibles con transporte público, como la Rural –donde años atrás se realizaba el festival–.ya estaban ocupadas. La solución llegará, si el tiempo acompaña, tomando la calle: pantallas gigantes invitarán a desparramar el festival también hacia afuera. Algo que no logra contentar a los expositores de la llamada Feria de Productos, que están que trinan: han pagado un canon importante para vender zapatos, sombreros, discos, libros o destapadores de tango, según los casos, y el espacio que ocupan, en dos angostas galerías a los costados del salón, es de muy difícil acceso al público, dado el amontonamiento.

Todo lo cual resulta una pena porque lo que se ofrece, para los que llegan a ver y escuchar, es de gran calidad. El lunes por la noche, por ejemplo, el actor y director Jean-François Casanovas presentó Caviar Tempotango, un espectáculo de notable despliegue escénico y actoral, que hasta incluía un quinteto en vivo, especialmente preparado para la ocasión. Lo de Casanovas impactó no sólo por la puesta: su espectáculo apuntaba con deliciosa desfachatez a la médula de la argentinidad del tango, y también del folklore, con momentos de genial irreverencia, y sin cruzar nunca el borde hacia lo zarpado. Aun en cuadros como el que ponía en escena el vals “Caserón de tejas”, que incluía una postrada arrastrada de aquí para allá en su silla de ruedas.

Junto a un elenco integrado por Ignacio González Cano, Eduardo Solá, Marcelo Iglesias, la Compañía TempoTango y el Quinteto De Atropellada, Casanovas imprime su sello al tango; más precisamente, a las mujeres del tango. La sufrida, la bataclana, la venida a menos, la madama, y sobre todo la femme fatale –“son todas mujeres fatales, las del tango y la milonga”, canta el coro– aparecen en el arte transformista de Casanovas, por momentos descabelladamente. La orquesta de señoritas, los gauchos con sus chinas, las divas de teléfono blanco, el glamour de los años dorados, desfilan en una serie que no da respiro. El summum llega en el cuadro final, con una versión de “El día que me quieras” en la que el mito de Gardel ha sido reemplazado por un Kent rubio platino. Y donde las protagonistas, además de una mujerota que se pregunta –como tantos alguna vez– qué es eso de “hará nido en tu pelo”, son tres bicharracos molestos, zumbones y fucsias. Luciérnagas curiosas.

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